El Sábado Santo de 1977 culminó una de las operaciones
más delicadas de la Transición. El PCE dejó de ser ilegal y Adolfo Suárez
desató las iras de parte de la cúpula de las Fuerzas Armadas.
El presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, convocó el
8 de septiembre de 1976 una reunión con los Consejos Superiores de los tres
ejércitos (Tierra, Mar y Aire). Un cónclave insólito y nunca más repetido.
Hacía solo un par de meses que el Rey le había encargado la formación del
segundo Gobierno de su reinado y a la par el desmontaje de las viejas
estructuras franquistas. Suárez, con poco más de 40 años, salido de las filas
del antiguo régimen, era consciente de la trascendencia de aquella reunión con
decenas de generales y almirantes. Él quería exponerles las líneas maestras de
la reforma política que tenía en mente y obtener el respaldo de la cúpula
militar para esa delicada misión. Durante esa asamblea, a lo largo de tres
horas, Suárez desplegó todos sus encantos para convencer a su auditorio. En
ningún momento hizo referencia al PCE, un partido que entonces era ilegal. Al
terminar su exposición, mientras los asistentes tomaban un vino español, el
jefe del Gobierno se acercó a un corrillo y uno de los generales le preguntó
por la espinosa cuestión de la legalización del partido comunista. El
presidente comentó que el partido liderado por Santiago Carrillo no sería
legalizado, aunque lo hizo sin aclarar que no lo sería mientras tuviera los
estatutos que tenía ese momento. La ambigüedad logró su propósito. Los altos
mandos salieron encantados. Hasta tal punto que Mateo Prada Canillas, capitán
general de Burgos, proclamó a voz en grito: “¡Presidente,
viva la madre que te parió!”.
Lo que todavía hoy causa extrañeza es que seis días
después se distribuyera desde el Ministerio del Ejército una nota a las
guarniciones de Madrid en la que se expresaba la “profunda y unánime repulsa del Ejército” ante la posible
legalización del PCE. Otra nota difundida cuatro días más tarde en los
acuartelamientos anulaba la anterior, que atribuía a una “inadmisible ligereza”, aunque mantenía que el tema de los
comunistas había producido “una repulsa
general en todas las unidades”. Semejante episodio era un botón de muestra
de la sensibilidad a flor de piel que había en los más poderosos estamentos
castrenses en relación a los comunistas. Suárez debería medir al milímetro sus
pasos si no quería enfurecer a la clase militar.
“Señoras y señores: hace un momento, fuentes
autorizadas del Ministerio de la Gobernación han confirmado que el Partido
Comunista de España ha quedado legalizado e inscrito en el Registro de
Asociaciones Políticas”. El periodista Alejo García fue el primero en
lanzar al aire, a través de Radio Nacional de España, la noticia de la
legalización del PCE. Fue a media tarde del 9 de abril de 1977, sábado Santo.
Media España estaba de vacaciones y la otra media en las tradicionales
procesiones. Ese día se convirtió en el Sábado Santo rojo.
Hoy se cumplen 35 años de aquel hecho histórico que
removió los cimientos de buena parte del estamento militar. Estos consideraban
que la decisión de Adolfo Suárez era un insulto para quienes, a las órdenes de
Franco, habían vencido en la Guerra Civil sobre las llamadas hordas
marxistas.
Todo el mundo creyó entonces, y sigue creyendo hoy,
que la elección de esa fecha peculiar fue una jugada maestra del presidente
Suárez con la intención de sorprender a los militares franquistas más
recalcitrantes. “A mí eso me hace gracia.
No fue una cosa milimétricamente calculada. Sucedió así por pura casualidad.
Fue una coincidencia”, afirma Rodolfo Martín Villa, entonces ministro de la
Gobernación, y revela, divertido, un detalle inédito: “Yo ordené la inscripción del PCE en el Registro de Asociaciones Políticas,
pero se me olvidó firmar la resolución. La firmé en 1984 delante del ministro José
Barrionuevo, cuando solicité una copia de ese documento para incluirla en un
libro que yo estaba escribiendo. En ese instante me di cuenta de que no lo
había rubricado en su momento”.
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Un mes más tarde, Suárez encargó al entonces teniente
coronel Cassinello, jefe del Servicio de Documentación (SECED), un informe
sobre las ventajas e inconvenientes de la hipotética legalización del PCE.
Cassinello, responsable del servicio de espionaje, despachaba a diario con el presidente.
“Los servicios de Información de los tres
ejércitos habían hecho otro informe en el que manifestaban que desde el empleo
de teniente coronel para arriba había una opinión contraria a la legalización”,
recuerda Cassinello. “En mi informe, de
10 folios, hay solo medio folio exponiendo los motivos que desaconsejaban la
legalización. Yo creía que era bueno legalizar al PCE porque, además de que así
se le desmitificaba, siempre resultaría más fácil vigilar a un partido legal
que a un ilegal”, aseguraba Cassinello. No obstante, admitía en su escrito
que esa decisión podía causar cierto revuelo entre los militares que
consideraban que los comunistas eran los enemigos derrotados en la Guerra
Civil.
