Salvador Allende es en la actualidad una figura respetada, señera, tratada con respeto por todos, incluso de quienes lo denostaron y se mostraron de acuerdo con el golpe de Estado chileno de septiembre de 1973 que acabó con su vida. La única razón es que está muerto, que ya no puede pronunciar aquellos discursos memorables, con su voz poderosa, la construcción impecable de los razonamientos, la capacidad de transmitir voluntad y convicción. Tampoco puede ya proponer y aplicar medidas de gobierno que pretendían devolver la dignidad a su pueblo, recuperar para bien de la ciudadanía de su país los recursos naturales y arbitrar soluciones para que la sanidad, la educación y la cultura fueran públicas y universales. Su muerte no acabó con la legitimidad de sus postulados, pero su voz y su temple desaparecieron para siempre. La derecha de pensamiento y acción, con independencia de las siglas a las que se vincule, prefiere hacer iconos tolerables, si es posible de consumo o de uso turís...