Mercedes
Arancibia
Miro
mi libreta de teléfonos y me dan ganas de llorar por ella; soy de los antiguos,
de los que tienen una agenda gorda con tapas de piel y no menos de treinta
años, con una parte para el día a día (que
se cambia cada año y que hace años que no cambio) y otra inamovible, la lista
de teléfonos donde cada vez hay más agujeros negros, más ausencias.
La
de hoy corresponde a un hombre “en el
buen sentido de la palabra, bueno”: Juan Mari Bandrés, nacionalista de
izquierdas, abogado, político y fundador de Euskadiko Eskerra, generoso y
preocupado por la defensa de los derechos fundamentales, que ha muerto en
Donosti a los 79 años. En mi agenda hay seis teléfonos suyos: uno de Madrid,
dos de Donosti (casa y despacho), uno de Hendaya (casa), otro de Bruselas
(despacho) y uno más de Estrasburgo (también despacho)
Conocí
a Juan Mari Bandrés cuando yo trabajaba en el diario Liberación, a mediados de
los años ’80. Para entonces ya había defendido a Jokin Gorostidi y Itziar Aizpurúa en el
proceso de Burgos, ya había hecho de mediador en la liberación de secuestrados
por ETA, ya había negociado, junto a Mario Onaindía, con el Gobierno de UCD la disolución de la rama
político-militar, ya había sido parlamentario vasco, diputado y senador.
Mantuvimos una relación profesional durante varios años, yo le llamaba desde la
radio y él siempre se ponía.
Hasta que, a
finales de 1989, le llamé desde la redacción de la revista Panorama: era un
asunto muy delicado, un compañero iba a publicar una información que
desacreditaba a Bandrés sin contrastarla con él y yo, que tenía un cierto mando
en plaza, no estaba dispuesta a dejarla pasar. Como siempre, su secretaria –no
recuerdo si María Jesús, en cualquier caso un modelo de eficiencia- le buscó y
me lo trajo hasta el teléfono. Le puse en antecedentes, pasé el auricular a mi
colega y Bandrés desmintió categóricamente la información. Algunos días más
tarde me llamó y me invitó a cenar, aprovechando que estaba en Madrid. Nos
pusimos ciegos de merluza en el Asador Donostiarra mientras hablábamos de casi
todo. Aquella noche nos convertimos en amigos. Yo seguí llamándole, de nuevo
desde la radio, y él siempre estaba. Para todos, a cualquier hora, muchas veces
intempestiva y nocturna.
Le voté en las
europeas y me alegré infinitamente de que saliera; alguna vez me trajo
chocolatinas Lindt de Bruselas. Una debilidad que compartíamos.
Después, un mal
día tuvo un derrame cerebral. Durante mucho tiempo seguí llamando a su
secretaria para saber como iba. Después lo dejé.
Hoy, miro mi
agenda y me dan ganas de marcar los seis teléfonos y preguntar a gritos por
Juan Mari.
*A los muchos
premios que recibió en vida, todos ellos relacionados con la defensa de los
derechos humanos, se ha añadido ayer mismo una Gran Cruz del gobierno a título
póstumo. Ya era hora, ya les vale.
Totalmente de acuerdo en lo del "hombre bueno"machadiano.Yo quisiera destacar sobre todo su coherencia, como usaba la palabra para expresar sus ideales; su discurso apasionado, pero siempre en su justo punto.Bandrés era y sigue siendo para mi el paradigma de un político sensato, lleno de sentido común y hombre de consenso, honesto , en una etapa compleja de la actividad política en España y en Europa. Parece un tópico, pero se están yendo los mejores de la escena democrática y sus lugares muy a duras penas se van ocupando, porque cada ser humano es único y ellos se habían bragado en mil y una batallas por una España mejor y democrática.
ResponderEliminar¡Salud por siempre! y mi encarecido pésame a su familia y a EE integrado en el PSOE. Vivimos despidiéndonos y eso siempre es duro, durísimo, sobre todo cuando quien se marcha es un ejemplo de bonhomía y de saber hacer y estar.