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Podemos y el miedo (2/2). Y a la clase trabajadora le entró el pánico.

La resaca de la clase trabajadora. El despertar del sueño y su miedo.

La desaparición del bloque socialista alteró el escenario en el que tenía sentido el gran pacto sistémico del estado del bienestarLa oligarquía dejó de tener miedo definitivamente a la amenaza roja, toda vez que además la clase trabajadora occidental naturalizaba la existencia del capitalismo al no imaginar ni desear sistema alternativo alguno. Antaño temerosa, la burguesía ahora respiraba tranquila, se sentía más fuerte que nunca y no encontraba motivos para seguir manteniendo el costosísimo Welfare State

Por otro lado, mucho antes de la caída del Muro, desde los años 70, el capitalismo había comenzado a entrar en una nueva fase de su desarrollo, marcado por la globalización y la aplicación de políticas inspiradas en la doctrina de Milton Friedman y de sus Chicago Boys. Al principio, tímidamente. Pero la caída del bloque socialista vino a actuar de catalizador del cambio neoliberal. Luego, bastó que saliese de la chistera mágica del sistema una brutal crisis intencionadamente provocada, para que la oligarquía se lanzase a acelerar el proceso de acumulación por desposesión (Harvey), hasta el extremo de provocar un coma inducido al estado del bienestar, paso previo a su defunción.

Centrándonos en España, la crisis sistémica supuso el despertar del sueño para la clase trabajadora. Todavía resacosa de la sociedad de consumo, lo más fácil resultó culpabilizar a los políticos de todos los males. Los trabajadores se mostraron -y muestran- incapaces de entender los cambios en profundidad que la oligarquía implementa, mordiendo el anzuelo ideológico que supone desviar la atención hacia los capataces del cortijo (los políticos del establishment). Esta cortina ideológica de humo ha sido siempre promocionada por los medios de comunicación más reaccionarios, y paradójicamente ha sido convertida por el partido Podemos en la columna vertebral de su minimalista discurso político.

La clase trabajadora, todavía bajo el síndrome de abstinencia del consumismo, lo primero que encuentra con la mal llamada crisis, son recortes salariales o una tendencia incesante a la precariedad laboral en el mejor de los casos, y la pérdida de empleo y recorte de prestaciones en el peor de los casos. 

La tasa de desempleo adquiere un plus de dramatismo en casos concretos, como pueden ser los parados de larga duración que dejan de percibir la prestación por desempleo, los parados de ciertas edades a los que la dinámica del mercado de trabajo les convierte en parias, etc. Para los demás, las sucesivas reformas laborales -especialmente la última, del gobierno de Rajoy- la precariedad se ha ido convirtiendo en la normalidad junto con un nivel de exploración laboral que en muchos casos ya no se diferencia del que existe en la periferia capitalista. 

Aunque las cifras bailan en función de las fuentes, según la PAH solo entre el comienzo de la crisis en 2008 y el primer trimestre de 2012, se produjeron en España 400.000 desahucios (desalojos forzosos de viviendas o locales, por orden judicial). Lógicamente, esta cifra se ha ido incrementado hasta el momento actual. El drama de la pérdida de vivienda fue una de las primeras consecuencias del desempleo, la precariedad y los salarios a la baja. Pero también condensa el miedo que se apodera de la clase trabajadora, provocado por la incertidumbre y la inseguridad y la ausencia de una red que amortigüe la caída. Por ejemplo, es muy significativo que en España se haya disparado la tasa de suicidios, muchos de los cuales han estado relacionados con la pérdida de la vivienda.

Algunos aspectos no afectaron de manera general a la clase trabajadora, pero sí a un importante sector de ahorradores entre los que había un porcentaje muy alto de asalariados. Me refiero al problema de las acciones preferentes de los bancos, posiblemente uno de los mayores timos financieros (por su volumen) que ha tenido lugar en la historia del país. El escándalo hay que contemplarlo como un episodio más de esa acumulación por desposesión de la que habla Harvey.

