Hace muchos
años, cuando la lucha de clases era asunto de dos clases y no de una sola como
sucede ahora (la que ejerce el capital), los capitalistas tenían miedo de los
trabajadores.
Ahora, son los trabajadores los que tienen miedo de los capitalistas.
Una mutación que no deja de ser un indicador del debilitamiento de la posición
estructural de la clase trabajadora.
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Eurodiputados de Podemos |
Sin embargo,
hay quien sostiene que el miedo ha cambiado de bando. ¿Será? Es el caso del
partido Podemos, que ha convertido tal afirmación en consigna casi
monotemática, repetida por sus seguidores hasta niveles empalagosos. Forma
parte del discurso minimalista adoptado por este partido, en torno a un
conjunto muy limitado de palabras rituales que, utilizadas repetitivamente a
modo de mantras, buscan quizás la eficacia simbólica que a menudo deriva del
lenguaje litúrgico ritual.
Pero... ¿tiene
razón Podemos cuando habla de que el miedo ha cambiando de bando? Merece la
pena pensar sobre ello.
Hablar del
miedo nos conduce a hablar del riesgo, el cual solo puede ser entendido como
construcción cultural y social. Los grupos humanos desarrollamos una noción
sobre el riesgo, el peligro, la amenaza..., que, pese a que puedan darse
denominadores comunes, varía de unos marcos culturales a otros (lo cual es el
objeto de estudio de la antropología del riesgo). Una situación social puede
ser considerada como riesgo o no por distintos grupos sometidos a la misma
situación.
Aclaro lo
anterior porque la sociedad europea occidental, a través del llamado estado del
bienestar, desarrolló un modelo de cierta seguridad frente a situaciones de
crisis personales que puedan venir provocadas por factores como la pérdida del
empleo, la enfermedad, el deterioro físico y/o mental ligado al envejecimiento,
la falta de recursos para que nuestros hijos estudien, etc. Hemos vivido en un
capitalismo que garantizaba unos niveles de protección social sin parangón en
otras sociedades capitalistas. La posibilidad de que tales dispositivos fallen
o resulten insuficientes, induce a que valoremos la situación que pueda crearse
como un riesgo alto que nos provoca temor. Vayamos a un ejemplo. Un caso que
cada vez se da con más frecuencia, es el de los trabajadores sin empleo que
dejan de tener cobertura sanitaria; en dichas circunstancias, la posibilidad de
caer enfermo se vive con un valor añadido de riesgo por la incertidumbre de
poder pagar o no el tratamiento necesario, lo que no sucede en un modelo de
cobertura universal.
Recuerdo una
discusión hace años, en Timor Oriental, con un conocido llamado Lee, un hombre
de negocios de Singapur de origen chino. Lee me decía que los europeos no
éramos "competitivos" debido a la existencia del estado del
bienestar. Mi interlocutor consideraba que una persona enferma que no fuese
capaz de asumir los costes del tratamiento médico, debía encajar su situación
con resignación, incluso si de la misma derivase su muerte. Por lo mismo,
consideraba una aberración social que un desempleado cobrase un subsidio público.
La misma lógica la aplicaba a la vejez: para Lee, una persona en caso de
carecer de ahorro suficiente o de medios, debía seguir trabajando hasta su
fallecimiento, salvo que la familia se hiciera cargo de su manutención.
Derechos como el de negociación colectiva, a este chino de Singapur le parecían
un disparate, una extravagancia occidental. En el fondo, Lee no solo estaba
describiendo el modelo del capitalismo asiático, sino que sin saberlo estaba
contando el sueño dorado de la oligarquía capitalista europea, prometido en su
día por ese profeta del capital llamado Milton Friedman.
Imaginar
nuestra vida en una sociedad como la que Lee consideraba "normal", a
cualquiera de nosotros nos hubiese producido pánico, miedo, angustia... El
estado del bienestar reducía la incertidumbre ante la posibilidad de crisis
personales como las que mencionábamos antes, transmitiéndonos un sentimiento de
seguridad existencial que funcionaba como antídoto contra el miedo. En este
sentido, el capitalismo del welfare state, fue un modelo de tranquilidad social
(todo lo relativa y discutible que queramos). Sabíamos que si caíamos, teníamos
una red (relativa) debajo. Y bastó que la red comenzara a resquebrajarse, para
que nos entrara el miedo.
Pero...
comencemos por el principio.
¡Vienen los
rojos! El miedo del capitalista a la clase obrera.
Uno de los
efectos de la revolución industrial fue la aparición de organizaciones de
trabajadores que no solo demandaban una mejora en sus paupérrimas condiciones
de vida, sino que aspiraban a la emancipación final como clase, a través de la
superación del capitalismo. El optimismo del burgués, cuya riqueza no dejaba de
crecer, se veía empañado por su miedo a la acción organizada de un proletariado
que era consciente de que no tenía nada que perder excepto sus cadenas (Karl
Marx).
