martes, 19 de julio de 2011

BORDABERRY



“Iniciamos con Bordaberry una sección de artículos que tienen como protagonistas a los dictadores responsables de las páginas más negras en la historia reciente. Tiranos, sátrapas, déspotas y asesinos en masa que, en muchos casos, esperan condenas por crímenes contra la humanidad. La historia les conocerá como culpables“
En 1993, Augusto Pinochet viajó a Uruguay para encontrarse con "varios amigos". Uno de ellos era el expresidente uruguayo Juan María Bordaberry (Montevideo, 1928). "Vine para recordar los viejos tiempos. Yo soy amigo del general", explicó entonces el dictador chileno.
Protagonista en 1973 de un autogolpe que instituyó una sangrienta dictadura militar, Bordaberry gobernó Uruguay hasta 1976. En 2006 fue condenado a 30 años de prisión por nueve delitos de desaparición forzada y seis asesinatos. Ha muerto en su casa de Montevideo, donde cumplía arresto domiciliario. Tenía 83 años.
Pese a que Bordaberry llegó democráticamente a la presidencia uruguaya en 1972, el 27 de junio de 1973 prohibió los partidos políticos, disolvió el Parlamento y creó un Consejo de Estado -controlado por militares- como órgano superior de su Gobierno, y mantuvo su cargo. A diferencia de las dictaduras militares de Argentina, Chile o Brasil, la de Uruguay tenía a un civil a la cabeza. Su gestión, sin embargo, era vigilada por las Fuerzas Armadas. La falsa capa democrática no disminuyó la crueldad del régimen. "Uno de cada tres uruguayos ha tenido que viajar al extranjero, uno de cada 50 ha pasado por las cárceles y uno de cada 100 ha sido torturado", aseguró en 1978 el periodista Claudio Trobo. Una comisión gubernamental creada en 2000 concluyó que la dictadura dejó 38 uruguayos desaparecidos en el país sudamericano, 182 en Argentina, ocho en Chile, dos en Paraguay y uno en Brasil.
Durante los tres años que duró su Gobierno, el pequeño país latinoamericano (con una extensión de 180.000 kilómetros cuadrados) se hundió en una profunda crisis económica y mantuvo una cercana colaboración con las dictaduras argentina y chilena. Hombre de campo y fumador de pipa, Bordaberry no guardaba la menor simpatía por las formaciones políticas. Precisamente este punto causó su desencuentro con los militares, que lo destituyeron tres años después del golpe blando. El mando castrense era partidario de mantener los partidos que no habían sido prohibidos y solo estaban obligados a permanecer "en receso", mientras que Bordaberry defendía la creación de un "nuevo Estado uruguayo" en el que desaparecieran todas las formaciones políticas. En 1976, los militares decidieron destituirlo del cargo de presidente y lo sustituyeron por otro civil, Alberto Demicheli.

Su desencuentro con los militares, no obstante, no le obligó a dejar el país tras abandonar el poder. El exmandatario se alejó de la política y volvió a su rancho. Investigaciones judiciales concluyeron años después que fue durante ese periodo cuando actuó como agente del plan Cóndor, que consistía en coordinar los esfuerzos de los servicios de inteligencia de las dictaduras latinoamericanas para el aniquilamiento de opositores, comunistas y subversivos.
La democracia volvió a Uruguay en 1985, pero tuvieron que pasar 20 años para que Bordaberry enfrentara un proceso judicial. En 2005 enfrentó un juicio por el asesinato en Buenos Aires en 1976 de los legisladores uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, así como de los exguerrilleros Rosario Barredo y William Whitelaw. A la par, también fue imputado por atentar contra la Constitución, nueve crímenes de desaparición forzada y otros dos asesinatos. El 16 de noviembre de 2006 fue arrestado, aunque solo estuvo un año en la cárcel. Debido a su precaria salud, las autoridades le concedieron el arresto domiciliario en 2007. Ahí se encontraba cuando en 2010 fue condenado a 30 años de prisión por esos delitos. Uno de los nueve hijos de Bordaberry, Pedro, es actualmente senador por el Partido Colorado, la tercera fuerza del país.

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