Alonso García, vicepresidente fundación Francisco Franco Ser un bocachancla no parece a priori algo constitutivo de delito. Sin embargo, en la España del PP puedes pisar antes la cárcel por ser un patán con escasa gracia que por saquear las arcas del dinero público. No sería de extrañar que el día menos pensado nos despertemos con una brigada especial contra el humor que no guste a la derechona. Imagínense la escena, por ejemplo en el convite de una boda, cuando el cuñado de turno cocido hasta las cejas despliega su repertorio de chistes infumables. Una denuncia anónima y brigada antibocachanclas irrumpiría en el acto llevándose, convenientemente amordazado, al interfecto. Ya se que para algunos pueda parecer tentador. Pero criminalizar el mal gusto puede ser peligroso. Sobre todo, cuando los criterios para determinar dónde colocar la raya que delimita el chiste zafio de lo punible la establecen personas a quienes extirparon el sentido del humor e...