viernes, 2 de marzo de 2012

La tragedia y la farsa en el periodismo de izquierdas


Rodrigo Vázquez de Prada y Grande || Crónica Popular.
En el período de prácticamente un año dos periódicos diarios impresos de la izquierda terminaron sus días en las sentinas de la historia. La aparición de ‘La Voz de la Calle’ fue abortada el 5 de abril de 2011, muy pocos días antes de su primera cita con los lectores, por decisión de su promotor, el empresario Teodulfo Lagunero. El diario ‘Público’, que llegó por primera vez a los quioscos en 2007, cerró en su versión escrita el 26 de febrero de 2012, también por voluntad de su editor, Jaume Roures. El descalabro de los dos periódicos supone, lamentablemente, la expresión paradigmática de la imposibilidad manifiesta de que un proyecto periodístico de la izquierda española pueda ser abordado con rigor, seriedad y eficacia si depende, única y exclusivamente, de la fortuna de un empresario. Por más de izquierdas que se proclame. O, dicho con otras palabras, si queda sujeto al albur de sus intereses particulares, veleidades o caprichos que, a la postre, son una misma cosa.
01_portadapublicoDiario Público del 8 de febrero de 2010
En ambos casos confluyen elementos que conviene tener en cuenta a la hora de analizar su frustrada historia desde una perspectiva crítica. En primer lugar, su pretensión de ocupar un espacio político e ideológico a la izquierda de ‘El País’, un medio de comunicación de centro izquierda con fuertes vinculaciones empresariales en países iberoamericanos y una posición editorial acorde con sus intereses de empresa; y, en consecuencia, sumamente crítica con la revolución cubana y la nueva izquierda latinoamericana en el poder. De forma explícita, ‘La Voz de la Calle’ quiso nacer para apoyar las alternativas de la izquierda transformadora y de los nuevos movimientos sociales. ‘Público’ fue diseñado, sin embargo, con un planteamiento bien distinto: prestar sostén político al proyecto socialdemócrata liderado por José Luis Rodríguez Zapatero tras conocerse su nula sintonía con ‘El País’, y, al mismo tiempo, atraer hacia el zapaterismo el llamado “voto útil” de la izquierda revolucionaria.
Vidas paralelas
Un segundo elemento común lo constituye la similar caracterización de esta peculiar pareja de empresarios. Los dos pertenecen política e ideológicamente a tradiciones políticas situadas a la izquierda de la socialdemocracia, si bien sus filiaciones no son idénticas. Y los dos se enriquecieron y amasaron cuantiosas fortunas en muy pocos años. El primero, al calor del boom inmobiliario de los sesenta/setenta del pasado siglo XX, bajo la dictadura franquista; el segundo, con el negocio de los derechos de transmisión de los partidos de fútbol, ya en años más cercanos a los presentes. Para cerrar más aún el perfil de sus ‘vidas paralelas’, tanto uno como otro quisieron emular a Jesús de Polanco, el soberbio Jesús del Gran Poder, que ascendió los peldaños que le condujeron de la nada a la opulencia vendiendo libros de texto repletos de la más burda ideología franquista y se terminó convirtiendo en el primer magnate de la prensa escrita de la democracia española.
El primero de ellos contemplaba su proyecto como la culminación de su trayectoria en la izquierda transformadora. Pretendía finalizar su carrera política en olor de multitudes y cerrarla con lo que, según sus propias palabras, sería “un broche de oro”. Buscaba la gloria olvidándose de que, tal como había señalado alguien que de esto sabía lo suyo, Napoleón Bonaparte, “la glorie est merde…”. El segundo tenía ambiciones mucho más prosaicas: obtener favores económicos del Gobierno socialista y tomar en su mano el testigo de ‘El País’ en su apoyo al PSOE que, en su versión felipista, tantos réditos económicos había reportado alpolanquismo.
Y aunque este objetivo, en última instancia, apareciera camuflado tras un velo político e ideológico militante dirigido contra el capitalismo o, más concretamente, contra su versión neoliberal, muchos posibles lectores lo olfatearon desde la salida a la calle de ‘Público’. Por más que lo pretendiera, no le fue posible neutralizar el particular “algo huele mal en Dinamarca”, el deleznable  tufillo a mercadeo que expelía su proyecto. Y esto, por supuesto, a pesar del buen hacer profesional del equipo de jóvenes periodistas de su plantilla y de los excelentes artículos de opinión de los integrantes de su Consejo Editorial, con intelectuales de la talla del economista José Manuel Naredo o  el catedrático de Ciencias Políticas Ramón Cotarelo, entre ellos.