Al entrar en
el siglo XX, el capitalismo todavía estaba fuertemente marcado por la
confrontación entre las distintas burguesías nacionales. El reparto colonial de
la tarta imperialista cocinada en la Conferencia de Berlín (1884-85), apenas
vino a demorar lo que resultaba inevitable. Y así, la colisión de intereses
entre las diferentes oligarquías de los países hegemónicos, condujo en 1914 a la
primera gran guerra mundial que vivió la Humanidad. Como era de esperar, fueron
los campesinos y obreros los que pagaron con sus vidas las consecuencias de
esta confrontación entre capitalistas. Al macabro sacrificio de obreros y
campesinos enviados al matadero, la ideología dominante lo llamó patriotismo.
La Historia está siempre cargada de esperpento. Los pobres son enviados a
matarse entre sí en nombre de la Patria y/o de Dios, cuando en realidad siempre
se trata de la defensa de los intereses de los ricos de sus respectivos países.
En los 51 meses largos que duró el macabro juego "patriótico", murieron
cerca de 22 millones de personas (más del 60% civiles). El infierno duró
1.563 días, 1.563 jornadas "patrióticas". La codicia capitalista se cobró
la vida de 14.000 personas diarias entre militares y civiles, 585 personas
sacrificadas cada hora durante una larga noche que duró cuatro interminables
años.
Sin embargo,
en medio de aquella orgía de muerte y destrucción, el suelo que pisaba el
burgués tembló, cuando el proletariado ruso gritó ¡basta! La revolución rusa de
1917 despertó los más terribles miedos y temores de la burguesía de los países
capitalistas dominantes, a la vez que supuso una inyección de fuerza moral para
las organizaciones obreras de todo el mundo. Se hizo patente que el sacrosanto
régimen burgués dejaba de ser una fortaleza inexpugnable, y que podía llegar a
ser destruido por la acción revolucionaria del proletariado organizado: el
capitalismo podía ser derrotado.
El miedo de
la burguesía alcanzó tal nivel que recurrió a una fórmula terapéutica para
meter en cintura a la clase obrera descontenta, y de paso acabar con el mal
ejemplo de la amenaza roja. Surgió así el fascismo, esa medicina a la que
recurre la oligarquía capitalista cuando se ve demasiado amenazada y consumida
por el pánico. No le dio resultado. Finalmente, la bestia que había parido
resultó aplastada por el Ejército Rojo de Obreros y Campesinos (denominación
oficial del RKKA). Eran malos tiempos para el burgués, en el inicio de lo que
se llamó la guerra fría.
El
capitalista seguía estremeciéndose de miedo, mientras miraba de reojo hacia lo
que había al otro lado de un telón imaginario que decían que era de acero.
Seguía existiendo pánico a la propagación del satanizado socialismo real. El
que fuera director durante muchos años del FBI, Edgar Hoover, expresó como
nadie esta paranoia con la amenaza roja, diciendo que el comunismo "es una
forma de vida maligna, que revela condiciones similares a la de una enfermedad
que se extiende en forma de epidemia, y como una epidemia hay que ponerlo en
cuarentena para que no infecte a toda la nación" (ver en mi canal de
Youtube, "Collage
anticomunista", un montaje de fragmentos anticomunistas de la guerra
fría realizado en clave de humor).
¡Qué
terrorífico resultaba para el burgués contemplar el rojo poderío del bloque
socialista! ¿Y si la clase trabajadora de los países capitalistas se contagiaba
"de la epidemia" mencionada por Edgar Hoover? Había quedado claro que
la terapia del fascismo no daba resultado a largo plazo. A la oligarquía
capitalista europea no le faltaba razón para tener miedo. En la Italia de 1947,
el poderoso PCI (Partido Comunista de Italia) alcanzaba su techo como partido
de masas, llegando a tener casi 2.300.000 militantes (todavía en 1990, meses
antes de su "suicidio político", el PCI tenía casi 1.300.000
afiliados).
De aquel
miedo del burgués, nació el pacto que habría de encender la libido de los
trabajadores por el capitalismo. Claro que no era la imagen del pestilento y
andrajoso capitalismo que había existido hasta entonces. Primero pasó por el
salón de belleza y, cuando salió del mismo, su contorneo insinuante cautivó a
la clase trabajadora, demasiado seducida para percibir que aquel perfume
embriagador se elaboraba con una mezcla de sangre y sudor de la clase obrera
del mal llamado Tercer Mundo (teoría de la dependencia de Wallerstein).
Y la clase
trabajadora pasó a considerarse "clase media" y bailó la conga del
capitalismo recién salido del salón de belleza.
