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Fraga. Otros recuerdos, otra biografía, otra memoria


1963. Se hace un silencio y se escucha un grito. Alguien alza la voz: “¡Fascista!”. Según la crónica de la época de Luis Ramírez en ‘España hoy’: “Fraga se abrió la chaqueta, sacó pecho y contestó: ¡A mucha honra, gracias!”. El dramaturgo José Bergamín no lo desdice: “En mi vida he visto mucha gente con fama de fascista o que quería profesar el fascismo, pero sólo he conocido dos de verdad: uno fue José Calvo Sotelo, la otra es Manuel Fraga”.

“Monsieur Fraga es un fascista, nació fascista y morirá fascista”
En Europa lo ven prácticamente igual: “Escuche con atención, amigo: usted es buena persona, tanto que raya en la ingenuidad. Monsieur Fraga es un fascista, nació fascista y morirá fascista. Y no obtendrá nada de los gaullistas. Le dice alguien que ha estado luchando contra el fascismo toda su vida”. Son palabras de Jean de Lipkowsk, responsable de Asuntos exteriores de la Unión de Demócratas por la República (UDR) francesa. Palabras citadas por Jorge Verstrynge en el libro ‘Memorias de un maldito’ (1999).
De idéntico parecer era la familia de Luis Cernuda, el poeta que inmortalizó los versos “recuérdalo tú y recuérdalo a los otros”. Cuando en plena dictadura le pidieron al ministro franquista permiso para que el poeta pudiera asistir al entierro de su madre desde el exilio mexicano, Manuel Fraga Iribarne les espetó: “¡Que se quede donde está! ¡Ya tenemos bastantes maricones en España!”. Poco antes, a las mujeres de los mineros en lucha de la cuenca del Nalón de Asturias en 1962, las tildó de “piojosas”. Habían sido rapadas en el cuartel de la Guardia Civil, humilladas y paseadas por las calles de Langreo y reiteradamente golpeadas.
De Palomares a Ruano
En 1966, el ministro estrella de Franco (1962-1969) remojó sus genitales nucleares en Palomares, después de que un B-52 norteamericano perdiera cinco bombas de hidrógeno sobre la localidad almeriense. En bañador, inasequible al desaliento, anunció a diestro y siniestro que no había pasado nada. Pero Palomares resultó ser, después, el accidente nuclear más grave sucedido nunca en el Estado español: el 29% de la población fue contaminada por plutonio.
Como contaminada de mentiras, fue, en 1969, la muerte en comisaría del joven estudiando Enrique Ruano, que inspiró la canción ‘Que volen aquesta gent’  de María del Mar Bonet.
Fraga ató en corto la campaña de prensa impulsada por ABC -a través del periodista-policía Alfredo Semprún- para presentarlo como un suicidio. El ministro llamó personalmente el padre del estudiante muerto, le amenazó y le dijo que abandonara toda protesta: le recordó que tenía otra hija de la que preocuparse. Ya se sabe que la diferencia entre mafia y fascismo es, precisamente, que no hay diferencias. Aquel mismo año, Fraga fue el encargado de dirigir la campaña del régimen “25 años de paz” y seis años después, el 24 de enero de 1969, se encargó de anunciar el estado de excepción que llenó las prisiones de luchadores obreros.
fr2_grimaudEn el diario El País (30, abril, 2006), afirma no arrepentirse del fusilamiento de Julián Grimau. Fraga fue el encargado de anunciar la ejecución, firmó personalmente la condena y tildó al dirigente comunista del PCE de “ese caballerete”. ©Fundació Pere Ardiaca
De Granados y Delgado a Puig Antich. Currículum de muerte
Fraga también está, según todas las investigaciones, detrás la decisión de ejecutar a los anarquistas Francisco Granados y Joaquín Delgado, asesinados por el garrote vil tras un juicio de pantomima en 1963. Un crimen que Fraga justificó por radio y televisión. Con palabras quizás no tan exactas como las que tuvo que escuchar un reportero de Reuters el 20 de mayo de 1974 en Londres. El periodista requería a Fraga, nombrado embajador en el Reino Unido en 1973, con qué legitimidad se constituiría el nuevo gobierno. Siempre torrencial, fuera de sí gritó: “¡Con la legitimidad de las metralletas!”. Antes, en febrero de 1974, Fraga ya había recibido al director de una revista: “Usted no ha venido a verme; ha venido a interceder por Puig Antich”. Obviamente, Fraga no movió un dedo. En 1975 tampoco le tembló la mano ni la voz cuando un grupo de la oposición pidió a la embajada londinense que intercediera por los que serían los últimos fusilados del franquismo, militantes de ETA y del FRAP. El diálogo habla por si solo:
— “¿Usted, como catedrático, estará en contra de la pena de muerte?”
