Las Cortes
Generales han quedado constituidas este 13 de diciembre, si no en fraude de
ley, sí en fraude democrático. Sencillamente porque no representan la voluntad
popular; o toda la voluntad popular.
En contra de
lo que se ha predicado con anodina insistencia, el votar es un derecho, y solo
un derecho; no una obligación. Y el hecho de acudir dócilmente cada cuatro años
a las urnas no debiera conferir más derechos que optar libremente por otra de
las varias opciones, igualmente legítimas, como es la abstención. Sin embargo,
a unos y otros ciudadanos no se les otorga igualdad de derechos. Los
abstencionistas son condenados al ostracismo ideológico, como ciudadanos sin
entidad ni identidad, como seres abúlicos y asociales. Y como tales son
ignorados en el Parlamento
¿Alguien
puede sostener con honestidad intelectual que los 9,71 millones de personas que
se abstuvieron el 20 de noviembre responden a ese estereotipo? Sería muy
interesante desde el punto de vista sociológico conocer cuantas de esas
personas “ejercieron su derecho a la abstención” de manera consciente y
comprometida porque ninguna de las propuestas electorales se ajustaba a sus
convicciones políticos, o sencillamente consideran que la política está al
servicio de intereses bastardos, y cuantas de las personas que “ejercieron su
derecho al voto” lo hicieron, también de manera consciente, con conocimiento
real de los postulados programáticos del partido al que votaron.
No debiera
pasar desapercibido el hecho de que más de la cuarta parte de la población con
derecho a voto -un 28,31% exactamente- han optado por la abstención. Y el
derecho de esos ciudadanos a ser “no representados” en el Congreso ha sido
vulnerado, sigue siendo vulnerado sistemáticamente por una carta de derechos
fundamentales que adolece de rigor en su propia esencia.
Si un
concejal en un ayuntamiento, un diputado en el Congreso o un senador en el
Senado puede abstenerse legítimamente cuando vota, y su voto computa con el
mismo valor que cualquiera de las otras opciones, no se entiende que la
abstención de un ciudadano no tenga el mismo valor en unas elecciones
generales, autonómicas o locales.
Esta tropelía lleva a que en el Parlamento sólo estén representados los ciudadanos que votan, siendo condenados al ostracismo los que con su “no voto” rechazan unas prácticas políticas que, con acierto o sin él, consideran perversas para el devenir de la coletividad. O que simplemente “no están por la labor”.
La toma en
consideración o no de los que optan por no acudir a las urnas no es un asunto
baladí. La abstención fue la segunda opción con mayor ‘respaldo’ el pasado 20N
de entre las legítimamente posibles. Si estos electores de derecho tuvieran su
“no representación” en el Congreso, hoy habría, ‘grosso modo’ e ignorando la
maléfica ley D’Hont, 99 escaños vacíos. Evidentemente este es un cálculo
un poco burdo, a modo de “la contribución de Chueca”. Pero tomemos como
referencia los resultados en Castilla La Mancha: Si se hubiera tenido en
cuenta la abstención en el reparto de escaños, el PP, en lugar de 14 habría
obtenido 9, y el PSOE en lugar de 7 habría obtenido 6. Y si en Cuenca a la
abstención se le uniera el voto en blanco, el Partido Popular perdería aún un escaño
más.
No se trata
aquí de defender ninguna de las opciones posibles ante las urnas. Se trata
simplemente de significar la trascendencia que tiene el ignorar a los que se
abstienen: Hoy el PP no tendría mayoría absoluta, con lo que ello significa para
la acción de gobierno durante la legislatura.
Rajoy
mantendría, seguramente, el mismo rostro hierático; pero no sólo miraría a
Bruselas y Berlín.
EFECTIVAMENTE SERIA INTERESANTE ESE ESTUDIO SOCIOLOGICO.ES PREOCUPANTE QUE EN UNA EPOCA DE CRISIS LA ABSTENCION SEA TAN ALTA Y MAS SI LO UNIMOS AL 15M.
ResponderEliminarEL PASAR POR ALTO LAS ABSTENCIONES ES UN GRAN ERROR,EL QUE QUIERE VOTAR Y NO LE CONVENCE NINGUN PARTIDO TIENE LA OPCION DE VOTO NULO.¡¡BUENA PREGUNTA PLUMAROJA Y DEBERIA DAR QUE PENSAR A MUCHA GENTE¡¡¡