El miedo en poco tiempo de apoderó de una clase trabajadora que había vivido por encima de las posibilidades de su estupidez ideológica y servidumbre política (si se prefiere, de su alienación como clase, que queda más fino y elegante). Y sin embargo, ese nivel de miedo todavía no llegó a alcanzar sus niveles máximos. Todavía no se alcanzó una situación de anomia significativa. ¿Por qué? En mi opinión, podríamos recurrir a factores diversos que podrían explicar por qué el miedo todavía no alcanzó cotas superiores; cito algunos de estos factores:
  • 1º La idea de transitoriedad de la crisis. Todavía son muchos los que se aferran a la idea de que esto es una pesadilla que ha de pasar y que necesariamente regresaremos a la tranquilidad anterior. Es una percepción de la crisis que no suele ser demasiado comentada por los analistas políticos, quizás muy alejados de la visión popular. Entre la gente de más edad, pervive la idea que nace de la comparación con experiencias sociales de crisis anteriores (por ejemplo, la crisis de los 70); de la misma forma que éstas pasaron, también la actual acabará siendo superada. Tal percepción social es cultivada además por los medios más conservadores y por el propio gobierno. Quizás esta comparación está menos en la cabeza de la gente más joven, pero aun así creo que también en este caso son muchos los que se aferran a la idea de que esto es algo transitorio. El hecho de que se desvíe la atención centrando las responsabilidades en los políticos -en lugar de hacerlo sobre la oligarquía capitalista-, alimenta una ficción colectiva que consiste en creer que un cambio de actores políticos sistémicos en el gobierno, abriría las puertas para una solución a la crisis. Pensemos que la mayor parte de la gente no es capaz de comprender la naturaleza de la crisis, aferrándose al factor político y a otros como el tema de la corrupción, para explicar las causas de los males. Esa ficción colectiva alimenta la idea de transitoriedad.  
  • 2º La solidaridad familiar (pensiones de los jubilados, fundamentalmente). Aunque el porcentaje de personas que han caído bajo el umbral de la pobreza ha alcanzado ya cifras muy elevadas, el hecho por el cual todavía las cohortes generacionales de más edad sean beneficiarias de pensiones, amortigua -más mal que bien- la difícil situación de un porcentaje muy alto de familias. Por otra parte, los ahorros de toda la vida de mucha gente mayor, se han ido destinando en muchos casos a socorrer económicamente a los miembros más jóvenes de las familias (a costa de descapitalizar las unidades domésticas). Algo parecido podría decirse de aquellos casos en los que funciona la solidaridad familiar a otros niveles. Tal solidaridad familiar tiene "fecha de caducidad", en tanto puede funcionar solo durante un tiempo. A medida que se vaya apagando (por ejemplo, por fallecimiento de los pensionistas que sostienen a las familias, o por agotamiento de la reservas de ahorro), el miedo social irá también en aumento. 
  • 3º La incapacidad para visualizar los efectos a medio y largo plazo de las reformas tardo-burguesas. La gente habla de recortes y de privatizaciones, sobre todo en temas fundamentales como Salud. Estamos padeciendo ya los efectos de esta estrategia del capital que forma parte del mencionado concepto de acumulación por desposesión. Sin embargo, los efectos más dramáticos de las privatizaciones y recortes, solo se verán a medio y largo plazo. De esta manera, aunque la gente esté descontenta e indignada, la incapacidad de la masa social para visualizar el futuro a largo plazo, hace que el desguace del estado del bienestar no genere el nivel de pánico que provocaría si la gente fuese realmente consciente del futuro que nos están preparando. El tema de las pensiones es un buen ejemplo de lo que estoy diciendo.

Por supuesto, puede haber más factores, pero lo que pretendo señalar es que aunque hayamos pasado a un capitalismo en el que es la clase trabajadora la que está sometida al miedo -al pánico en muchos casos-, dicho miedo todavía no ha alcanzado el umbral que cabría esperar. Lo cual no quiere decir que no exista miedo social, ni mucho menos; es una cuestión de escala.

