Estamos
en pleno 75 aniversario de dos hechos que no podemos pasar por alto. El 14 de
agosto del 36 se llevaba a cabo lo que se denominó “la masacre de Badajoz” y
días más tarde, el 18, era asesinado el poeta García Lorca. Junto a estos
hechos miles de mujeres eran encarceladas o fusiladas. Es un buen momento para
recordarlas.
Unas por
militar activamente a favor de la República pero otras por ser simplemente
hijas, hermanas o madres de republicanos pasaron por las cárceles
franquistas sufriendo todo tipo de humillaciones. Algunas fueron
fusiladas pero otras tras hacerles ingerir a la fuerza aceite de ricino fueron
rapadas al cero. Se les denominaba las pelonas.
Por el
contrario, el papel de las mujeres del bando golpista fue muy secundario.
Actuaban en retaguardia, cosiendo uniformes, cuidando enfermos o vigilando la
integridad de sus familias. El único “privilegio” que se les otorgó fue el de
poder ser “madrinas” de un soldado para darle ánimos y apoyo a través de la
correspondencia.
El bando
nacional dio tanta importancia a esta figura que llegaron a buscar “madrinas”
en Japón, país con el que se mantenía muy buenas relaciones. Uno de los que
entabló correspondencia con una japonesa fue el entonces teniente Jaime Milans
del Bosch. Lo que no sabemos es en qué idioma le alentaba.
Por el
contrario las mujeres republicanas vivieron un auténtico calvario. Activistas
en primera línea lucharon por sus derechos y por la legalidad establecida, La
República. Trabajaron desde los partidos, sindicatos o desde la sociedad
civil en general. Las que acabaron en prisión nunca fueron consideradas presas
políticas sino prostitutas.
Como afirmaba
la madrileña Juana Doña, militante
del Partido Comunista condenada a muerte, “se violaba en las comisarías, en los
centros de Falange, en las cárceles, en los domicilios requisados”, hasta el
punto de que incluso en los informes de la Fiscalía se habló del alarmante
ingreso en prisión de mujeres por el hecho de haber abortado, añadiendo siempre
la coletilla ideológica: “La mujer ahora prefiere la muerte a la maternidad”.
En medio de
tanto odio, la Fiscalía del Estado se asustaba del aumento espectacular de
suicidios: un 71,3% más que en el año 1932. Y eso fue lo que acabó
haciendo la licenciada en Ciencias Matilde
Landa, detenida y trasladada a la cárcel de Ventas de Madrid en
1939, condenada a muerte e indultada gracias a las numerosas gestiones de sus
familiares. Pasó 30 años en prisión antes de quitarse la vida.
Pero si hay
que recordar a algún experto en humillar y aniquilar a estas mujeres fue el
comandante-psiquiatra Vallejo Nájera, que no dudaba en definirlas como “débiles
mentales”. Director del Gabinete de Investigaciones Sociológicas, nombrado
directamente por Franco, teorizó hasta la saciedad sobre la inferioridad mental
de la mujer-disidente. “Las peores las rojas catalanas” solía decir.
De las presas
de la cárcel de Málaga, una de las más duras, Vallejo Nájera afirmaba que
habían actuado “empujadas por el resentimiento y el fracaso social que en las
mujeres era más notorio dada su perversión moral y sexual”. Se las machacó de
forma especial no solo por sus ideas políticas, sino por el hecho de ser
mujeres. La virilidad de los vencedores se conformó como un elemento esencial.
De ahí que la principal forma de represión fuese la violación.
Esta violencia
fue impulsada desde el poder. Solo hay que recordar las arengas del general
Queipo de Llano: “Nuestros valientes legionarios han enseñado a los cobardes de
los rojos lo que significa ser hombre. Y de paso también a sus mujeres. Esas
comunistas y anarquistas se lo merecen. No se van a librar por mucho que
forcejeen”.
En cambio,
para los vencedores de la Guerra Civil, las mujeres fueron un pilar importante
de su nuevo régimen dictatorial. Enfocaron en ellas toda su ideología y las
convirtieron en su arma más importante para educar a futuras generaciones, para
conseguir que las familias fueran el núcleo de la sociedad en donde “los
valores del franquismo” se mantuviesen y proliferasen
Y, por
supuesto, con el entusiasmo de la jerarquía católica. No olvidemos que la
mayoría de las hacinadas y cochambrosas cárceles fueron administradas y
custodiadas por órdenes religiosas femeninas.
Muchas de
ellas ya han fallecido, pocas siguen entre nosotros, pero los que sí están y
deberían conocer a fondo lo que pasó son sus nietos y bisnietos. Mientras que
no se explique en los colegios quiénes fueron y qué hicieron estas mujeres, no
podremos dar por superada una etapa de nuestra historia.
Mercè
Rivas Torres, periodista y escritora
Comentarios
Publicar un comentario
DEJA AQUÍ TU OPINIÓN