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Italia y Grecia: la democracia herida de muerte


Mercedes Arancibia || Periodista.
Amanecía el domingo 13 de noviembre de 2011 en Italia sin Berlusconi por primera vez en diecisiete años —en realidad once porque hubo un intervalo sin su gobierno entre 1995 y 2001— y los periódicos publicaban los primeros análisis tras una noche de celebraciones y promesas de futuro: «El berlusconismo ha sido la autobiografía de la nación… y no un accidente de la historia —firmaba Francesco Merlo en la primera de La Repubblica—; no basta un día solemnemente normal para librarnos de él. Se necesitan años de días normales. Y por primera vez no serán los historiadores quienes ordenen los archivos de una época. Harán falta antropólogos para clasificar el berlusconismo como involución de la especie italiana porque incluso nosotros, que estábamos en contra, lo teníamos encima: “Non temo il Berlusconi in sé —cantaba Giorgio Gaber— ma il Berlusconi in me (No temo a Berlusconi en sí mismo sino a Berlusconi en mí)».
Ha dado en la diana el editorialista. Il Cavaliere, como los sacramentos de los católicos, imprime carácter y a los italianos —a todos, de derechas, de izquierdas y de centro— les va a costar quitarse de encima tres quinquenios de lastre de mala educación, mal gusto, prepotencia, machismo, corrupción, connivencia con las mafias, negocios sucios y una forma de concebir la política como si fuera la cuenta de la compra. A fuerza de vivirlo, y aún rechazándolo, el pésimo ejemplo de su primer ministro se ha extendido por la bota italiana, y las islas, como una mancha de aceite. Toda Italia ha sido un reality show durante años. La videocracia. Ahora hay que cambiar no solo la programación, también el chip.
Algunos periodistas y escritores llevan meses preguntándose, en las páginas impresas, que ha podido llevar a todo un pueblo a perder de tal forma el sentido de la realidad. «En esta hora de liberación —dice Concetto Vecchio en su blog Retagli (recortes)— tenemos el deber de ser sumamente severos con nosotros mismos, con lo que ha pasado y en qué nos hemos convertido, porque  —como escribía Barbara Spinelli hace dos meses— la cuestión realmente importante no es Berlusconi, sino cómo Italia ha podido soportar un personaje así durante 17 años. La pregunta es quiénes somos nosotros». Mientras en la esquinas se brindaba, Ida Dominijanni se preguntaba el sábado en Il Manifesto: «cómo ha podido ocurrir en la Italia de Machiavelli y de Gramsci, del derecho romano: esta es la pregunta que queda y que obliga a trasladar la mirada, antes o después, de él a nosotros…».
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Roma celebra la dimisión de Berlusconi. ©Luca Di Ciaccio.
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La caída de Berlusconi: Fin de una época
La portada de la versión digital del diario La Repubblica, con este titular, recibió hasta 6.349 sms que estuvieron desfilando por ella durante toda la noche del sábado 12 al domingo 13 de noviembre de 2011, como el ruido en sordina que acompañaba la dimisión de un Berlusconi que en el centro de Roma saltaba de palacio en palacio, de la presidencia de la República —en cuya plaza una orquesta y un coro de miles de ciudadanos interpretaban el Aleluya de Haendel— al Parlamento, al Senado y a su propia residencia, y al que seguían gritos, distintas formas de adiós e incluso algún insulto que otro. En las calles, en las plazas de muchas ciudades italianas se celebraba el cese de il Cavaliere brindando con spumante (el equivalente a nuestro cava y al champagne francés). En los mensajes recibidos en el diario de izquierda, que llevaba años pidiendo que llegara ese momento, había de todo: desde lamentaciones hasta escepticismo, pasando por una franja muy mayoritaria de celebración del momento y esperanza en un futuro mejor.
La sombra alargada de Berlusconi se extiende por España.
Leyendo los mensajes, contemplando el júbilo en las calles, se diría que ningún italiano había votado nunca a Berlusconi, que los tres mandatos de su presidencia —entre 1994 y 2011, con un intervalo de seis años— han sido producto de alguna «inspiración divina». Uno de los mensajes daba en el clavo: «Y, sin embargo, bastaba no votarle (Eppure bastava non votarlo)». Porque estos italianos que hoy no caben en sí de alegría le dieron hasta tres veces su voto al hombre más rico del país, propietario de un club de fútbol —el Inter— y un imperio mediático que incluye editoriales, periódicos diarios, revistas y cadenas de televisión (por cierto, un puñado de ellas en España: Tele 5, la Cuatro, la Siete… y algunas otras, lo que de alguna manera hace que la sombra alargada de Berlusconi se extienda también por estos pagos).