Que la masa social tenga miedo, es un cuchillo de doble filo. Si de tal miedo derivase una mayor conciencia social, conciencia de clase, un compromiso con la lucha de clases, una motivación para implicarse en la acción política transformadora..., en tal caso tendría un efecto positivo. Pero el miedo necesariamente no tiene por qué empujar a la gente a la izquierda política. Puede ocurrir todo lo contrario. Cuando no existe masa crítica, es fácil que el miedo social acabe derivando en apoyo a los populismos y a los fascismos. Pensemos que muchos de los votos a los neofascistas franceses y neonazis griegos, vienen de la clase trabajadora. En el fondo, estoy pensando en lo que supuso la experiencia histórica de la Alemania de los años 30 del pasado siglo.

Podemos y su mantra sobre el miedo.
Decíamos en la primera parte, que Podemos gira en torno a un discurso minimalista de consignas muy básicas, que acaban teniendo carácter de palabras rituales. Los seguidores de Podemos las repiten una y otra vez como mantras. De esta forma, el discurso de Podemos acaba configurando un lenguaje litúrgico-ritual dotado de la eficacia simbólica que acompaña a cualquier lenguaje ritual. Desde luego, es un rasgo que está presente en una buena parte de los populismos y en esto Podemos no es una excepción.

El efecto buscado es generar una especie de fe ciega que no es muy diferente a la fe religiosa. Una fe que, sobre todo, es fe ciega en el líder supremo (Pablo Iglesias Turrión), al que se considera más allá del bien y del mal, dotado de la infalibilidad profética que le conduce a no equivocarse nunca, y que enuncia consignas tomadas por sus seguidores como si fuesen palabras mágicas. En ocasiones, Podemos llega incluso a recordarme a los grupos religiosos parroquiales y a sus terapias colectivas; un botón de muestra de una reunión de un círculo de Podemos:


Un ejemplo de lo que son los "ritos de confirmación", en versión política. 
A través de tales rituales, se crean situaciones cargadas de emotividad y
 sublimación, que buscan provocar una fe ciega en el líder supremo.

Una de las consignas más repetidas para autoconvencimiento colectivo, es que el miedo está cambiando de bando o ha cambiado ya de bando. Es la consigna favorita de Podemos, junto con la acusación de ser "casta" a todo lo que se le oponga. Se trata de una muletilla repetida en redes sociales, artículos de opinión y también en manifestaciones y concentraciones. Son palabras rituales como decíamos, cuya función es crear la ilusión de una realidad que únicamente existe en el terreno de la imaginación. Lo imaginario vivido como real a través de la magia de la liturgia del discurso. Consolación a través del acto verbal.

Para entender el éxito de la consigna entre los seguidores de Podemos, hemos de tener en cuenta que Podemos no se compone precisamente por personas del sector más castigado por la crisis, que es donde puede haber más miedo social. Muchos de los seguidores de Podemos son personas que han llevado (y siguen llevando) una existencia acomodada o relativamente acomodada, y que por tanto no sufren el azote de la crisis con la misma intensidad dramática con que se vive en los sectores sociales más pauperizados. La masa social de Podemos no tiene nada que ver con aquel "lumpen" del que hablaba con desprecio Iglesias Turrión, ni con los trabajadores en general que más sufren la crisis sistémica -aunque también los hay en sus filas, por supuesto-. Pensemos que Podemos surgió inicialmente como un partido creado por funcionarios públicos, entre los que abundaban/abundan profesores de universidadLa élite política de Podemos está compuesta mayoritariamente por gente cuya situación no resulta especialmente crítica, y esta impronta se ha reproducido en una parte significativa de su masa de seguidores. Por todo ello, es fácil de entender que se trata de un sector social que no esté hundido en el pesimismo que provoca la situación que vivimos. Recurriendo a un término que ideológicamente rechazo y no me gusta, "clase media", se puede afirmar que Podemos es un partido de la clase media (de ahí que no se defina como anticapitalista en sus estatutos políticos). Un sector social al que le resulta muy fácil decir que el miedo ha cambiado de bando.

