¿Quién es el valiente que se atreve a “beneficiarse” en
su relación con los italianos, capaz de engañar al mismo diablo y cobrar
comisión por proporcionar cerillas al dueño y señor del fuego? Su última
mordida investigada por la fiscalía de Nápoles se acerca a los 6 millones de
euros, él lo desmiente, pero antes se atrevió a engañar al mismísimo Nacho López
del Hierro, esposo de Cospedal, en la operación METROVACESA en la que también andaban
enredando sus amiguitos italianos.
Alejandro
Agag sueña con ser el próximo amo de la fórmula 1. Suceder a Bernie Ecclestone,
de 81 años, primera fortuna del Reino Unido y desde hace tres décadas dictador
del automovilismo mundial. Agag, de 41 años, supo aprovechar su relación con el
expresidente Aznar para convertirse en pieza clave en el circo del motor, un
negocio que mueve 6000 millones de euros cada año.
La
fórmula 1 es un universo de megayates y aviones privados donde coinciden
millonarios y monarcas y circulan las influencias. El mejor observatorio para
olfatear negocios, conocer gente, cobrar comisiones y pasarlo bien. Porque Agag
es, sobre todo "un vividor” según Fabio Corsico, antiguo hombre fuerte del
ministro de Economía de Berlusconi, Giulio Tremonti, y hoy director de comunicación
del millonario Gaetano Caltagirone. Ambos forman parte del complejo
político-financiero de Agag en Italia.
Aunque
pagado de sí mismo, subestimar a Alejandro Agag es un error. No es tonto.
Detrás de su sonrisa se esconde un frío calculador envuelto en buenas maneras y
muy ambicioso. Entusiasta de un modelo de sociedad a la italiana en que se
entremezclan política, negocios y medios de comunicación. Agag no quiere ser
Aznar; Agag quiere ser Murdoch o Berlusconi: tener dinero, poseer televisiones
y manejar a primeros ministros. Para Agag es mucho más divertido influir que
mandar.
Realmente
nadie sabe qué hace en primera fila de la F1 pero ahí está, siempre en medio.
En los boxes de las escuderías, en los despachos de la política y el patrocinio
deportivo. De China a Emiratos Árabes pasando por Madrid. Donde aún tiene casa:
un ático de dos millones junto a la mansión de la duquesa de Franco. Afincado en
Londres, capital de la fórmula 1, en un inmueble victoriano de Chelsea, a un paso
de la casa-oficina de Ecclestone y del ático versallesco de Flavio Briatore. Dispone
de oficina anónima en Mayfair, entre brókeres de medio mundo, junto a
Flavio, su professore.
La
lista de méritos que se le atribuyen en la F1 es extensa: socio de Flavio
Briatore, ojos y oídos en España de Ron Dennis, hombre para todo del equipo
Renault, dueño de los derechos televisivos de la fórmula 1 en nuestro país y Capo
de la GP2, segunda división del automovilismo; captador y canalizador de
inversión publicitaria, promotor de una escudería con capital chino e
infraestructura coreana, cabeza del lobby que hizo de Valencia sede de
un Gran Premio de fórmula 1. Paco Camps presumió de los apoyos de Agag y
consiguió de este que olvidara sus fidelidades a Zaplana. Alejando solo tiene
un amigo: Alejandro.
Se
comenta con sorna que mientras Aznar haría pesas en un gimnasio, Agag se ocuparía
en engordar su agenda para futuros negocios. No da puntada sin hilo.
