El
alzamiento militar que daría paso a tres sangrientos años de guerra civil se
inició de improviso en Melilla el 17 de julio de 1936 pero para que éste se
produjera hizo falta la connivencia de grupos de presión político-económicos y
la ayuda del Ejército. Clave fue el papel del banquero Juan March, apoyando
económicamente a los golpistas.
El 17 de julio de 1936 los militares
más conservadores se levantaron contra el gobierno de la República. El
alzamiento comenzó en Melilla antes de lo planeado. Pronto se extendió a Tetuán
y a Ceuta donde el coronel Juan Yagüe se apoderó de la
ciudad sin disparar un solo tiro. Prácticamente todo el Marruecos español
estaba en manos de los rebeldes antes de que Franco, procedente
de las Canarias, se pusiera al mando de las tropas sublevadas. Al día
siguiente, 18 de julio, el levantamiento se extendió a la Península.
Ese día, los principales
levantamientos tuvieron lugar en Andalucía. En Sevilla, Queipo
de Llano, que se hallaba accidentalmente en la ciudad, con un
espectacular golpe de mano y con el apoyo de diversas formaciones militares y
de la Guardia Civil se hizo con el control de la ciudad y aplastó la
resistencia obrera. También ese día, las guarniciones de Cádiz, con los
generales Enrique Varela y López Pinto al frente, se
sublevaron. En Córdoba el gobernador militar consiguió la rendición de su
colega civil. En Granada el enfrentamiento quedó momentáneamente en tablas pero
las autoridades no armaron al pueblo y dos días después la guarnición militar
salió de sus cuarteles y ganó la ciudad para los rebeldes. En Jaén por el
contrario el coronel al mando de la Guardia Civil se declaró leal a la
República. En Málaga la guarnición se sublevó pero ante las amenazas del gobierno
de un bombardeo por parte de la escuadra, los sublevados depusieron las armas.
También Almería y Huelva fueron ganadas para la República, aunque ésta última
había quedado totalmente aislada.
En Madrid, el 18 de julio la
sublevación aún no se había producido, Casares actuaba como si fuera
posible detener el golpe por medios constitucionales aunque sindicatos y
partidos de izquierda le reclamaron ese día las armas que derrotarían la
intentona militar en la capital. El jefe de gobierno se negó a armar a las
organizaciones de izquierda.
El 19 de julio, Barcelona, que hasta
entonces había permanecido tranquila, dio el relevo a Andalucía en cuanto a la
gravedad de la situación. El general Fernández Burriel se puso al
frente de la sublevación esperando la llegada desde Mallorca del general Manuel
Goded, de la que se había apoderado el día anterior sin disparar un
solo tiro. El plan era que 5.000 soldados sublevados convergieran hacia el
centro de la ciudad, creían que así sería fácil dominarla. Pero los militares
no tuvieron en cuenta la respuesta que encontrarían en la Guardia Civil y la Guardia
de Asalto, convencidas por el comisario de Orden Público Federico Escofet para
que apoyaran a la República. Tampoco habían contado con el entusiasmo del
movimiento anarquista, que salieron a combatir a los rebeldes y se encontraron
luchando hombro con hombro junto a sus tradicionales enemigos, la Guardia Civil
y de Asalto. Escofet, que había previsto con anticipación la táctica de los
militares, lanzó al ataque a sus fuerzas entablándose una auténtica batalla en
el cruce Diagonal-Paseo de Gracia. Goded trató de convencer a la
Guardia Civil de que se uniera a la sublevación pero su comandante en jefe le
repitió que dicho cuerpo sólo obedecía órdenes de la Generalitat. Goded fue
capturado y obligado a radiar un comunicado en el que pedía a sus partidarios
que depusiesen las armas. La rendición de Goded dio
ánimos a la resistencia republicana en el resto de España. Lo ocurrido en
Barcelona fue crucial para el posterior desarrollo de la guerra. La rebelión
derechista había creado un fervor revolucionario de resistencia, los
anarquistas de la CNT-FAI, que habían sido los principales responsables del
fracaso de la sublevación en Barcelona, se convirtieron en los dueños de la
ciudad, el gobierno catalán había perdido toda autoridad.
