La agudización de la ofensiva capitalista contra los sectores populares, manifestándose tanto en los recortes económicos (acumulación de capital), como en los recortes de derechos conseguidos con mucho tesón y esfuerzo, está dando paso a la elaboración de alternativas a esta situación.
No me refiero solamente a las opciones políticas, sino a teorías económicas que pretenden una salida a la crisis, poniendo en cuestión los fundamentos del pensamiento económico del sistema.
Quisiera detenerme sobre una de ellas que está teniendo cierto predicamento, aún minoritario, tanto entre sectores de la izquierda social y política, como grupos ecologistas, el 15M o, incluso, en Izquierda Unida. Estoy hablando del decrecimiento.
El decrecimiento es una corriente de pensamiento nacido en los años 70 que pretende una disminución paulatina del crecimiento económico sin fin del sistema, con el objetivo de establecer una nueva alianza entre el ser humano y la naturaleza. Por ello rechaza plenamente tanto el crecimiento que preconiza el neoliberalismo, como el productivismo. Mantiene que la producción económica es la responsable del agotamiento de los recursos naturales y, consecuentemente, de la destrucción del medio ambiente. En última instancia, se pretende un decrecimiento paulatino, volviendo a sistemas (núcleos de población) autosuficientes, que produzcan lo que sus propias necesidades exijan.
En esta propuesta hay extremos que no voy a considerar en profundidad, pues basta señalar que algunos mantienen unas tesis similares a las antiindustriales del siglo XIX, e, incluso algún teórico, habla del “buen salvaje” que cazaba tres días y tenía suficiente, lo que se traduce por “vivir mejor con menos”.
En sí mismo, el concepto de decrecimiento no es negativo, ya que en su corpus hay una puesta en cuestión del capitalismo. Nuestro planeta es un mundo finito; es decir, tiene unos recursos limitados, pero tiene capacidad para la regeneración. Pero cuando se ven abocados a un consumo desbordante, se eliminan paulatinamente ecosistemas, y consecuentemente las personas sufren desgarradamente.
Por ello en muchos aspectos, el desarrollo de la crítica anticapitalista que expone el decrecimiento, puede ser compartido. Sin embargo, falla en la resolución del problema y plantea soluciones que lo acercan al socialismo utópico.
Veamos algunos aspectos que se proponen. Los recursos son limitados por lo tanto debemos controlar los recursos que consumimos. He aquí una diferencia básica. Lo que deberíamos hacer es un uso racional y planificado de su utilización, aplicando técnicas que permitan una más eficaz producción: con menos producción (eficiencia) mas necesidades cubiertas. Los avances científicos y su desarrollo tecnológico, puestos al servicio de una economía racional y planificada, es una necesidad. Los partidarios del decrecimiento no ven con buenos ojos los avances de la técnica, ya que (argumentan) exige el consumo de recursos que no tenemos.
Se plantea un decrecimiento de los países desarrollados consumiendo menos recursos, y (estaría bueno) “permitir” un desarrollo/crecimiento de los países mas pobres hasta llegar a un nivel de equilibrio de recursos de “una sola Tierra”. ¿Pero, quien le dice a esos países que paren su desarrollo? Nosotros, claro está, y eso encierra una mentalidad colonialista que algunos pensábamos superada en sectores de la izquierda social.
Carlos Taibo, un gran defensor del decrecimiento. ©UIA
Los tópicos de “desarrollo sostenible” (“satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades”. (Informe Brundtland), “capitalismo verde”, “economía verde” o “decrecimiento sostenible”, aún realizando críticas (que se pueden secundar) a la economía capitalista en cuanto su carácter “salvaje”, no atacan la raíz del problema: la existencia del capitalismo como medio de explotación de recursos y personas para un aumento constante del beneficio, de una clase social sobre otra. El crecimiento, la producción de bienes y su distribución y venta, solo pretenden aumentar su poder económico, el cual ejercen a través del aparato del Estado.
Es ilusorio pretender que aceptarán de buen grado el decrecimiento, o una economía al servicio de las personas. En el marco de una economía capitalista no es posible el desarrollo de las personas y su relación con el entorno. El carácter depredador del capitalismo es consustancial a su proceder. Los países pobres lo son no por donde están situados en el planeta o por sus condiciones medioambientales, sino por la explotación que el capitalismo ha hecho de sus recursos para beneficio propio.
Manuel Castell, en un artículo publicado en La Vanguardia el 27-10-12, manifiesta “[...] que la economía tradicional parece agotada en su recorrido histórico, mientras que los nuevos experimentos de organización económica y social se arraigan en una cultura diferente que depende de nosotros y no del autómata financiero que impone sus imprevisibles turbulencias de información (que no se ajustan tampoco al mercado) sobre la vivencia humana”.
Me parece una afirmación precipitada sostener que el capitalismo (“economía tradicional”) está agotado, o que su alternativa esté en “experimentos de organización económica”. Defender nichos autónomos como forma de alternativa a la economía de mercado, es querer situarse en sociedades precapitalistas.
Se puede detener el crecimiento en los países ricos a favor de los países pobres siempre que se asegure una redistribución de la riqueza. No se puede argumentar a favor del decrecimiento sin proponer un plan para que lo países pobres encuentren el camino de su bienestar social. Para ellos y nosotros ese camino solo puede pasar por la transformación del sistema capitalista, generador del desorden económico y la explotación mundial.
En el capitalismo el desarrollo y crecimiento es consustancial al sistema. Ignorar las leyes del sistema económico imperante, es confundir que el desarrollo y crecimiento no es una consecuencia, sino el objetivo del capitalismo para generar plusvalías.
Jeremy Rifkin, que fue asesor de presidente Rodríguez Zapatero, abogaba por “un nuevo modelo económico, denominado capitalismo descentralizado, más sostenible y marcado por la convergencia de las tecnologías de las comunicaciones y las energías renovables¨.
Carlos Taibo, un gran defensor del decrecimiento, lo ha definido como “reducir la producción y el consumo porque vivimos por encima de nuestras posibilidades, porque es urgente cortar emisiones que dañan peligrosamente el medio y porque empiezan a faltar materias primas vitales”.
Para salvar el planeta y asegurar un futuro aceptable para nuestro hijos, afirman los partidarios del decrecimiento, no solo tenemos que moderar la tendencia actual, sino que hay que salir del desarrollo y del economismo. En este sentido, Global Footprint Network, un grupo internacional de expertos sobre sostenibilidad, estima que “los seres humanos usan el equivalente a un planeta y medio para obtener los recursos que consumen. También generan desechos que la Tierra absorbe”. Y es aquí donde radica la trampa del argumento. No somos los seres humanos, así dicho, en abstracto. Es el sistema capitalista el que usa los recursos del planeta en su propio beneficio, condenando a muchos millones de seres humanos a la pobreza, la esclavitud y la explotación. Y los ciudadanos de los países ricos viven de las migajas de esa condena.
En fin, el debate sobre este asunto ocupará en los próximos meses una parte destacada de la atención de la izquierda social y política. Un enfoque realista, bajo mi punto de vista, solo puede pasar por establecer la crítica del sistema (desarrollismo y crecimiento sin fin) con el planteamiento de soluciones encaminadas a terminar con la explotación capitalista de los seres humanos, vivan en donde vivan.
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