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IZQUIERDA Y NACIONALISMO ¿HEMOS PERDIDO LA BATALLA IDEOLÓGICA?


Alguien, no se quien, pero alguien parece ser que dijo algo así como: “la batalla que es seguro que está perdida es aquella que no se da”. Me viene al pelo esta sentencia porque, desde mi humilde punto de vista, la izquierda no ha sido capaz, en ningún momento, de dar la batalla sobre la cuestión nacional. Me estoy refiriendo claro está a la izquierda en Cataluña. Y claro está, la izquierda ha perdido esa batalla.

Lo cierto es que la ten ponderada transición, es decir, el inicio de las libertades formales en nuestro país, se consigue en la segunda mitad de los años setenta, cinco minutos antes de que las fuerzas de izquierda en general, en todo el planeta, entren en un largo ciclo de decadencia que va progresivamente aniquilando el espacio político de los partidos comunistas, incluso la desaparición de estos partidos como agentes políticos relevantes. La izquierda que lucha por la Ruptura en nuestro país tiene demasiados frentes abiertos, así que, a pesar de que llega con fuerza al vestíbulo de las libertades formales, son múltiples las fuerzas (todas) que tiene en contra, consiguiendo abortar ese proyecto. Se termina configurando así una especie de pacto para las libertades por el que, a grandes rasgos, se reconocen de una parte las libertades formales y de otro queda incólume todos los poderes fácticos que han dominado el país desde…. Toda la vida.La izquierda pierde la batalla en el mismo momento que no es capaz de imponer la Ruptura Democrática. Eso sucede por supuesto en todo el Estado pero la derrota es especialmente contundente en Cataluña que, madrugadora, se adelantará a la debacle comunista de Octubre del 82 y ya en 1981 en el nefasto V congreso del PSUC, convergen todos los elementos que van a propiciar su implosión. Mejor dicho: su aniquilación ¿definitiva? Esperemos que no.
El perfume que se respira allá por los años setenta, en las fábricas, en los centros de producción del Vallés, en los barrios populares de la Cataluña industrial, era el de lucha sin cuartel por la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de las amplias masas de trabajadores y trabajadoras de la comarca. Es decir: la lucha por la emancipación de la clase obrera es la idea fuerza que dinamiza a las fuerzas de izquierda, con el PSUC claramente a la cabeza de ese impulso emancipatorio. Barcelona, el barcelonés, el Baix Llobregat, todos ellos con una tipología y unos problemas similares van a desarrollar también esa lucha sin cuartel en pos de la liberación de la clase obrera. Estamos hablando de la Cataluña que se opone al franquismo, la que da la cara, la que asume de forma contundente de una parte la emancipación social y de otra el reconocimiento de la realidad nacional al integrar en sus reivindicaciones, y de forma preeminente, la recuperación de l’Estatut del 32.
Así, en ese magma explosivo, atemperado por intereses ubicuos, se llega al 15J/77 cosechando la izquierda unos resultados más que magros. No sucede lo mismo en Cataluña en las elecciones autonómicas de 1980. No debemos olvidar que en las primeras autonómicas, allá por el ya lejano 1980, el partido supera los 500.000 votos y se hace con 25 actas de diputado, solo por detrás de “la derecha güay” de CiU, que consigue 753.000 y 43 diputados, y de la “izquierda” recién llegada en forma de PSC, que recibe el aval de algo menos de cien mil votos más que el partido y 33 escaños. Detrás, y a notable distancia quedará la UCD y la Esquerra, que, acudiendo al club de octogenarios que la mantienen en hibernación, se hará con algo más del 8% de los votos, lo que le reportará 14 diputados merced a un siempre bien cocinado sistema electoral que prima a las opciones conservadoras. Cabe, tal vez, poner de manifiesto, que excepto en el caso del PSA, cada acta del partidonecesita 3.000 votos más que una de CiU, otros tantos con respecto a Esquerra y 2.000 más con respecto al PSC.