— “A cierta gente, yo no la fusilaba. Se la tendría que colgar por los cojones”.
Máximo responsable de la matanza de Gasteiz
El 3 de marzo de 1976, ya nombrado ministro de Gobernación en el ejecutivo protofranquista de Arias Navarro, comanda personalmente la represión al movimiento obrero autónomo de Gasteiz que provocó la muerte de cinco trabajadores en el ataque policial a la iglesia de Zaramaga, mientras se celebraba una asamblea abierta. Fraga, el ministro más activo de Franco, fue quién ordenó abrir fuego real, quien va a popularizar la frase “la calle es mía”, y quien manipuló chapuceramente el relato de los hechos. Fraga teorizó que “la responsabilidad íntegra era de los que continúan sacando gente a la calle”. Pero la visita propagandística al hospital para ver a los heridos no va salirle bien. “Qué vienes, ¿a rematarlos?” preguntó el hijo de un herido. Otro familiar le cerró la puerta. “¡Fascista!, ¡hijo de puta!”, le llamaron.
Gritos que todavía resonaban en 2006, con motivo del 30 aniversario de los asesinatos impunes de Gasteiz. Entonces Lluís Llach -que compuso ‘Campanades a mort‘ en su tributo- declaró: “Todos sabemos que aquello fue un acto de terrorismo de Estado, ejecutado por responsables ministeriales todavía vivos, todos lo sabemos perfectamente. (…) Para nosotros nunca habrá transición hasta que se pida perdón a las víctimas de Gasteiz; los perseguirá nuestra memoria por siempre jamás”.
Ni antes, ni después, ni durante, Fraga retrocede. Sólo tres días después de la matanza, en rueda de prensa, Fraga levanta el brazo y escupe. “El que no haya aprendido la lección de Vitoria, él verá lo que hace. (…) El que quiera plantear la lucha, la tendrá. Con todas sus consecuencias. ¡Dejémonos de pamplinas!” brama. Y se deja de pamplinas sólo dos meses después: el 9 de mayo en Navarra. Reincidiendo en la violencia estatal, llegan los muertos del suceso de Montejurra, el intento del estado franquista –con Fraga urdiendo la trama ultraderechista en conexión con los servicios secretos– para trabajar la cultura del terror y desactivar los anhelos del cambio político y social que se incubaban en el carlismo autogestionario.
De aquella época es otra cita de Fraga Iribarne: “El mejor terrorista, el terrorista muerto”. En 1983 ficha a Rodolfo Eduardo Almirón, ultra de la siniestra Triple A argentina, como jefe de seguridad de Alianza Popular. Nada extraño: en 1964 Fraga se dirigía por carta a Otto Skorzeny, miembro de las Wafen-SS residente en Pollença (Mallorca) y directamente vinculado en la red Odessa de fuga de antiguos dirigentes nazis.
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El 3 de marzo de 1976, comanda personalmente la represión al movimiento obrero autónomo de Gasteiz que provocó la muerte de cinco trabajadores. ©Germán Gallego
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De Pinochet a Guatemala, pasando por Banzer
Franquista resistente, fundador de AP y del PP y a la vez ‘padre’ de la Constitución, el tiempo mediocre de la farsa de la transición y el camuflaje de la reconversión no van arreglar nada. Franquista de pura cepa, en 1986 propone una marcha sobre Gasteiz, al estilo mussoliniano de la marcha sobre Roma, para forzar un golpe de estado. En 1999 dice a los militares guatemaltecos responsables de 34 años de genocidio: “Teniente Fraga a las órdenes de todos ustedes. En España, desde 1936 hasta la muerte del Generalísimo, transcurrió una transición social muy importante: la larga paz”. En el año 2000 visita al ex dictador boliviano Hugo Banzer y a la salida declara: “Me honra mantener una vieja amistad con el General, por quien tengo admiración”. Tres días más tarde defendía a Pinochet públicamente.
“Siempre opuesto abiertamente al esclarecimiento del caso GAL”
Siempre opuesto abiertamente al esclarecimiento del caso GAL, el 2002, en un documental sobre la guerra sucia en el País Vasco, calificó como “movimiento de autodefensa” el terrorismo de estado con conexión ultraderechista (Batallón Vasco Español, ANE, ATE) de la transición política española y añadió, enigmáticamente, que “volvería a producirse en los próximos tiempos”. Cuatro años después, en una entrevista al diario El País el 30 de abril de 2006, afirma no arrepentirse para nada del fusilamiento de Julián Grimau. Fraga fue el encargado de anunciar la ejecución, firmó personalmente la condena –Franco lo requirió a todos los ministros– y tildó al dirigente comunista del PCE de “ese caballerete”. De nuestra cultura y nuestro país ya había dicho, en 1968: “Cataluña … la ocupamos en 1939 y estamos dispuestos a ocuparla tantas veces como sea necesario”.
