Ángela Merkel |
Alguien puede
desmentir que hasta principios de los 80 la dimensión de los bancos y de los
fondos de inversión era de ámbito local y que todo cambió con la llegada de Ronald
Reagan y Margaret Thatcher al poder. Es acaso incierto que León Brittan,
ministro de industria y comercio con la dama de hierro, fue recompensado por
ello con la presidencia de la Unión de Bancos Suizos.
A aquella decisión de
Reagan y Thatcher le dieron continuidad a principios del 2000 los asesores de
George Bush Jr, puntualizo lo de los asesores porque al vaquero no se le conoce
capacidad para tanto, permitiendo fusiones bancarias y que estos sobrepasaran
las fronteras estatales. Estos mismos asesores dieron vía libre a que los
fondos de inversión, hasta entonces de menor tamaño que los bancos, convirtieran
la economía en lo que se ha venido en llamar mercados casino, de forma que la inversión fuera mayoritariamente
especulativa y sin fronteras y contra la deuda soberana de ciertos países.
En Europa, Merkel,
Cameron y Sarkozy, los abanderados de la desregulación, nacionalizaron sus
bancos después de sanearlos con dinero público y ahora, al menos los dos
primeros, los utilizan para especular con la deuda de los países del sur. En su
condición de mandatarios, tanto Merkel como Cameron disponen de información privilegiada
acerca de las políticas comunitarias y acerca de la “supuesta debilidad” de las
economías del sur y con esa información actúan sus bancos atacando la deuda pública
española, italiana, portuguesa, griega y ocasionalmente la francesa. El resultado
es de todos conocido, Alemania gana dinero en los mercados de la deuda soberana
a costa de hundir a países aliados. El control alemán sobre las decisiones
financieras alcanza tal nivel que su expresidente Christian
Wuff, presuntamente implicado en un escándalo de corrupción y cesado por
Ángela Merkel, ocupa ahora, como premio por los servicios prestados, un altísimo
cargo en la Unión de bancos Suizos.
En juego
está la obsesión del liberalismo por repartirse la tarta de los cada día más
recortados servicios públicos. Si en las décadas anteriores se repartieron las
industrias y sectores estratégicos como la energía o las grandes
infraestructuras, ahora van a por lo poco que queda para hacer negocio: educación,
sanidad y servicios sociales.
Esta
realidad, que hasta yo alcanzo a entender, es de sobra conocida por los
prebostes de la socialdemocracia europea y pese a ello no han hecho nada por
denunciarla y combatirla. Muy al contrario, callan y participan del discurso
ultraliberal según el cual todos hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades. De inmediato me vienen a la mente algunas preguntas ¿Acceder a
una vivienda es vivir por encima de nuestras posibilidades, porque si es así debería
reformarse de inmediato la constitución española? ¿Disfrutar de vacaciones tras
un año de jornadas agotadoras y mal remuneradas es también vivir por encima de
nuestras posibilidades? ¿También es un derroche acceder a la sanidad, la educación
y a una pensión mísera? Dígase alto y claro si se piensa así.
Lo cierto
es que ha sido la ambición especulativa y la carencia de regulación a bancos y
mercados casino la que ha arruinado países enteros y llevado a la hambruna a
millones de ciudadanos europeos. Y si es así, a que viene ese silencio cómplice
cuando la única culpa ha sido la de someterse al chantaje practicado contra nuestra
economía por ciertos fondos de inversión y países como Alemania y Reino Unido.
EL
CASO ESPAÑOL
Aumenta el número de partidarios de salir del € |
Centrándonos
exclusivamente en lo que ocurrió en Europa a lo largo del período en el que se
gestó la burbuja inmobiliaria, la banca española estuvo concediendo créditos de
una manera irresponsable. Se presumía que la tendencia seguiría imparable y,
que por tanto, las acreditaciones concedidas estarían siendo suficientemente
respaldadas por la continua revalorización que estaba adquiriendo el sector
inmobiliario. Para continuar obteniendo beneficios, nuestra banca se endeudó
(especialmente con la banca alemana) más allá de los límites que en toda lógica
debería haberlo hecho. Es natural que cuando aparecieron las espigas yermas, y
una gran parte de los colaterales de nuestra banca se convirtieron en productos
tóxicos, la alemana y la francesa consideraran que era preciso establecer una
política económica con la que asegurar el cobro de sus préstamos.