Berlusconi ha dejado, de mejor o peor grado, su cargo de primer ministro en Roma siguiendo los pasos que, cinco días antes, dio Gorgos Papandreu en Atenas con un guión muy similar: la presión de los mercados, personificados en esta ocasión en Nicolas Sarkozy Angela Merkel, se lo han puesto difícil a ambos. Europa, mejor dicho el eje franco-alemán, les ha dado el empujón que ha precipitado la caída. Una vez «resuelto» el caso griego, en la cumbre del G-20 de la semana anterior, empezaron a aparecer indicios del final que le tenían destinado al italiano: espaldas vueltas a su paso e ignorancia absoluta de su presencia en los corrillos. La expresión de la cara del presidente del Consejo italiano lo decía todo al abandonar la cumbre; le quedaban apenas unos días.
La crisis ha sido la excusa; la solución son dos tecnócratas.
La crisis ha sido la excusa; la solución son dos tecnócratas (Lucas Papademos y Mario Monti) procedentes de las altas esferas de la banca internacional y las sociedades gestoras de fondos (y de vidas, con muchos suicidios a su cargo), ambas en el origen de la tan manida crisis. La amenaza: o los países ceden soberanía a favor de Europa (la UE) o Europa estallará en pedazos. Simplificando, a Grecia e Italia, Europa les ha mandado sendos pirómanos a apagar el fuego.
Y lo que es más grave. Actuando así, la Unión Europea se está cargando la democracia. De momento, son dos pueblos a quienes se ha condenado a no elegir a sus gobernantes. ¿Qué va a venir después? ¿Qué nos espera a todos?
montisincopyMario Monti, otro hombre que ha pasado por Goldman Sachs. ©Friends of Europe.
Un duro golpe para la democracia
En Grecia, una parte de la ciudadanía ya ha dejado claro que no era ese el cambio que pedía y no le está poniendo las cosas fáciles al nuevo premier, Papademos. Los griegos siguen quejándose con la misma intensidad con que han venido haciéndolo en los últimos meses. En Italia, el alivio real que ha sentido una gran parte de la ciudadanía —que no ha sabido enfrentarse de manera efectiva a un gobernante campeón de la iniquidad que tiene pendientes juicios por corrupción e intento de perversión de menores, que ha convertido periódicos, televisiones y editoriales en instrumentos de propaganda, que ha corrompido a más periodistas que nadie antes de él y ha dejado la televisión pública en manos de una banda de manipuladores— se convierte el día después en terror ante el futuro. Ese futuro que Berlusconi hacía alarde de ignorar cuando dijo ante sus colegas del G-20 que «en Italia no hay crisis porque los restaurantes están siempre llenos».
Pero Grecia e Italia no han sido las primeras víctimas: en este mal sueño que es la crisis, primero cayeron Brian Cowen en Irlanda y Jose Socrates en Portugal. Curiosamente, los tres nuevos protagonistas de la escena europea —Papademos, Monti y Mario Draghi, flamante nuevo director del Banco Central Europeo— tienen varios puntos en común y da cierto escalofrío constatarlo: los tres se han formado en universidades estadounidenses, los tres han hecho carrera en el sector financiero, los tres han pasado en algún momento anterior por las instituciones europeas y por Goldman Sachs y los tres hacen alarde de ser independientes y «no políticos».
Este es el futuro que nos preparan en Bruselas: gobernantes funcionarios tecnócratas y halcones de los mercados. El voto de los ciudadanos ya no tiene valor. En cualquier información, tertulia, comentario de las últimas horas, escucho lo mismo: «Hay que tranquilizar a los mercados». ¿Y a mí quien me tranquiliza?
Lo que acaba de ocurrir en Grecia y en Italia ha venido a ratificar lo que la izquierda lleva años diciendo: que el neoliberalismo salvaje que vivimos es el gobierno de los mercados, de la especulación, de la absoluta falta de escrúpulos; que los políticos son marionetas que ocupan el centro del escenario pero los hilos se mueven a muchos kilómetros de distancia, en el imperio de las bolsas y de las convulsiones financieras, causando efectos dominó que muchas veces son efectos mariposa y que afectan —y de qué manera— a los ciudadanos. Hasta ahora el centro de gravedad estaba en Wall Street y los oscuros callejones aledaños; ahora tenemos un nuevo centro aquí al lado, en el corazón de esa Europa que se reclama de la invención y práctica de la democracia y que acaba de demostrar su poder real saltando por encima de esos vecinos del sur a los que, en realidad, siempre han considerado «inferiores» los amigos del norte.
Publicado en Crónica Popular

Comentarios

  1. Fantástico artículo. Lo de los pirómanos apagando el fuego me ha calado. Y hablando de calar, los políticos están empeñados en que la única manera de enfrentarnos a la marejada es en una patera mauritana: ¿qué ha pasado con los grandes yates en que parecíamos ir montados? Es evidente, se los han llevado los superricos a un paraíso fiscal.

    Simplemente hay que traer esos yates de vuelta, para sortear el oleaje. Aún a costa de no encontrar financiación para otra campaña. Hay que saquear a los superricos antes de que los superricos nos saqueen a nosotros.

    http://www.youtube.com/watch?v=9gUenNfYqEA&feature=feedu

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