Los nacionalistas eran “gent d´ordre”
Es decir, en la Cataluña de 1980 el nacionalismo goza de una implantación más que modesta, y lo que después conocimos como nacionalismo más radical, su implantación se aproxima a cero. Solo recordar que la única acta de diputado de la Esquerra en 1977 la obtiene merced a los votos y a la acción de los combativos compañeros del PTC, una organización plagada de xarnegos. ¡Ah! Y que no se argumente esta debilidad como causa de la represión. ¡Nada de eso! La represión en los años sesenta y setenta se ceba en las organizaciones de izquierdas, en las vanguardias obreras políticas – PSUC, PTC, MC, OIC etc.- y sindicales – CC.OO. CSUT, USO, etc. Es en estas vanguardias donde opera la brigada político-social, es de estas vanguardias de donde salen los contingentes que van ocupando las cárceles del franquismo. Los nacionalistas eran gent d’ordre, aixó dels alderulls es cosa de gent vinguda de fora, es cosa de xarnegos.
En la Cataluña de 1980 el nacionalismo gozaba de una implantación más que modesta, y lo que después conocimos como nacionalismo más radical, su implantación se aproxima a cero
El nacionalismo, partiendo casi de cero, ha conocido un impulso espectacular en los últimos 40 años, pero sus logros más notorios se empiezan a cosechar a partir de 1980. Mejor dicho, la constitución de 1977 le proporciona al nacionalismo una posición de claro privilegio que le va a permitir cuestionar día si y día también al gobierno de la nación. Esa bien trabajada condición de partido bisagra capaz de abrazar ora al PP ora al PSOE (partidos estos con una más que gran coincidencia de fondo) facilita la presión permanente y la puesta en primera línea de la necesidad – seguramente con fundada razón – de corregir la “injusta participación de Cataluña en los presupuestos de la nación”. En cualquier caso, acumulando las transferencias que l’Estatut – de acuerdo con la Constitución – prevé, tironeando de uno u otro de los partidos gobernantes, ambos ávidos del apoyo estratégico nacionalista en el parlamento, CiU rentabiliza con singular inteligencia su posición de bisagra consiguiendo de una parte condicionar el gobierno de la nación y de otra la más completa libertad para decidir sobre Cataluña e identificar a la propia Cataluña con CiU. Se inicia el periodo voluntariamente asumido por la izquierda en el que el debate sobre la cuestión nacional, el propio cuestionamiento del nacionalismo es un tema tabú. Así ha sido hasta ayer. Ahora, con cerca de cuarenta años de retraso, la izquierda se ve en la tesitura de engancharse a las proclamas independentistas, las más fáciles, o bien desarrollar su propio proyecto de España como realidad plural en la que la convivencia es no solo posible sino deseable y aconsejable en un proyecto de República Federal.
El nacionalismo que hoy conocemos es obra de la derecha catalana neoliberal
El nacionalismo que hoy conocemos, sin negar otros antecedentes históricos, es un constructo de los últimos cuarenta años, el periodo previo a la conquista de las libertades formales. Es, ni más ni menos que la obra del nacionalismo conservador, fundamentalmente de CDC y de UDC, es obra de la derecha catalana. Son ellos quienes dominan todo el entorno de la cuestión nacional, ellos los que dirigen el proceso y a ellos, a ese nacionalismo neoliberal y neoconservador, se somete el nacionalismo radical de ERC. Ellos son los que ponen los medios, la megafonía y el soporte para que la “mani” del 11/09/12 tenga una resonancia sin precedentes. A ese nacionalismo, a ese impulso hacia la independencia es al que se engancha, totalmente desnortada, la izquierda catalana. No es de recibo.
La constitución de 1977  proporcionó al nacionalismo una posición de claro privilegio y su bien trabajada condición de “partido bisagra” facilitó la presión permanente y la puesta en primera línea de la necesidad de corregir la “injusta participación de Cataluña en los presupuestos de la nación”
Además, el modelo que sale de la CE/77 es, en gran medida, aceptado por una inmensa mayoría del pueblo catalán. Esa posición de privilegio, ese magma tan fértil para el nacionalismo y tan inteligentemente aprovechado por CiU que tironea a uno u otro de los partidos que gobiernan la nación obteniendo, básicamente, una mayor cuota de participación de Cataluña en los presupuestos del Estado. Una situación cómoda, sin problemas, muy provechosa que permite al nacionalismo gobernante mantener el tipo hacia adentro, la fuerza hacia fuera y la hegemonía incontestada.