Hasta
aquí todo es no sólo razonable sino completamente consecuente. Lo que ocurre es
que, para hacer frente a estas obligaciones, la economía española tenía
necesidad de mantener su actividad. Y esto, en función del estallido de esa
burbuja (que a tenor de lo descrito asolaba a la banca), amén de la estructura
productiva de nuestro mercado, resultaba imposible. Pero es que además, al
descender la mencionada actividad y consecuentemente incrementarse el paro,
hubo que aumentar las ayudas sociales. Del moderado superávit que tuvo España
en el 2007, en 2009 se pasó a un déficit del 11% del PIB. Con lo cual, ante los
ojos de nuestros acreedores, la solvencia de España estaba en entredicho. Ante
esta realidad es de entender que la política económica que se dictara desde la
UE fuera la de reducir el mencionado déficit. Cayera quien cayera. Y este
cayera recayó en los que siempre han tenido que seguir remando. En los que
condenados a bogar, este remar sólo representaba una manera de alcanzar los
objetivos de los que les mantenían encadenados. Había que salvar a la banca;
porque supuestamente ésta era la única que podía restablecer la actividad que
tanto precisábamos. Había que evitar (aunque este tratar no fuera más que una
proposición que por las peculiaridades que tenemos que adscribirles al dinero
no podía ser vinculante) la fuga de capitales que se temía se habría de
producir como consecuencia de la bancarrota de nuestra economía.
Lo
que ocurre es que en la economía alemana su índice de paro era razonablemente
moderado y una política restrictiva, en la que se hubieran de subir los
impuestos y luchar contra el déficit, no habría de afectarla en demasía. En
España, con un paro de un 25%, resultaba un suicidio. En el sentido más literal
del término. Un suicidio que a la larga habría de redundar en la imposibilidad
de que pudiera afrontar sus obligaciones. He aclarado que en el último año
(mientras que los demás países de la Unión se han estado empobreciendo)
Alemania se ha enriquecido espectacularmente. En este informe no se especifica
quienes han sido los favorecidos en este enriquecimiento. Aunque, si tenemos en
cuenta la prácticamente nula evolución de sus salarios (amén de las diferencias
entre la prima de riesgo que tiene que pagar por su déficit y la que se ven
obligados a afrontar los países que se encuentran en su periferia), podemos
asumir quienes han sido los beneficiarios de esta situación de crisis.
Aquí
no se está fomentando lo que debería ser una Unión, se está tratando de volver
a conformar una nación en la que vuelva a sonar, convirtiéndose en un hito
(especialmente durante el III Reich) aquel “Deutschland über alles” que tanto
daño hizo a quienes lo propalaban como a los que se encontraban más allá de
esta proclama. Y si esto es así, y me temo que el concepto “nación” está
arrollando lo que se propugnó en el Tratado de Roma, aquellos países que están
sufriendo los estragos de una estrategia que ha sido diseñada para utilizarnos
deberían salirse de la Unión y dejar que aquellas naciones que, por la afinidad
estructural de su aparato productivo, hubieran alcanzado una elevada
competitividad se convirtieran en las futuras candidatas a las confrontaciones
que habrán de producirse.
He escuchado también que, ante las presiones ejercidas por aquéllos que se encuentran en el borde del precipicio, Alemania accede a que se establezcan una serie de concesiones a través de las cuales moderar las inclemencias que están sufriendo algunos países. Como si una concesión pudiera ser algo que tuviera que aceptarse entre aquéllos que deberían ser iguales. Como si con estas medidas se pudiera solventar la existencia de unas disparidades en un modelo productivo que se encuentran en la base de lo que nos está diferenciando. Ante la imposibilidad de establecer una verdadera Unión, a mi entender deberíamos abandonar un euro que tendría que revalorizarse y volver a un medio de cambio que, como la peseta, a pesar de todas sus secuelas negativas, nos permitiera diseñar lo que hubiera de ser nuestro futuro.
He escuchado también que, ante las presiones ejercidas por aquéllos que se encuentran en el borde del precipicio, Alemania accede a que se establezcan una serie de concesiones a través de las cuales moderar las inclemencias que están sufriendo algunos países. Como si una concesión pudiera ser algo que tuviera que aceptarse entre aquéllos que deberían ser iguales. Como si con estas medidas se pudiera solventar la existencia de unas disparidades en un modelo productivo que se encuentran en la base de lo que nos está diferenciando. Ante la imposibilidad de establecer una verdadera Unión, a mi entender deberíamos abandonar un euro que tendría que revalorizarse y volver a un medio de cambio que, como la peseta, a pesar de todas sus secuelas negativas, nos permitiera diseñar lo que hubiera de ser nuestro futuro.
Sé que esto ha de representar
una debacle tanto para los que estamos endeudados como para los que ostentan la
posición de acreedores. De la misma manera que sé que son los que dependen de
un salario los que más sufren con una sempiterna devaluación. No obstante, lo
que no podemos admitir es que, si no se produce una verdadera integración con
la que superar las diferencias que concurren en nuestros modelos productivos, el
proyecto que se gestó en Roma resulta totalmente inviable. Tan inviable como
que este proyecto es totalmente incompatible con lo que, como soberanía,
caracteriza a todas las naciones. Como echo de menos aquí el patriotismo de
nuestra derecha. Ah, por un momento se me olvidó que el dinero no conoce
fronteras ni banderas.
Marcel Félix de San Andrés
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