La Galicia caciquil
No cabe todo el olvido condensado en una pieza. Impulsor de la Galicia más caciquil y regionalista, designadorde Aznar como sucesor y adulador de los golpistas del 23F (“personas llenas de buena voluntad”), constructor de un sistema férreo de censura desde la Xunta de Galicia, urdidor de la corrupción en el voto de los inmigrantes gallegos dispersados por el mundo, minimizador del holocausto nazi, feroz con el feminismo, comprador de doctorados honoris causa a universidades de países pobres, numerosas biografías -alguna inmediatamente retirada por las falsedades que incorporaba- han intentado maquillar su pasado y presente, incluso el desastre del ‘Prestige’ que va arruinar la costa da morte gallega.
Auto presentándose como el tercer gran prohombre del conservadurismo español eterno: Cánovas, Jovellanos y él. La historia concreta y despeja la crónica de un personaje que fue el último gobernador fascista de Europa. Así lo califica el periodista gallego Gustavo Luca de Tena, autor del lúcido ‘Retrato de un fascista’, publicado en 2002 por la revista digital Kalegorria.
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Fraga, ante los sucesos de Vitoria: “la responsabilidad íntegra era de los que continúan sacando gente a la calle”. ©Germán Gallego
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Argentina investiga hoy
Tiempo a contratiempo, este mismo enero, la justicia argentina a través de la magistrada María Servini reactiva las investigaciones sobre los crímenes del franquismo. Solicitaba al ejecutivo español los nombres de los ministros y jefes de las fuerzas represivas entre 1936 y 1977. El Estado no ha respondido todavía, pero apelando a los principios de justicia universal la Comisión de Recuperación da Memoria Histórica da Coruña entregó por voluntad propia los datos referidos a Manuel Fraga. En la documentación facilitada, sintetizan que “Manuel Fraga tendría que formar parte de la causa que la jueza Merini tiene abierta en Argentina para investigar los crímenes del franquismo, puesto que desde el Consejo de Ministros fue partícipe y cómplice de toda la política represiva: fusilamientos, encarcelamientos, campos de concentración, despidos, exilio, Tribunal de Orden Público, graves violaciones de los derechos humanos, expedientes a periodistas, cierre de medios y asesinato de trabajadores”.
Todo está escrito en las paredes e inscrito en los dolores acumulados. Cruel rigor de impunidad, cuando se hurga, la memoria siempre quema. Quizás hoy, por eso, resuenan tanto como nunca antes los versos que Mario Benedetti dedicó a Ronald Reagan cuando murió.
Y que concurren hoy, puntualmente a la cita de la justicia, no a la memoria de Fraga Iribarne, sino a la memoria de todas sus víctimas. Negadas. Silenciadas. Olvidadas. Tres veces asesinadas ya: por órdenes de Fraga, por la transición de la amnesia y por el olvido de la presunta democracia. En el año 2000 el Estado que reconocía a Fraga como senador negó que los asesinatos de Gasteiz fueran víctimas del terrorismo. De Estado.
‘Recuérdalo tú y recuérdalo a los otros’ escribía Cernuda. Un país con memoria, incluso un país normal, no recordaría hoy con loas, coplas y elogios el nombre siniestro del verdugo, que es a la vez presidente honorífico del PP, padre constitucional e incontinente defensor de la legitimidad de las metralletas que ganó la Transición. “Fraga, pasión por la libertad” ha dicho Mariano Rajoy. ¡Qué asco! Un país con una mínima memoria vindicaría otros nombres. Tantos. Para empezar, los de los cinco obreros asesinados impunemente en Gasteiz: Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso Chaparro, José Castillo y Bienvenido Pereda. Memoria alternativa contra el fraude de la historia oficial, todos ellos han vuelto hoy para quedarse.
Para recordarnos, desde la dignidad de los vencidos, que mientras Fraga muere en la cama, ellos viven, maldicen y perviven todavía. Hoy, más que nunca. Y ahora mismo; contra el horror del olvido, la desvergüenza de la hipocresía y la crueldad de la impunidad. Con Walter Benjamin gritando contra el viento: “Mientras ellos sigan ganando, ni los muertos se salvarán”.
Y con los versos de Joan Brossa  de 1975 resonando por todas partes: “Tenías que haber tenido otro fin/ te merecías, hipócrita, un muro a / otro vallado. Tu dictadura, / tu puta vida de asesino, / qué incendio de sangre / Podrido verdugo…”.
David Fernández. 
Publicado en Crónica Popular

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