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¡¡¡REPARTE, MARIANO... REPARTE!!!


Andas ahora, Mariano, hijo, deshojando la margarita de cómo sacar la pata del Rato de tus entretelas en el fracaso de la Bankia esa que estaba destinada a ser la flor de la corona y que esos otros bancos serios, de botines y gonzález, no han querido ni regalada. Andas cabizbajo, meditabundo, ojeroso y clandestino -como ningún otro presidente anduvo antes- valorando de qué recortes sacar los 10.000 millones del ala que necesitas para empezar a reflotar esa cajamadrid deconstruida que te trae a mal traer…, y me pone mal cuerpo, hombre, verte así cuando tengo la solución de tus desvelos al alcance de la mano aunque el caso es que no sé si contártela porque no me caes nada bien y, bien pensado, lo mismo la publico y te la apropias porque es la bomba y tú tonto del todo no eres y sabes valorar una idea buena cuando es de otro, que ya estás acostumbrado porque es lo normal y luego está que podría hacerte pasar a la historia como el mejor presidente que ha habido y habrá en el mundo mundial que te lo tienes merecido por pertinaz, oyess, aunque solo sea por eso, que lo es.
Mira, Mariano, escucha, que yo te digo lo que tienes que hacer en vez de seguir metiendo la pata como si fueras Rato con el agravante de que él es de familia bien, rico por su casa, y tu solo registras (y recortas) la propiedad y los derechos y los servicios ajenos, que no hay ni comparación, dónde vas a parar. Es muy sencillo y basta con saber dividir, que digo yo que aunque tú seas de letras algo sabrás de mates, sólo sea lo que te hayan contado el de Guindos y el Montoro, que no te fíes demasiado de ellos que te la dan con el queso ese que les quitaron para escribir un libro, dicho de ti para mí y que no salga de España. Pues mira tú, Rajoy, que si tu divides, oyess, los 10.000 millones de euros que les vas a dar por el morro a los de Bankia, que ni te lo van a agradecer y seguro que encima te la pegan luego con la prima del riesgo, si los divides, decía, entre los 40 millones de españoles paganini que somos, con carné y todo, que al fin y al cabo es dinero público, osea, que era nuestro, quiero decir, si lo divides y lo repartes entre todos y cada uno pues que sepas que entonces tocamos cada español a unos doscientos cincuenta millones de nada, ahí le has dao, bacalao, con la reactivación, que ríete tú de la crisis del consumo.
Mira que yo te aseguro que con los doscientos millones de machacantes para cada uno pues acabas con el paro del tirón, oyess, y con la especulación, porque a los ricos no nos engaña nadie, te cargas la crisis esa de mierda que había, se terminan los desahucios, casas para todos, reanimas el ladrillo, relanzas el comercio, la inversión y la industria, aplacas de paso a los indignados, arreglas la sanidad, y además te juro que ni uno solo de los ahorradores de la bankia esa se te va a quejar cuando se hunda, ni los mismos empleados en la puerta de tu casa más que para agradecerte, oyess, el detalle, Mariano, que no pasa todos los días que te den una pastizara que parece una renta básica pero de caballo, vamos más que básica diría yo, universal, que te puedes comprar la tira, oyess, y no te digo nada si eres familia numerosa, que hasta la Merkel te va a tener envidia, Mariano, y lo mismo ya te reconoce cuando te vea aunque le hayas fastidiado el plan, que también, pero por lo menos te puede prestar policías para el tráfico, que nunca he visto a un millonario civilón, oyess, con la moto por las carreteras, Mariano y cuando lo hagas pues recuerda que la idea fue mía y de un tal Carlos Fernández que no le conozco pero le pillé la idea de esto de dividir en el caralibro ese, pues, cuando te acuerdes, que sepas que a nosotros con doblarnos la cuota ciudadana pues ya nos parece bastante bien pagada la idea salvadora, Rajoy, hijo. De nada.
En tales cavilaciones me andaba yo cuando llamaron a la puerta. Fui a abrir y era de Guindos. “Por alusiones”, masculló, y se coló hasta la cocina. Sacarle de allí fue un suplicio porque se puso de inmediato a privatizarme un arroz con leche con el que estaba yo liado. Una vez en el salón sacó una calculadora más larga que un día sin pan. “Mire usted -me espetó-, si yo divido diez mil millones…” Asombrado, contemplé con horror que en la suya sí que cabían todos los ceros. “…entre cuarenta millones, observe usted el resultado”. Parpadeaban en la pantalla tres números, que se me clavaron en el alma fieros como puñales. Un dos, un cinco y un cero. Me estremecí. ¿Cómo es eso posible?, me pregunté en voz alta, si con manzanas me salen doscientas cincuenta al dividir diez mil entre cuarenta, ¿por qué cuando lo hago con millones no sale la misma cuenta? No se dignó siquiera responderme, y encima me miró displicente. Nada hay peor que un ministro displicente cargado de razón. Y más si se llama de Guindos. Se levantó. Ya se marchaba cuando le comenté, con un hilo de voz: ¿No le parecía maravilloso? En voz baja respondió, controlando al escolta para que no le oyera. “Si le digo la verdad…, lo soñé por un momento”. Y cerró la puerta.
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