En efecto, el
miedo del capital a las organizaciones políticas y sindicales de clase, fue uno
de los factores que explica el gran pacto social del que salió el estado del
bienestar. Olvidad vuestra beligerancia revolucionaria, y a cambio aceptamos
incorporar ciertos componentes de los modelos socialistas (1), vino a ser el
gran ofrecimiento de la oligarquía para alcanzar una aparente tregua en la
lucha de clases.
El pacto
resultó fácil. La división de Europa en dos bloques, producto de Yalta, dejaba
poco margen de maniobra a las organizaciones socialistas y comunistas de los
países europeos capitalistas, no dejando más vía que la de las lentísimas e
hipotéticas -y cargadas de incertidumbre- "transiciones democráticas"
al Socialismo. Los dos intentos más claros de saltarse el guión establecido,
terminaron en un contundente fracaso, reafirmando esa única vía posible
(primero el del KKE en Grecia; años más tarde, el del PCP y resto de la
izquierda revolucionaria en Portugal, durante la revolución de los claveles).
De esta forma, el gran pacto del estado del bienestar, tuvo lugar sin oposición
política ni social, en tanto fue hijo de un consenso histórico entre la derecha
e izquierda europeas. Se creaba así un modelo de capitalismo que facilitaba
unos niveles de protección social que proporcionaban un sentimiento de
seguridad vital a la clase trabajadora occidental. La euforia provocada por el
estado del bienestar, condujo incluso al delirio de pensar que el modelo era
exportable a la maltratada periferia.
Por otra
parte, al pacto siguió la época que me gusta denominar del capitalismo feliz de
color rosa, en el que el crecimiento económico de los países dominantes y el
aparente bienestar material que facilitaba la sociedad de consumo, hacía que
nuestra clase trabajadora (la misma que ahora está tan puteada y también cabreada
con los "políticos") viviese seducida en desbordante pasión con el
modelo capitalista. Conviene no olvidar esto y no echarle la culpa
exclusivamente a las organizaciones políticas y sindicales. Aquí todo el mundo
se apuntó a la conga amenizada por la orquesta del capital. Todos eran "clase
media" en la época en la que la ideología burguesa decretó la falsa muerte
de las ideologías y de la lucha de clases; la época en la que la felicidad se
compraba en cómodos plazos ("...Planearán vender la vida y la muerte y la
paz. / ¿Le pongo diez metros en cómodos plazos de felicidad?...", cantaba
Pablo Guerrero en A cántaros).
El estado del
bienestar y la sociedad de consumo, tuvieron un efecto opiaceo sobre la masa
social, políticamente cada vez más narcotizada y manejable a través de la
poderosa industria mediática. Cualquier atisbo de conciencia de clase
desapareció y la lucha de clases acabó siendo un burdo tongo, al no producirse
una respuesta significativa de la clase trabajadora. Y por un acto de prestidigitación,
la ideología dominante nos hizo creer que todos éramos "clase media".
Lo que nos
interesa ahora, es enfatizar la idea de que este efecto narcotizante sobre la
masa social acabó domesticándola. Pero la tranquilidad completa del burgués
solo llegó cuando tuvo lugar la desaparición del bloque socialista. Resultó
patético contemplar cómo desde la izquierda orgánica, se celebró la caída del
Muro de Berlín o, en el mejor de los casos, se vivió con indiferencia. Pocos se
pararon a pensar sobre las consecuencias de efecto dominó que aquello acabaría
teniendo para la clase trabajadora occidental y para esa red de seguridad
-estado del bienestar- que se había levantado, a través de un pacto que se
consideraba incuestionable y blindado.
La
desaparición del bloque socialista y la domesticación previa de la clase
trabajadora, fue lo que condujo a que el burgués dejase de tener miedo a los
trabajadores. Nunca anteriormente, estos habían llegado a ser tan manejables y
a estar tan controlados políticamente.
Y la
oligarquía vio entonces la pista despejada para llevar a cabo sus sueños
húmedos del capitalismo preconizado por Milton Friedman y su camada de acólitos.
@VigneVT blogdelviejotopo
Notas.- (1) Aunque a más de uno pueda sorprender la afirmación, los elementos fundamentales del estado del bienestar, no dejan de ser componentes característicos de un sistema socialista adaptados -mal o bien- al capitalismo. En este sentido, el estado del bienestar tiene mucho de contradicción y, a la larga, o evoluciona hacia un modelo cada vez más socialista o involuciona, que es lo que está sucediendo actualmente.
Notas.- (1) Aunque a más de uno pueda sorprender la afirmación, los elementos fundamentales del estado del bienestar, no dejan de ser componentes característicos de un sistema socialista adaptados -mal o bien- al capitalismo. En este sentido, el estado del bienestar tiene mucho de contradicción y, a la larga, o evoluciona hacia un modelo cada vez más socialista o involuciona, que es lo que está sucediendo actualmente.
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