En el complejo —y discreto— proceso intervino la Sala
de lo Contencioso del Supremo, que el 1 de abril de 1977 se declaró
incompetente para decidir acerca de la legalización o no del partido liderado
por Carrillo. “Nosotros creíamos que el
Supremo resolvería la cuestión, pero en lugar de eso dictaminó que se trataba
de un tema político y que, como tal, correspondía al Ejecutivo, al que devolvió
así la patata caliente”, rememora Martín Villa.
En aquellos días, el subsecretario de Educación,
Sebastián Martín Retortillo, convocó un almuerzo al que asistieron su ministro,
Aurelio Menéndez, y el ministro de Gobernación, Martín Villa, junto con el
magistrado Jerónimo Arozamena. Durante el amigable encuentro, salió a colación
el asunto del PCE y Arozamena comentó que de la propia sentencia del Tribunal
Supremo se deducía la solución al problema: encargar un dictamen a la
Fiscalía del Reino. Dicho y hecho. En plena Semana Santa, esta no tardó nada en
decir que no había ningún motivo para negar la inscripción del PCE en el
registro de Asociaciones Políticas.
Ya antes del pronunciamiento de la Fiscalía, el
presidente Suárez consideraba que la situación estaba encarrilada. Por eso, el
Lunes Santo, 4 de abril de 1977, convocó a sus vicepresidentes Alfonso Osorio y
Manuel Gutiérrez Mellado, junto con Martín Villa, Landelino Lavilla (titular de
Justicia) e Ignacio García López (ministro secretario general del Movimiento).
Osorio fue el único del grupo que se resistió a la legalización del PCE.
El Sábado Santo, tras el dictamen de la Fiscalía del
Reino que daba luz verde a la legalización, Martín Villa fue recogido en
Badajoz por un helicóptero que le trasladó a Madrid. Citó en su despacho al
general Sabino Fernández Campo, a la sazón subsecretario del Ministerio de
Información y Turismo, para pedirle que dispusiera lo necesario para dar a
conocer la noticia a la opinión pública. Fernández Campo, que era
el dueño de Televisión Española y Radio Nacional, hizo notar al
ministro la convulsión que eso podía producir en el mundo castrense,
recordándole que en septiembre de 1976 se habían enviado circulares a las
unidades militares dando cuenta del “compromiso”
de Suárez de no legalizar al PCE.
El notición lo divulgó Europa Press, pero quien lo
difundió a los cuatro vientos fue Radio Nacional en la voz de Alejo García.
El Sábado Santo Rojo fue de absoluta normalidad. Entre la ciudadanía
era un tema asumido. En el mundo militar tampoco hubo entonces el menor
movimiento contrario a la decisión del Gobierno.
Sin embargo, el 11 de abril, lunes de Pascua, el caso
estalló como si se tratara de una bomba con espoleta retardada. El ministro de
Marina, el almirante Gabriel Pita da Veiga, presentó su dimisión alegando que
estaba en desacuerdo con la legalización de los comunistas, de la que se había
enterado por los medios de comunicación. Todo induce a pensar que Pita da Veiga
renunció al cargo ante las presiones de los altos mandos de la Armada. Su
postura no fue secundada ni por el ministro del Aire, Carlos Franco
Iribarnegaray, ni por el del Ejército, Félix Álvarez-Arenas Pacheco. La
aparente sublevación militar obligó a Gutiérrez Mellado a interrumpir
sus vacaciones en Canarias para regresar precipitadamente a la capital de
España.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjz-l2eisZmeXgcvzCpeBRYFg1r62skCtiLXEIx-CunpSfJ5Qwci5lbAimxJTxCNCfKiuOQdVmNnTe4ZnL90EhGhw-0cg62JVH-tzdpDz3O2U6RiFEtdRK2QJfCs6FvFvm5M1SYGsMdsZ0/s320/1257393753016pce-4gd.jpg)
El 15 de junio de 1977, Suárez obtuvo el respaldo de
los españoles en las primeras elecciones democráticas celebradas en España
desde la Guerra Civil. Logró 166 escaños del Congreso; el PSOE consiguió 118 y
el PCE 19. Quedó instalada la normalidad democrática.
ACTORES SECUNDARIOS.
Son rostros alejados del poder, pero co-responsables
de lo que ocurrió la Semana Santa de 1977. José Mario Armero y Teodulfo
Lagunero actuaron de intermediarios entre Suárez y Carrillo. El primero
(1927-1995), empresario, periodista y abogado, aloja a los dos interlocutores
en su casa de campo dos meses antes de la legalización del PCE, y es el que
pide al PCE una política de gestos que apacigüe los ánimos tras el “sábado
santo rojo”’, como la aceptación de la bandera monárquica. Teodulfo Lagunero
(1927), abogado y constructor millonario, financió a los comunistas en la
clandestinidad. Durante la Transición, se convirtió en brazo derecho del
secretario general. En su casa de Cannes, Villa Comet, Carrillo recibe de
Armero la nueva de la legalización el 9 de abril.
Plumaroja
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