Alejandro
Agag lo tuvo claro desde sus comienzos: en esta vida hay que cultivar los
contactos. Su padre, Joseph Agag, de origen argelino, un bancario y consultor
de inversiones en el Magreb, y su madre, Soledad Longo, una secretaria
bilingüe, le dotaron de idiomas, un leve aroma internacional y algunas ínfulas
sociales. Sin embargo, no eran ricos. Y Alejandro siempre tuvo querencia por
los ricos. En su colegio, el Retamar, del Opus Dei, se mezcló con la mejor
burguesía madrileña. En el Colegio Universitario de Estudios Financieros, donde
estudió la carrera rodeado de sonoros apellidos, creó una asociación de
estudiantes para codearse con los poderosos de la época, a los que invitaba a
dar charlas; por allí pasaron Mariano Rubio, Mario Conde, Carlos Solchaga y
Abel Matutes. Después se los llevaba a cenar.
Ya
como ayudante de Aznar, a partir de 1996, dio conversación en la antesala del
presidente a los poderosos del país mientras esperaban audiencia. Los ministros
le preguntaban: ¿Alejandro, cómo está hoy de humor el jefe? Si está cabreado le
llamo más tarde. Y él daba el parte. Junto a Aznar pisaría el Despacho Oval con
Clinton y Bush, compartiría la intimidad de los Blair en Chequers y de
Berlusconi en Villa di Arcore. A partir de 1999, secretario general del Partido
Popular Europeo en Bruselas, migrarían en dirección a su agenda Ángela Merkel, Nicolás
Sarkozy o José Manuel Durão Barroso. Todos han llegado a la cima. En 2002, este
último, ya primer ministro conservador de Portugal, apoyaría su fichaje como
director general del Banco Portugués de Negocios, muy unido a la formación
política que presidía, el PSD. Nadie supo jamás en el banco cuál era la misión
de Agag. Ni siquiera tenía despacho en Londres. Trabajaba en casa.
Y
hoy, ¿cuál es su papel? En el sector
hay rumores para todos los gustos. Unos hablan de su papel de comisionista,
los hay que prefieren denominarle "abrepuertas" y también, "El
Conseguidor". Palos de ciego. Ni los íntimos saben a qué se dedica
Alejandro. No es algo nuevo en su vida. Más allá de su maestría para las
relaciones públicas, es opaco. Como buen licenciado en finanzas, es un experto
en inflar la cotización de sus acciones. Se vende como nadie. Está con los que
mandan. Luego, que cada uno extraiga sus conclusiones.
Durante
seis años funcionó como una extensión de Aznar. Se hicieron amigos. Una misión
complicada con el adusto presidente pero Alejandro sabía llevarle. Cuando era
su ayudante, jugaban juntos al pádel. Incluso se permitía hacerle bromas ante
el pasmo de los funcionarios de Moncloa. La cuestión era que el jefe dijera
cinco para que Agag saltara: "por el culo te la hinco", Aznar se
tronchaba. También se hizo amigo de Ana Botella. Era uno más de la familia. Un
hecho que comenzó a extenderse por Madrid. Y aún más en los dos últimos años de
presidencia de Aznar, tras la boda
de Estado con su hija en El Escorial.
En
2002 y 2003, en sus primeras operaciones financieras tras dejar la política,
algunos de sus clientes aún creían adivinar el paraguas del suegro guareciendo
los negocios del yerno. En el entorno del BBVA le recuerdan ofreciéndose con
descaro para intermediar en la puja de varios grupos para la toma de control de
la inmobiliaria Metrovacesa, como si el país fuera suyo. Nacho López del Hierro
fue víctima de sus habilidades en el asunto Metrovacesa.
Agotado
el crédito en España, Agag funcionó como una extensión de Silvio Berlusconi, el
hombre más rico de Italia. Dueño de las tres principales cadenas de televisión
del país y principal accionista de Tele 5. Agag le colmó de favores. Y
Berlusconi es muy agradecido. Lo confirma Aznar en su libro Retratos y
perfiles, Berlusconi tiene un alto sentido de la amistad y la lealtad
debida a los amigos. No olvida nunca a quién le ayudó, y siempre está dispuesto
a devolver un favor.