Este dato explica en gran parte la razón de que no llegara a calar entre un más amplio sector de lectores de izquierda más allá de una hipotética y abstracta “falta de demanda” para publicaciones que no se sitúen en la derecha política. Por eso, y en este marco de consideraciones, algunos analistas convenían meses atrás en que, una vez desalojado de la Moncloa el equipo zapaterista, el diario se había convertido para el editor en un “peso muerto” del que terminaría desembarazándose.
Grandes organizadores de derrotas
El fatal desenlace de los dos proyectos deja a la izquierda española sin dos periódicos diarios impresos y sometida a los embates que se producen en un océano de medios de comunicación en poder de la derecha
Parafraseando a Trostky cabe decir que tanto uno como otro empresario se convirtieron en auténticos organizadores de derrotas para la izquierda española en su conjunto. La razón de que esto fuera así concierne a un dato que aparece diáfano en ambos casos. En sus decisiones primaron sus propios intereses económicos por encima de los objetivos fijados públicamente para los dos diarios. Antes de llegar a estar en la calle, en el primer caso, y después de estarlo desde 2007, en el segundo, sus órdenes de cierre estuvieron basadas en la salvaguarda del volumen de su cartera. Lisa y llanamente. Antepusieron sus intereses más egoístas a sus redentores discursos políticos e ideológicos. Y, al final de la escapada, se identificaron en la práctica con los comportamientos de cualquier otro empresario de la derecha. En realidad, se mimetizaron con el entorno empresarial del que orgullosamente forman parte.
Al hacerlo así, los dos terminaron aplicando los conceptos de la derecha más reaccionaria a la información, a los periodistas y a los lectores. A la información, despojándola de su naturaleza de servicio de interés público, por el mismo título que lo son la educación o la sanidad, la trataron como una mera mercancía, utilizando su valor de cambio para sus particulares intereses. A los periodistas y demás trabajadores de ambos diarios como una fuerza de trabajo más, o, lo que es igual,  como otra mercancía, cuyo destino no podía ser otro que pasar a engrosar el enorme “ejercito industrial de reserva”, las elevadas cifras del paro. Y a los lectores, como una masa amorfa e invisible que no tendría otra cosa que hacer que estar particularmente agradecida por su buena disposición para embarcarse en tamaña aventura… en beneficio de “la causa”.
Pese a todo, incluidas sus profundas contradicciones y limitaciones, el fatal desenlace de los dos proyectos deja a la izquierda española sin periódicos diarios impresos. Sin periódicos diarios de papel y sometida a los embates que se producen en un océano de medios de comunicación en poder de la derecha, desde los que se difunden con total desparpajo los dogmas más rancios del pensamiento conservador, atados y con lacito, en paquetes de banal estupidez. Tan banales como estúpidos pero que calan en las conciencias de millones de españoles de distintas clases y capas sociales.
La prensa que nos queda
El panorama es desolador. Hoy en día, permanecen en pie contadas publicaciones impresas escritas desde la izquierda. Al frente de ellas, la edición española de ‘Le Monde Diplomatique’, que dirige desde París Ignacio Ramonet, referente tanto él mismo como la revista del mejor periodismo crítico y de reflexión. En Barcelona, ‘El Viejo Topo’, sin duda el empeño periodístico de más largo recorrido –se creó en 1976- y que se mantiene por la titánica labor de Miquel Riera, y ‘El Triangle’, semanario con 25 años a sus espaldas gracias al trabajo de Jaume Reixach. En Asturias, ‘Atlántica XXII’, incisiva y combativa revista promovida y dirigida por el periodista Xuan Cándano. En Madrid, el semanario ‘Siglo XXI’, dirigido por José García Abad, y ‘Diagonal’, paradigma del periodismo alternativo en sus dos versiones, de papel y digital.
lavozdelacallePortada del número cero del 5 de abril de 2011 de La Voz de la Calle
El resto del periodismo español de izquierdas discurre online. Es decir, se mueve en el marco de lo que Ignacio Ramonet denomina en su última obra, ‘La explosión del periodismo’, una esfera inédita hasta hace pocos años en la que Internet es el porvenir mediático, surgen las fábricas de información, en la que, por poner un ejemplo de peso, para muchos analistas quien marca la agenda de la política interior norteamericana ya no es ‘The Washington Post’, ‘The New York Times’ o la ‘CNN’ sino un medio digital. Internet ha hecho saltar por los aires el espléndido aislamiento en el que se movía el ecosistema de los medios de comunicación tradicionales, sobre todo los impresos, hoy en día crecientemente presionados por la revolución digital y el incesante desarrollo de las redes sociales.