A pesar del triunfo de Barcelona, en
Madrid, el 19 de julio, la situación aún era incierta. El nuevo jefe de
gobierno, el republicano José Giral, que había accedido al
cargo tras la dimisión de Casares Quiroga, accedió a
repartir armas entre los partidos de izquierda y los sindicatos. Los milicianos
recibieron 65.000 fusiles pero sólo 5.000 tenían cerrojo. Los restantes estaban
en el Cuartel de la Montaña, en el centro de Madrid, y cuando el gobierno trató
de apoderarse de ellos, el coronel al mando se negó e inició el alzamiento en
Madrid. El general Joaquín Fanjul se puso al frente
de las tropas sublevadas. Pronto se inició el asedio al cuartel por las tropas
fieles a la República. En el interior, Fanjul, confiaba en recibir ayuda
del exterior pero, aislado y sin refuerzos, solo resistió hasta el 20 de julio en
que la multitud penetró en el patio del cuartel, falleciendo en los combates
centenares de defensores y atacantes. Los sublevados fueron enviados a la
Cárcel Modelo, entre ellos el general Fanjul, que sería poco después
condenado y ejecutado por rebelión.
En el resto de España el 19 de julio
se produjeron victorias y derrotas para la República. En Oviedo la ciudad
parecía ganada para el gobierno pero el coronel Antonio Aranda convenció
a los mineros para que abandonaran la ciudad en dirección a Madrid y por la
tarde se declaró partidario de la rebelión. Pero todo el resto de Asturias era
republicana y pronto se encontró aislado aunque pudo resistir el asedio de los
mineros engañados. En Santander la ciudad se mantuvo tranquila y leal a la
República. En el País Vasco, Alava fue ganada para los rebeldes con la misma
facilidad con que Vizcaya y Guipúzcoa se ganaron para la República. En Navarra,
centro de la conspiración, monárquicos tradicionalistas y jóvenes fascistas se
unieron a las tropas rebeldes, así lo hizo también la Guardia Civil. En todas
las ciudades conservadoras castellanas, la rebelión triunfó aunque en Valladolid
los falangistas y tropas sublevadas tuvieron que superar la resistencia obrera.
En Aragón, Zaragoza, el feudo anarquista por excelencia, fue ganado por un
rápido golpe de mano para la sublevación. En el resto de Aragón, Huesca y
Teruel fueron dominadas con la misma facilidad. Así ocurrió también en La
Rioja. En Extremadura, Cáceres y su provincia fueron dominadas por la rebelión
pero Badajoz, gracias a la lealtad de su guarnición, se mantuvo republicana. En
Valencia, Murcia y Castilla la Mancha, las unidades rebeldes vacilaron y pronto
se vieron arrolladas por el ímpetu de los militares de izquierda que junto a
policías leales aplastaron la rebelión. Sólo en Albacete se produjo un triunfo
momentáneo de los sublevados al apoyarles la Guardia Civil, en unos días su
propio aislamiento en territorio leal acabo rindiéndolos.
El 20 de julio, mientras Mallorca
había sido asegurada para los rebeldes, Menorca se declaró republicana. En
Galicia la lucha empezó también ese día. En La Coruña los trabajadores se
encontraban desarmados y los militares no tardaron en ganar la ciudad para el
alzamiento. La Falange local, con su dirigente Manuel Hedilla al
frente fue decisiva para el resultado final de la lucha. En Vigo y Ferrol la
situación se desarrolló por cauces parecidos pero en la base naval ferrolana,
los marineros no acataron las órdenes de los oficiales sublevados y se inició
una batalla que acabó con la rendición y la dura represión de los primeros.
El golpe militar, que pretendía
dominar rápidamente todo el territorio español no alcanzó la victoria esperada.
Los sindicatos y partidos de izquierda resistieron, el golpe se convirtió en
guerra civil y la resistencia en revolución. Además, el 20 de julio se produjo
un acontecimiento inesperado, el general Sanjurjo,
conspirador de 1932, que debía ponerse al frente de las tropas sublevadas murió
en un accidente aéreo cuando partía de su exilio de Lisboa. La muerte de Sanjurjo dejó
un vacío en la dirección militar de los rebeldes, por lo que las personas más
destacadas de dicha dirección pasaron a ser Mola, Franco y Queipo
de Llano.
El 21 de julio se podía ya trazar
una línea definida que separaba las zonas donde había triunfado la rebelión de
aquellas en las que había fracasado. La rebelión fue derrotada en cinco de las
siete principales ciudades españolas. Las principales zonas industriales
quedaron en poder de la República y las zonas agrícolas, apoyadas por
campesinos conservadores, quedaron en manos de los rebeldes. La mitad del
Ejército, casi toda la marina y dos tercios de las fuerzas aéreas permanecieron
fieles a la República, mientras los sublevados controlaban las más numerosas y
mejor entrenadas tropas del ejército de tierra, los 40.000 hombres que componían
las tropas de regulares, los moros y la Legión.
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