Agag
presume de estar tocado por la fortuna. Y es cierto, ha tenido mucha suerte en
su carrera política. Consiguió influencia social y política como ayudante de
Aznar. Aún tuvo más suerte al convertirse en secretario general del Partido
Europeo, un cargo que consiguió con sólo 28 años tras postularse ante Aznar.
Por si fuera poco, el dúo Aznar-Agag tuvo la suerte de que en 1999, cuando Agag
aterriza en el PPE, la derecha no gobernaba en ningún país importante de la
Unión Europea. Todos estaban en la oposición. Aznar era la referencia política.
Y el dúo hizo de las suyas.
Para
empezar, marginaron entre la derecha europea al Partido Nacionalista Vasco; lo
humillaron a conciencia hasta echarlo del PPE. Tras una nueva vuelta de tuerca,
lo expulsaron de la Internacional Demócrata de Centro que presidía Aznar. El
presidente estaba exultante con Agag, que, además, le ayudaba con los idiomas,
le presentaba gente interesante y le sentaba bien en las reuniones.
Su
segunda gran operación fue legitimar a Berlusconi entre la derecha europea.
Berlusconi necesitaba ingresar en el PPE para borrar su imagen de empresario
corrupto metido en política para evitar la cárcel. Necesitaba con urgencia
entrar en el PPE para ser respetado entre los conservadores europeos, alzarse
sobre la atomizada derecha italiana y ganar las elecciones. La estrategia para
su ingreso la marcó Agag durante un viaje a Milán en marzo de 1999, invitado
por Il Cavaliere, con derbi de fútbol incluido en San Siro entre el Inter y el Milán
y posterior cena en su apartamento milanés, formalizaron el pacto y sellaron su
amistad. Se dieron cuenta de que eran iguales y se hicieron íntimos.
En
octubre de 1999, Forza Italia ingresaba en el PPE. En mayo de 2001 ganaba las
elecciones en Italia. Berlusconi era nombrado primer ministro. Entre las dos
fechas, Agag aún le prestaría dos importantes servicios. El primero,
descalificar desde su tribuna de secretario general del PPE un artículo de
portada del semanario británico The Economist que ponía en cuestión la
capacidad de Berlusconi para gobernar Italia. El segundo, participar en el
mitin de fin de campaña de Forza Italia en Roma, en 2001, junto a Berlusconi y
Pier Ferdinando Casini, delfín de Il Cavaliere y yerno de Gaetano Caltagitrone,
propietario del diario Il Messagero, en
el que Aznar sería fichado como columnista. A su vez, cuando Aznar abandonó la
presidencia de la Internacional Demócrata de Centro, en enero de 2006, le cedió
el puesto a Casini, invitado a la boda de El Escorial. Todo quedaba en la
familia.
Con
Berlusconi, Agag entró en Italia por la puerta grande. Bajo su amparo visitó
despachos y discotecas, conoció y presentó a gente, intermedió en negocios. Algunos
terminaron en desastre, como sus gestiones a favor de la inmobiliaria
Metrovacesa, en junio de 2002, a la que buscó un socio italiano supuestamente
amistoso (Caltagirone) que al final lanzó una opa hostil contra la empresa, que
no salió adelante, pero a punto estuvo de arruinar a los socios españoles.
Su
siguiente gran operación fallida en Italia fue el intento de toma de control
del grupo italiano de medios de comunicación RCS, accionista mayoritario de El
Mundo y muy crítico con Il Cavaliere, en el verano de 2005, junto a un
grupo de empresarios afines a Berlusconi. La oscura operación
político-financiera se saldó con su amigo, el inquietante millonario Stefano
Ricucci, entre rejas y con él mismo declarando ante la Fiscalía de Roma. Agag
afirmó ante los jueces que el empresario francés Arnaud Lagardère, íntimo de Nicolás
Sarkozy, le pidió que ojeara en Italia ocasiones para comprar algún medio y que
Agag, cuando se enteró de la operación en marcha contra RCS, se puso en
contacto con Ricuzzi y comió con él para conocer su estrategia. Ricuzzi le
habló de una opa hostil, Agag transmitió la información y Lagardère dijo que no
le interesaba. Conversaciones de amigos. Sin papeles ni contratos.