Ideológicamente, Podemos tiene mucho de clon del PSOE, no del actual sino de lo que fue el PSOE anteriormente. Por esta razón no es casual que muchos seguidores de Podemos hayan estado en el PSOE, o hayan sido simpatizantes y/o reivindiquen las bondades políticas del PSOE en tiempos anteriores y que ahora creen ver en el partido Podemos. Lo expresa muy bien Joaquín Fernández Martínez, de Podemos-Málaga y Jefe de Área del Centro de Prevención de Riesgos Laborales de la Junta de Andalucía (y que además se ajusta a ese perfil personal del que hablaba antes, de gente relativamente acomodada vinculada al funcionariado en muchos casos). Dice refiriéndose a Podemos:
Parece que por fin un nuevo cambio se acerca. El primer gran cambio fue en el 82 (aquel espíritu innovador y progresista que ya no queda en los actuales dirigentes del PSOE). Este nuevo cambio (verdaderamente progresista) es el que necesitamos ahora. 
Desde luego, esto refuerza la idea de que Podemos viene a ser un PSOE pre-82, hasta cierto punto incluso menos de izquierdas.

Es importante que tengamos en cuenta el perfil personal del que hablo, porque el discurso del miedo que cambia de bando, por lo general -aunque haya de todo como en botica- viene de personas que no sufren toda la crueldad de la crisis en sus carnes. Otra militante de Podemos, Laura Camargo (una profesora titular de la Universitat de les Illes Balears, por tanto con un sueldo en torno a unos 2.000 euros limpios mensuales), escribía en el Diario de Mallorca"El PP tiene pánico a Podemos, el miedo está cambiando de bando".

El mantra es repetido a diario, desde Iglesias Turrión al último simpatizante, y las redes sociales están cargadas de ejemplos de esta liturgia lingüística.

Sin embargo, tal consigna tiene otra función, además de la mencionada más arriba. La consigna tiene también la función de explicación omnicomprensiva (igual que el término "casta"): todo se explica a partir de la misma. Así, por ejemplo, resulta habitual que los seguidores de Podemos respondan argumentalmente a las críticas recibidas apelando al "miedo" que se les tiene. Y es que la lógica del discurso político de Podemos, sometida a un electrocardiograma, dibujaría una línea recta. 

Un buen ejemplo de aplicación de esta consigna contra aquellos que realizan críticas a Podemos, lo hemos visto estos días en el panfleto publicado en diagonalperiodico.net, por Ángel Luis Lara. Este señor de Podemos, que es profesor en EE.UU. (de nuevo el perfil antes mencionado, de élite laboral), escribió un canallesco artículo en el que llega incluso a establecer un paralelismo entre Cayo Lara y la FAES, y a juzgar al coordinador de IU como parte del establishment: ¡no está mal! (este panfleto debiera servir de aviso a navegantes, al sector de IU que defiende el entendimiento con los coleteros). El caso es que toda la rabia desencadenada en el artículo de Ángel Luis Lara contra IU y en concreto contra Cayo Lara, viene de las críticas suaves y en absoluto hostiles que éste ha realizado hacia Podemos. El coletero lo tiene claro: las declaraciones de Cayo Lara son producto del miedo.

Si criticas es que les tienes miedo. Argumento supremo frente a las críticas. En este mismo blog, en entradas sobre Podemos, este tópico se repite también a menudo como base argumental, en comentarios enviados por simpatizantes del partido de Iglesias Turrión.

Son diferentes dimensiones de lo que significa ese "el miedo está cambiando / ha cambiado de bando", tan repetido por Podemos.

Lo cierto es que nunca el capitalismo ha estado tan fuerte como en los tiempos actuales. Jamás la oligarquía se ha sentido tan segura. Y España no es una excepción. Reformas laborales, electorales, recortes, privatizaciones, rescates escandalosos... 

Decir que la oligarquía tiene miedo, suena casi a chiste de mal gusto. Imagino que escuchando a Podemos, los señores Botín (Banco Santander) y Rosell (presidente de la patronal española) se mueren... más que de miedo, de risa.

Buscar el éxito a través de la creación de espejismos discursivos, acaba siendo un boomerang que se vuelve en contra. Aunque no dudo que a corto plazo a Podemos pueda darle cierto resultado.

Dada la pesadez de la repetición de la consigna en las redes sociales, hay quien lo toma con sentido del humor o con sarcasmo. En tono jocoso, hay quien ha replicado: El miedo va a cambiar de parque (Rubén ‏@_ru_b_en_), o El miedo está cambiando de fado.

¡Qué preocupadita está nuestra oligarquia!
Publicado en BlogdelViejoTopo

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