Un discurso ‘online’ atomizado
En este contexto, el pensamiento de la izquierda transformadora se expande con mayor o menor fortuna a través de páginas web como ‘Rebelión’, ‘Sin Permiso’, ‘Pensamiento crítico’, ‘Viento Sur’, ‘Kaosenlared’ y ‘Cuartopoder’ o el mismo ‘Mundo Obrero’, el periódico del PCE, metido en la arena digital en fechas recientes. A través de ellos circulan las ideas, propuestas y reflexiones de las distintas tendencias existentes a la izquierda de la socialdemocracia. Y, junto a ellas, sitios de muy reciente aparición pero que se multiplican sin cesar, fundamentalmente surgidos de las diversas alas del 15M.
Curiosamente, sin embargo, la expansión del pensamiento crítico y alternativo está sometida a limitaciones extrañas que apenas tienen que ver con las posibilidades casi ilimitadas del mundo digital. Para empezar, el discurso en línea de la izquierda transformadora está verdaderamente atomizado. Su situación en la esfera digital se corresponde de alguna manera con su misma realidad durante un largo espacio de tiempo, por más que en los últimos años se esté avanzando positivamente en los esfuerzos unitarios. En segundo lugar, los lectores de cada una de ellas mantienen una fidelidad casi monógama a unas u otras. Realmente, es muy escaso el porcentaje de lectores que entra en varias de ellas para leer lo que otras voces cercanas pretenden expandir a través de la línea.
Y, para colmo de males, al producirse esa fidelización, que los expertos en marketing postulan a diestro y siniestro, acaban creándose verdaderos compartimentos estancos. De esta forma, las propuestas y alternativas de unas y otras formaciones políticas y de los diversos movimientos sociales en lugar de distribuirse online de forma horizontal, traspasando las empatías respectivas, no salen apenas del círculo de sus seguidores. Y la función de vasos comunicantes que pueden tener los digitales se ve cortocircuitada por ese mirar y leer con orejeras.
Atrincheramiento
Es éste un fenómeno perverso que, en cierta forma, expresa el fuerte individualismo  que aflora a cada paso entre los periodistas y las capas intelectuales. Pero que, además de reflejar un peculiar y suicida autismo, encorseta y pone puertas a la expansión natural del campo digital, lo cual no deja de ser una profunda contradicción con la naturaleza de la misma red. Un auténtico freno que es necesario superar. Para ello es preciso, entre otras cosas, romper el peculiar atrincheramiento construido por cada uno de los medios digitales, acabar humildemente con un cierto ensimismamiento que, ilusamente, se apodera de algunos de ellos y llegar a acuerdos de intercambio y reproducción de contenidos entre todos los que coincidan en el objetivo de contribuir a la unidad de la izquierda transformadora. Sólo a partir de tales acuerdos es posible articular un potente tejido comunicacional que, respetando todas las diferencias y sensibilidades, traslade y refleje en el dominio de la información los esfuerzos por la unidad que se están desarrollando entre las formaciones políticas y los movimientos sociales.
“Salvadores de la patria, ninguno. Y menos aún de la patria de los medios de comunicación”
Esta realidad de los medios de comunicación de la izquierda, que la desaparición de ‘Público’ ha puesto a la orden del día, exige reflexionar sobre algo que se ha repetido hasta la saciedad pero que conviene no olvidar. Hoy más que nunca, es necesario desarrollar una lucha ideológica en profundidad para arrebatar a la derecha la hegemonía que mantiene férreamente desde la inmodélica transición de la dictadura a la democracia. Sin embargo, afirmar que hay que emprender este tipo de batalla de las ideas sin disponer de medios de comunicación, cualquiera que sea su versión, o sin valorar adecuadamente los que existen, es realmente tan ingenuo como patético. La izquierda transformadora tiene que comenzar a repensar lo que está ocurriendo en el campo de la comunicación.
