Ana María Botella Serrano nació en Madrid en 1954, y fue la Wendy de doce niños perdidos en la parte menos rica del barrio de Salamanca; estudió en Las Irlandesas de Nuestra Señora de Loreto y quizá allí trataron de forjarle ese carácter de jesuitesa por el que dice estar comprometida siempre con la verdad, pero resulta que no se refiere a la verdad kantiana, sino a la paulina que nos hará libres. Y por esto del Christifidelis Laici, incluso en asuntos políticos sólo obedece al papa de Roma (bueno, ella se refiere a él como “el Papa”, pero es el mismo), todo lo demás se le da una higa. En dilemas éticos y morales se retrotrae siempre al canónigo Derecho Canónico heterodoxo y trucado del contubernio católico fundamentalista al que pertenezca en ese momento, tiene querencia natural a ellos, a pesar de entender en cierto modo y a la suya de leyes, porque estudió Derecho (civil) en la Uni de la Complu, en donde se licenció en 1975. Después de eso llegó un tiempo, ya mayor con 23 años, en el que se sentía cada vez menos Wendy Botella y más Lost Cenicienta, o sea, más perdida en un mundo extrañamente ajeno y exigente -hay que tener en cuenta que acababa de morírsele Franco-, y entonces vino José María Aznar y la nombró su esposa.
Buena derechista de siempre jamás y consecuentemente ajena a la política, esta mujer horripilante nunca tuvo la más mínima intención de convertirse en alcaldesa de los madrileños. Aunque, una vez puesta, ha tratado de armar un discurso exculpatorio con esta idea tan suya de ejercer de madre apolítica de todos, seamos peras o manzanas. Y con el mazo dando al tuntún ruega a diario a su dios por las cosas de ella, que no son las de todos nosotros en general, como ella pretende, sino sólo las del contubernio capitalista y católico por el que esté abducida en ese momento, más cerca ahora de los “cielinos” de Lucía Figar que de los legionarios del efebófilo Marcial Marcel, más pera que manzana este delincuente bujarrón, buen amigo de Karol Wojtyla, cosa que le procuró bula ante la justicia divina y ante la humana, por lo visto.
Y ya como Cenicienta civil, agotada a punto de dormirse de pie, va dando cabezaditas de imperceptibles segundos, de las que siempre despierta sobresaltada, santina e inocente de peana, abriendo desmesuradamente los ojos. Y no es que no pestañee, como parece, sino que se fija mucho y muy ávidamente por tratar de captarlo todo, pero luego se aburre, y aunque se fija de nuevo, enseguida deja de fijarse, para después observar otra vez, dormirse y despertar, empeñada en fisgarlo todo bien fisgado… y así, llena de conjunciones copulativas, cíclicas de humor y sueño, e interrogantes irresolubles, pide un café bien cargadito al mayordomo… y va transcurriendo fatigosamente el día, tan despacio, en el Palacio de Nuestra Señora de Correos, lleno de pasillos que se bifurcan hacia las mazmorras y aparcamientos diseñados acaso por Piranesi, y de escaleras soñadas por M.C. Escher, que suben o bajan en planos imposibles transitados por clientelas desconocidas y sorprendentes que logran ir o venir de un negociado a otro del ayuntamiento sin caer al vacío.
Su carrera en solitario, dentro de lo que cabía con José María en casa, la comenzó afiliándose a Alianza Popular en 1978, a la vez que ganaba una plaza de técnico/a de Administración civil, comenzando a trabajar de ella misma, primero en el Ministerio del Interior y más tarde, de 1982 a 1987, en la asesoría jurídica del Ministerio de Obras Públicas. De comunión diaria y a la sombra de su marido, siempre helecho arborescente y mil flexiones diarias, no llegó a la primera línea de la política activa hasta que fue nombrada responsable del Área de Medio Ambiente en el Ayuntamiento de Madrid. Y en esta actividad ha ido dejando muchas cimas de la expresión filosófica a propósito del medioambientalismo y la ciudad (“…los mendigos son una dificultad añadida para la limpieza de las calles”), de la contaminación (“…estamos en un momento en el que la gente está deprimida por el paro, y eso asfixia más”, además: “…hay dos tipos de partículas”, la oigo decir por la radio, “las producidas por los hombres, que son las peligrosas, y las naturales, que son las que han llegado de África”), de los matrimonios homosexuales (…”un hombre y una mujer es una cosa, dos hombres es otra cosa y dos mujeres es otra cosa, como supongo que un trío también será otra cosa”…), o sobre el exceso de extracciones y esquilmaciones que sufre la naturaleza, dice como buena psicoecologista: “El Planeta está al servicio del hombre, no el hombre al servicio del Planeta” (se refiere al planeta Tierra). Claro que Esperanza decía barbaridades mayores y hay que ver hasta dónde la han votado.
Hoy en día Ana Botella debe de tener problemas de conciencia con la verdad, incluso con la paulina, aunque para ella todo tiene arreglo mientras que las peras nazcan en los perales y las manzanas en los manzanos, como dice una célebre máxima de la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales).
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