Casi como la venus de Pistoletto, veo a Esperanza Fuencisla Aguirre y Gil de Biedma, nacida en Madrid en 1952, madrina de la transvanguardia de la derecha madrileña y española, instalada como aquella sobre un pináluco de ropa sucia. Y no sólo sobre la de sus siete hermanos menores (en edad y gobierno), sino también sobre la ropa para lavar de sus primos y la de toda su extensa familia biológica o política, a la que promociona, disculpa de cualquier error o cohecho y protege de todo mal, igual que hace con la de sus liberales amiguitos del alma, de la infancia, el colegio, la universidad, de los negocios o los partidos políticos afines, o con los elementos traidores aprovechables. Por eso, más que sobre un pináculo creo que debiéramos imaginárnosla sobre un otero, un cerro de ropa sucia. A pesar de ser condesa consorte de Murillo, grande de España, nieta de José Gil de Biedma, tercer conde de Sepúlveda, habla, incluso en la intimidad, con ese deje madrileño zarzuelero, pseudocastizo y protodemagógico, que no es consecuencia de que estudiara en colegio bilingüe, ya que lo hizo en La Asunción y en el Instituto Británico, o a transclasamiento alguno, sólo es un habla forzada o de diseño, con la que cree ella se acerca mejor a los desarrapados madrileños “usease: españo- les” que infestan el paraíso del teatro del mundo en el que el más tonto, relojero (máxima liberalota).
Esperanza es una liberal clásica (no humanista, sino humanoide) que perteneció desde muy joven al Club Liberal de Madrid, presidido por el catedrático Pedro Schwartz, impulsor de Unión Liberal, cosa esta que me suena imposible, más aún que Pensamiento Navarro. Así, de 1976 a 1986, después de licenciarse en Derecho y entrar a formar parte del cuerpo de técnicos en Información y Turismo del Estado -que suena a Manolo Fraga Iribarne- y tras ocupar todos los escasos silloncejos disponibles para liberales en Madrid, consintió afiliarse a Alianza Popular en 1987, y ya con ellos comenzó su ascenso irresistible, hasta 1996, aunque siempre pareciera mosqueada y resultara mosqueante. Jugando a “sile” y a “nole”, ha sido un poco de todo en el gobierno de España y en el de Madrid: 3ª teniente de alcalde; concejala de Cultura; de Limpieza, Educación y Deportes; 1ª teniente de alcalde, portavoz del Grupo Municipal del PP y consejera de Caja Madrid. De 1996 a 1999, fue miembro del Comité Ejecutivo Nacional del PP y senadora. José María Aznar la nombró ministra de Educación y Cultura y poco después fue la primera mujer presidenta del Senado, hasta 2002. Presidenta en 2003 de la Comunidad de Madrid (gracias a los tránsfugas Tamayo y Sáez), y en 2007 y 2011 (gracias a los madrileños), correspondió a su compromiso con el liberalismo humanistoide que la anima destrozando sistemáticamente todos los caminos que conducían al bienestar social madrileño en las áreas más ansiadas por el mercado libre y descontrolado, educación y sanidad, culpando ella siempre de dichos destrozos y derivaciones a la oposición izquierdista madrileña, a los sindicatos o al gobierno de la nación, tema este de la culpa en el que le ha dado la razón el clientelismo madrileño, votándola muchos entusiásticamente hasta que dimitió hace poco de ese último cargo. Escondida la cabeza de avestruz entre el recrecido montón de ropa sucia, vive a la espera de algo, no se sabe de qué.
Un día descubrió que Bombay no es un paraíso que a veces los de Mecano se montan en su piso de ellos, sino un horror de miseria y violencia del mercado sin control, en el que, entre la oscuridad y la pobreza extrema, brilla el vil metal de los negocios, sucios casi siempre, que los indios se montan con los liberales occidentales, o con sus vecinos, los capitalcomunistas chinos. En posterior rueda de prensa y ya en Madrid, aterida y asustada, Esperanza nos contó, desnuda el alma, en calcetines blancos y zapatos de tacón, cómo había resbalado descalza en la sangre de los heridos y muertos por los terroristas bombaytarras corriendo desorientada en el hall de aquel hotel. Entre Hillary y Margaret, entre pretendidamente sufrida, heroica, y siempre cheli de diseño, Esperanza Aguirre me pareció aquél día una enemiga invencible.
A diferencia de Rodrigo Rato, compañero de partido aunque no de ideología (ancha es Castilla), Esperanza nunca ha ocupado puestos para los que no estuviera sobradamente preparada, ya que en esto querer poder es poder. Pero hoy sólo la vislumbro a la sombra de la transvanguardia pepera, sobre un gigantesco pináculo de ropa sucia, disimulando no se sabe qué, con una brechtiana toalla sobre la cabeza, desnuda y playera, supongo que esperando para distraer (apropiarse de) con disimulo y por el derecho de los predadores del liberalismo, aquello que añora. ¿Cuál será ello? Dicen… que ansía ser alcaldesa de Madrid, porque ese bicoca liberal aún “nole nole”.
Octavio Colis. Crónica Popular
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