Y para afrontar esa reflexión debe abandonar viejos clichés, colmar lagunas importantes en sus análisis y basarse en una serie de ejes muy claros, forzando una ruptura verdaderamente epistemológica en su forma de entender y abordar el papel de los medios de comunicación. O, en otras palabras, su escasa o, en ocasiones, nula comprensión del poder de penetración de conciencias que tales medios poseen, y de su capacidad de convertirse en organizadores colectivos. Para bien y para mal. Lamentablemente, la derecha lo tiene mucho más claro.
Adaptación
Para empezar, tiene que abandonar la mitología y la mitomanía del papel impreso y no caer tampoco en la mitología y mitomanía de lo digital. De un lado, es posible que el papel impreso tenga los días o los años contados en su vocación de guía intelectual de la sociedad. Pero no es fácilmente predecible cuándo se producirá su óbito. Aunque, quizás, no termine desapareciendo y continúe siendo un referente inexcusable para la reflexión. El ejemplo del semanario alemán ‘Die Zeit’ está ahí, con su medio millón de ejemplares cada siete días y un aumento imparable de su facturación y difusión. De otro lado, frente a lo digital, la izquierda tiene que comportarse como Umberto Eco nos planteaba ante la aparición de la televisión: “Ni apocalípticos ni integrados”. Y, una vez desvanecido el espejismo de verse reflejada en las páginas de papel del diario que dejó de existir, tendrá que dejar a un lado el desprecio casi reflejo del que hacía gala ante los medios digitales y hacer un curso acelerado de adaptación a una de las realidades más potentes de nuestro tiempo, aunque sólo sea para observar cómo sus propuestas se reflejan y difunden online.
Financiación
Pero también es preciso dejar a un lado, de una vez por todas, las fórmulas convencionales de financiación de los medios de comunicación. En primer lugar, es necesario tirar al baúl de los recuerdos la vana esperanza de que un día aparezca un empresario dotado de la sensibilidad política precisa para poner en marcha él solo un proyecto periodístico de izquierdas. Salvadores de la patria, ninguno. Y menos aún de la patria de los medios de comunicación. La reciente historia de los dos periódicos lo demuestra fehacientemente. Frente al “sueño de una noche de verano”, el modelo de propiedad y el diseño económico-financiero de los medios de comunicación de la izquierda tiene que discurrir por otros derroteros y estar basado en otros presupuestos.
En los oscuros días de la dictadura franquista, los periodistas de mi generación reivindicábamos la fórmula de las sociedades de redactores, puestas en marcha por primera vez en el emblemático ‘Le Monde’, fundado por  Hubert Beuve- Mery, y sobre las que uno de sus redactores diplomáticos, Jean Schwoebel, escribió en 1968 un libro espléndido, ‘La Prensa, el poder y el dinero’. Entonces, las sociedades de redactores supusieron una auténtica rebelión de los periodistas contra el poder y el dinero. Para nosotros fue un modelo muy interesante, en tanto que suponía que la información y los periodistas podíamos desembarazarnos del poder del Estado dictatorial y evitar caer en las redes del poder económico, de los empresarios. Su desarrollo, sin embargo, no estuvo exento de profundas contradicciones. Pero, en cualquier caso, constituyó un gran paso adelante.
La propiedad de los medios
Hoy, es necesario avanzar mucho más. Los medios de comunicación críticos tienen que pertenecer a los periodistas, intelectuales, profesionales y trabajadores en general que los trabajan, que los hacen posible, y a sus lectores. Vale decir a los emisores y receptores de los mensajes que se expresan en sus páginas. Y, para ello, los posicionamientos en el mercado de la comunicación deben contar con el concurso de las más modernas técnicas de marketing y de la utilización de las redes sociales. Si a las elevadas dosis de voluntarismo a ultranza que la izquierda pone en sus proyectos se le añaden las mismas dosis técnicas, más temprano que tarde se estará en condiciones de disponer de las herramientas con las que realmente se esté en condiciones de librar la batalla ideológica de nuestros días.
En las primeras líneas de ‘El 18 brumario de Luis Bonaparte’, Carlos Marx recordaba que “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces”. Y, con la agudeza que expresa en sus escritos, añadía: “Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. Descendiendo de las alturas del relato histórico al humilde campo de la información se podría decir que algo de esto ha sucedido en la particular historia de los periódicos de la izquierda y sus promotores. Hay que impedir que de nuevo puedan reaparecer la tragedia y la farsa. Hasta ahora, ha habido demasiada tragedia para los trabajadores de los medios de comunicación abortados o cerrados y demasiada farsa en los promotores.

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