Tras
la era Berlusconi, Agag funcionó como una extensión del empresario del
ocio y la fórmula 1 Flavio Briatore. Se conocieron de copas en Porto Cervo
(Cerdeña). Se hicieron amigos. Tenían las mismas aficiones. Con poco más de 20
años, Alejandro Agag montó en Madrid un local bautizado Tarambana para ligar y
conocer gente y Flavio es el propietario de Billionaire, el club más chic de la
Costa Esmeralda. A su lado, Agag se dejó ver en los grandes premios, los yates y
los despachos. Y todos en el circo dieron por sentado que tenía poder.
Ahora,
Alejandro Agag juega a ser una extensión de Ecclestone, el que decide quién
entra y quién no. La versión oficial es que Bernie y Alejandro se conocieron a
mediados de los noventa durante un Gran Premio en San Marino y se fueron
haciendo amigos. La segunda versión cuenta que Agag fue el único alto cargo
europeo que recibió a Ecclestone en Bruselas cuando pendía sobre él, por un
lado, la amenaza de una investigación de las autoridades comunitarias por el
monopolio de los derechos televisivos de la fórmula 1, y por otro, la
prohibición de la publicidad de tabaco en el automovilismo en la UE. En aquel annus
horribilis, sólo Agag le consoló.
Y
todos en el circo contienen la respiración. Porque la F1 es Ecclestone, el
hombre que convirtió las carreras de coches en una gigantesca máquina de hacer
dinero; una plataforma comercial donde todo se compra y se vende, y donde él se
queda unos céntimos por cada euro que cambia de mano. Es el padrino. Hoy, su
porcentaje de acciones en la sociedad que gestiona la F1 es mínimo, pero aún
gobierna en solitario. Todos los actores de la F1 saben que mientras Bernie
esté al frente ganan dinero, pero nadie se atreve a pensar qué pasará cuando
falte. Tiene 81 años y un triple bypass. Agag está presto a darle
relevo.
En
sólo diez años, Agag ha pasado de ser una promesa de la derecha a casarse con
la hija del presidente del Gobierno, abandonar la política, dejar España,
trabajar para un banco portugués (que abandonó en 2004), meterse en turbias
operaciones con socios italianos, protagonizar decenas de rumores en los
ámbitos financieros y, por fin, desembarcar en la fórmula 1, que hoy parece su
valor más seguro. Sin olvidar la creación de un fondo de alto riesgo bautizado
Addax, domiciliado en Londres, con el que canalizaría los patrimonios de sus
amigos.
Ése,
dice, es su presente. Aunque cada cierto tiempo su nombre, y el de su suegro,
aparece asociado con oscuras gestiones destinadas a la adquisición de medios de
comunicación en España con los que construir una plataforma conservadora que
engrasase el retorno del PP al poder en 2008. Siempre con la figura del magnate
Robert Murdoch en la sombra.
Agag
nunca volverá a la política, prefiere ganar dinero. Y hacer que lo gane su
suegro como consejero de News Corporation, el holding de Robert Murdoch,
y como columnista de uno de sus periódicos, The Wall Street Journal. En
el Partido Popular corren los chascarrillos sobre la pareja. ¿Quién es ahora el
ayudante? se pregunta un histórico. Otro afirma: En vez de llamar a Agag yernísimo, tendremos que comenzar a llamar a
Aznar suegrísimo.
Agag
ni se inmuta. Se ríe de todo. Tiene cintura de junco. Siempre ha sido así. Un vitellone. A lo suyo. Peleas, nunca; enemigos, los justos.
Fuentes:
El País, El Mundo, La Vanguardia, Público, Los Genoveses.
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