Por
mucho que se empeñe Pedrojeta en sus cocinadas encuestas los votos son nuestros
y hasta que no los metamos en las urnas seguirán siendo solo nuestros. Se ve
que está impaciente por hacer realidad lo que tanto le gusta: doblar, por
segunda vez, la cerviz a un gobierno democrático.
Este
personaje me recuerda cada día más a los siniestros patriotas de nuestra España,
esos que tanto la quieren, los que son capaces de mandar a la muerte a millares
de inocentes para satisfacer su ego, los que nunca visitan el frente de batalla
porque la sangre los desmaya. Esos personajillos de calvicie disimulada, moral
laxa para su sexualidad, no es por criticar su mal gusto para los ligueros, y
cura de cilicio para el común de los mortales; esos profesionales que alquilan
la pluma a intereses bastardos y medran a destajo en las antesalas del infierno;
esos médicos canallas que recetan a un pueblo ansioso de cambio la peor de las
medicinas: más de lo mismo, pero en doble ración.
¿Pondrá
España un día a Pedrojeta en el lugar que le corresponde? Seguro que sí, y será
más pronto que tarde. Debería mirarse en las barbas del vecino, observar que el
magnate Murdoch se sienta estos días en el banquillo para que lo despellejen
los diputados británicos, y que al caimán no lo han salvado sus numerosos
medios de comunicación. Cuando el burro se cae todo son golpes, la lista de
agraviados por Pedrojeta es amplia y las ganas de cobrarse los agravios se
acerca al ansia.
Como
los votos son nuestros no le dejaremos decidir por nosotros y el 20N se quedará
con las ganas, y un palmo de narices, viendo como sus 18 puntos se reducen a
6-7, y como el indolente Mariano, con lo poquito que le gusta y su falta de
costumbre, tendrá que trabajar a destajo para formar gobierno. Cierto es que
tendrá novias donde elegir. Podrá hacerlo con los nacionalistas catalanes, de hecho
ya pastelean juntos en la diputación de Barcelona, podrá hacerlo con los
nacionalistas vascos, aunque tengan que retractarse de algunas convicciones, o
podrán tirar, en caso de necesidad extrema, de las exiguas fuerzas de la
lerrouxista Rosa Díez. A Rosa también la pondrá España uno de estos días en el
lugar que merece: de patitas en la calle.
Mi
pasión por la historia me llevo a descubrir a su mentor, Alejandro Lerroux. Aquel
dirigente radical de nuestra segunda república era la Rosa Diez de su tiempo. Si
el mitin era en un círculo de obreros prometía tomar las fábricas, si el mitin
era en un casino prometía reforzar el somaten. Con esa facilidad para el engaño
llego a ser clave para formar gobierno y condicionó la defensa armada de la
estabilidad democrática. El tiempo lo borró tan rápido como borrará a la actual
Rosa. De él y de ella nadie tendrá otra cosa que malos recuerdos. Rosa, como Alejandro,
busca votos en cualquier caladero y recurre a fracasados que creen tener tirón
electoral: Tony Cantó, Álvaro Pombo…, no sigo porque me da la risa floja…,
podrían ser ministros con Rosa Diez.
La
decisión sobre el gobierno que sacará a España de la crisis está en nuestros
votos y solo a nosotros compete elegir como queremos salir de ella: una salida
integrada y armonizada en la realidad europea o una salida dirigida por los mercados
y llena de sorpresas desagradables en forma de más recortes.
La
primera opción, la de salir ordenadamente y armonizadamente como nuestros
vecinos Europeos depende tan solo de la decisión de ir a votar. Porque es
evidente que si el 30% de abstencionistas deciden votar le daremos una
desagradable sorpresa a Mariano, Pedrojeta y Rosa en forma de tarjeta roja, o
lo que es lo mismo, en forma de definitiva expulsión de la política española. Tenemos
la ocasión de decirles que ha pasado su tiempo, que estamos muy agradecidos por
sus traicioneras puñaladas y que este país no necesita ya políticos y
periodistas de tanta altura. Yo no pienso desaprovechar la oportunidad que la
historia ha puesto ante mí: despachar de mi presente al ministro de los
hilillos, al conspiranoico que alimenta los discursos de la cosa, a la exconsejera
del gobierno Vasco, perdedora de un congreso, eurodiputada después de perder el
congreso y secretaria general frustrada del PSOE. ¡Tres por el precio de un
voto! ¡Qué suerte la mia!
La
segunda opción también me tienta. A la velocidad que se desarrollan los
acontecimientos, un gobierno de Rajoy podría durar lo que un caramelo en la
puerta de un colegio. Basta mirar a nuestro alrededor para comprenderlo. Ningún
gobierno resiste más de un año la voracidad de esta crisis.
¿Y
si nos damos una vueltecita por Maquiavelo, nos dejamos gobernar por el
indolente y ocioso Rajoy y en poco más de un año le tenemos completamente
achicharrado por la recesión? Tengo que reconocer que la idea resulta muy
sugerente.
Verle
sudar ante la presión social, teniendo que traducir las cifras de Cristóbal
Montoro, el gurú economicista del PP que no encuentra acomodo en la empresa
privada por su manifiesta incapacidad, aguantar a Celia Villalobos porque le
debe favores a Pedro Arriola, con Trillo reconquistando Perejil, con Cañete comiéndose
todo el excedente de verduras para equilibrar la balanza de la PAC, con
Esperanza queriendo volver a Cultura y recuperarse del patinazo de Carmina
Burana, con Michavila, que sabe mucho de Gürtel, en Justicia facilitando el camino
a Camps, con Jorge Moragas negociando la Europa política con los gobiernos socialistas
predominantes en 2012, con la calle movilizada contra los recortes y pidiendo
la dimisión de tanto inútil y vago… y con González Pons contando chistes en las
ruedas de prensa del consejo de ministros. Y Mariano exclamando ¡joder que
tropa!
Ante
tal panorama, estimados compañeros, he de reconocer que me cuesta tomar una
decisión a la hora de desear lo mejor para España. Creo que la mejor salida es
la intermedia, que nos situemos en la frontera de los 5 puntos y desde esa
fortaleza devolverle cada día a Rajoy un poquito del cariño que nos ha regalado
estos siete últimos años.
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