Esto funciona así hasta que el relevo en el Palau de la Generalitat obliga, como no podía ser de otra manera, a formular por parte de las fuerzas formalmente no nacionalistas, cotas a las que elevar ese nacionalismo. El campo ideal para la Esquerra que acaricia así la idea de disputar el liderazgo nacionalista a CiU. Una trampa para el PSC y una situación como cualquier otra para ICV que solo tiene interés en gobernar a cualquier precio. Es ahí cuando, contando con la débil personalidad del presidente del gobierno de la nación, el tripartito, que solo concibe la confrontación con el nacionalismo a base de profundizar en el mismo, lanza el órdago del nuevo Estatut, algo que solo era deseado, según las encuestas del momento, por el 5% aproximadamente de la ciudadanía. El desarrollo posterior de ese proceso va a suponer una espiral que alimentará vigorosamente al nacionalismo a la vez que continúa siendo tema tabú para la izquierda. La sentencia, hubiera sido la que hubiera sido, solo contribuirá a alimentar esa espiral.
La Cataluña que hoy dibujan los nacionalistas hace tabla rasa, un paréntesis, de los últimos cien años de convivencia, normalmente pacífica, de masivas y profundas migraciones que terminan conformando, al menos en número, la mayoría de la ciudadanía, e inicia su periplo como si estuviéramos en la Cataluña del siglo XIX. Es por eso que se ve en la necesidad de anular, o mantener al margen a una parte tal vez mayoritaria de la ciudadanía catalana. Y es así como en el rol de las fuerzas políticas presentes, las que cuentan, hay un número elevadísimo de catalanes, tal vez más del 60%, que quedan excluidos del debate nacionalista, a los que solo se les ofrece la adhesión incondicional, bien entendido que inmersos en el obligatorio proceso de olvido de entornos culturales, afectivos y de identidad. Con esos mimbres no es difícil que el cesto nacionalista pueda hacer aguas. Solo una nota al respecto: el PIB de Cataluña se multiplica por dos en cuatro años en el periodo 1965 – 1969. En ese periodo algo más de 1.000.000 de españoles procedentes de todos los rincones de España se asientan en Cataluña.
Abrir el debate a toda Cataluña y entrar a fondo en él
Ahora se trata simple y llanamente de asimilar a la mayoría de la ciudadanía en función de los intereses y apetencias del nacionalismo. Algo que la izquierda debe repudiar y abordar de forma decidida -la cuestión nacional- desde sus propias perspectivas. Cuestionando todo tal como ha hecho y hace el nacionalismo. Eliminar el tabú y abrir el debate aunque con cuarenta años de retraso poniendo los cauces para que en el mismo participen el máximo de ciudadanos. Abrir el debate a toda Cataluña, a toda la ciudadanía y entrar a fondo en él. De ahí surgirá la Cataluña real, hoy ignorada por el discurso nacionalista.
Con cerca de cuarenta años de retraso, la izquierda se ve en la tesitura de engancharse a las proclamas independentistas, las más fáciles, o bien desarrollar su propio proyecto de España como realidad plural en la que la convivencia es no solo posible sino deseable y aconsejable en un proyecto de República Federal
Esa es una apuesta seria de futuro, porque, si bien es cierto que debe ser odioso estar a la fuerza en el contexto de una soberanía que no se desea, si bien es lícito luchar y poner todos los medios pacíficos para salir del marco en donde lo mantienen a la “fuerza”, no es menos odioso alterar ese marco y que buena parte de ciudadanos se encuentren en un marco que no desean proviniendo de un contexto de país del que se les ha separado a la fuerza.
Un debate de toda la ciudadanía sin verdades absolutas ni temas tabú. Esa debe ser la apuesta de la izquierda. En su horizonte: la República Federal. Pero que la ciudadanía decida de verdad.

Chema Sabadell. Construyendo la Izquierda.


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