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La noche del rey, desde el limbo de la autocomplacencia

Mercedes Arancibia. Periodista.
“La realidad, qué fea” (Juan Gelman, poeta y escritor)
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La entrevista se convirtió en una lección magistral de servilismo viscoso
Y qué feo, manipulador, propagandístico, burdo, banal, aburrido… El programa  “La noche del rey”, emitido por la primera cadena de TVE  la noche del  viernes, 4 de enero de 2013, constaba de dos partes: una primera en la que Juan Carlos demostraba que se basta y se sobra para descalificarse y Jesús Hermida que los años han hecho su trabajo, convirtiéndole en una caricatura de lo que nunca fue pero creyó que era; y una segunda parte en la que una supuesta “generación del rey” formada por empresarios, banqueros, un escritor, algunos actores, un par de cineastas, un político, un par de científicos y varios periodistas –todos de profesiones liberales, todos “triunfadores” en sus respectivos campos de actuación, todos bien pagados mientras estuvieron en activo y seguramente cobrando una pensión más que digna ahora en su jubilación, la mayoría de derechas y alguno de ellos “progre”- se miraba el ombligo, se declaraba encantada de haberse conocido y daba recetas para los fracasos del pasado, rehuyendo mirar el presente y no digamos al futuro. Como escribía en 1996 el sociólogo francés Pierre Bourdieu en “Sur la télévision” (Raisons d’agir Editions, 2008) acerca de algunos programas “informativos” como el que nos ocupa, “tengo todas las razones para creer que sirven fundamentalmente para alimentar la complacencia narcisista de un mundo periodístico muy propenso a mirarse desde un punto de vista falsamente crítico”.
Este análisis parte del axioma que aprendí hace mucho y  repito cada vez que tengo ocasión: “Periodismo es contar lo que no quieren que se sepa y lo demás es propaganda” (HoracioVerbitsky, 1942, periodista y de la misma generación que todos los participantes en la hora y media de autocomplacencia). Lo que vimos en la noche del viernes no era otra cosa que propaganda. De todo: de la monarquía (a pesar de, o quizá precisamente porque “la cacería en Botsuana y la corrupción del yerno Urdangarín han acelerado el desgaste de la monarquía y la institución sólo cuenta con el apoyo del 54 por ciento de los ciudadanos”, según una encuesta de Sigma Dos para El Mundo, hecha pública el 3 de enero de 2013, y “que tiene especial importancia porque el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que viene realizando estudios sobre la monarquía desde 1994, por primera vez no preguntó en 2012 a los españoles por la Corona, que en 2011 había  suspendido como institución”. Fuente: LibreRed), del heredero de la corona, de todos los gobiernos, sin fallar uno, desde Adolfo Suarez (al que ahora quiere todo el mundo), socialistas y conservadores confundidos en un totum revolutum.
Vayamos por partes. Instalados ambos en un país ficticio, durante veinte minutos escasos (porque la verdad es que el tema no daba para más) Jesús Hermida y Juan Carlos quienes, por lo visto y oído a pesar de tener más de 70 años nacieron ambos en 1978 con la Constitución, nos deleitaron con un diálogo aprendido como una función de teatro, hablando – a un país que tiene casi cinco millones de parados oficiales (y, evidentemente, muchos más que no están registrados en las oficinas), miles de familias viviendo de la pensión del abuelo y miles más desahuciadas de unos hogares construidos con el salario de toda una vida de trabajo-,  de “prosperidad, bienestar, modernidad y solidaridad”.
Desde el limbo en el que ambos viven el último tramo de sus vidas, evitando pronunciar la palabra dictadura –que resulta que ahora se llama “lo de antes”- nos contaron lo satisfechos que se sienten de haber “llegado a donde estamos” (si tuviera más tiempo les explicaría donde estamos, mis amigos y yo), ignorando que sus palabras han sido una bofetada en la mejilla helada de todos cuantos en este invierno recién empezado de 2013 sienten en sus carnes el final de un proceso que ha destrozado lo que les quedaba de futuro y, lo que es peor, ha destrozado el futuro de sus hijos. Aunque los hijos de Juan Carlos y Hermida estén viviendo “mucho mejor que sus padres” (ellos sabrán), los del resto de  los ciudadanos –generalizando- están viviendo ya, y sobre todo van a vivir después, mucho peor. Como escribía hace un tiempo el periodista argentino Rodrigo Fresán (1963, de la generación siguiente)   “cuando se acaban los espíritus navideños empiezan los espectros del resto del año”. Y en esas estamos, en vísperas de los reyes magos.
Lo mejor y más rápido sería decir que Juan Carlos no tiene discurso; pero como le hemos escuchado durante veinte minutos seguidos podemos permitirnos (usando su mismo plural mayestático) hacer un análisis de urgencia de un discurso caracterizado por una pobreza de lenguaje rayana en la inopia, un abuso de frases y latiguillos repetidos y la imposibilidad de articular más de dos oraciones gramaticales seguidas. Hablando, Juan Carlos es elíptico y torpe. Ya lo decía Rousseau (Jean-Jacques) en el “Emilio”: “No hay más caracteres imborrables que los que da la naturaleza, y la naturaleza no hace ni príncipes, ni ricos, ni grandes señores”. Y en su elipsis y su torpeza, ha sido capaz de encadenar algunas paridas como “el espíritu de la monarquía” (como si fuera el del vino o la colmena; bien por ti, Erice), o “el príncipe es una bendición del cielo” (letra y música del panameño Julio Flores), y “el más preparado de todos los príncipes de Asturias de la historia” (entre los anteriores hubo varios prácticamente analfabetos).
En cuanto a “la generación del rey” –programa bodrio realizado por el equipo de Informe Semanal que evidentemente ya no es el que era, como nada es lo que fue alguna vez TVE- la idea-resumen de las intervenciones es, más o menos, que “la frustración de hoy es el precio por los años de bonanza”; o sea, ajo y agua, por sintetizar de alguna manera el también manipulador montaje de las declaraciones de 25 ciudadanos (algunos, como el productor cinematográfico Elías Querejeta estarán al día siguiente lamentando lo que han hecho con su intervención).
Probablemente sea también cosa del montaje, pero resulta que – lo mismo que Juan  Carlos- todos vivieron una juventud luchadora pero feliz, premiada con el reconocimiento social años más tarde; resulta que ninguno sabe nada de las luchas del movimiento obrero hasta 1975, de los “vencidos” fusilados hasta los primeros años 1950 (cuando la “generación del rey” ya era adolescente), de los catedráticos expulsados de la universidad en 1965 (cuando ya era mayor de edad), de esa otra juventud- que evidentemente no eran ellos- que vivía entre la clandestinidad y la cárcel, del millón de trabajadores que en aquellos mismos años emigraron a Alemania, Suiza y Francia. Ninguno ha sido capaz  de “juzgar desde la severidad adulta de hoy” (Ricardo Foster, homenaje a los estudiantes argentinos “desaparecidos”), el mundo que se ha puesto de espaldas “a esa otra época en la que creíamos poder tocar el cielo con las manos”.
Alguien  “tan cualificado” en el terreno del pensamiento intelectual y la acción política como la actriz Concha Velasco fue la encargada de poner el punto final al programa enviando al aire, quiero creer que sin saber lo que iban a hacer con sus palabras,  la consigna que se pretendía con este “especial la noche del rey”: “Lo que está hecho, está muy bien hecho. No hay que deshacerlo”. Ni Rajoy y sus alegres muchachos /as, protagonistas del último golpe de estado en este maltrecho país, lo habrían explicado mejor.

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