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Plató de una televisión local |
Nacieron
al socaire de una legislación inexistente. Crecieron al amparo de vacíos
legales y medrando sobre terrenos fangosos. Mostraron la peor de nuestras caras
y terminaron creando escuela. Barreda las consagró en Castilla La Mancha con
unas licencias faltas de criterio y más cercanas a ganar fidelidades que a
facilitar la prestación de un servicio a la ciudadanía. Pocos meses después pagaron
el regalo de las licencias con la traición y hoy subsisten sorteando a diario
los requisitos contemplados en los pliegos de acceso a las licencias. Son, lo habéis
acertado, las televisiones locales.
Cada
una de aquellas experiencias mostraba la personalidad de sus promotores. Si el
origen estaba en experiencias contraculturales participativas y democráticas mostraban
resultados similares a la genial Tele K. Y si el origen estaba en un empresario
de tres al cuarto, paleto y fanfarrón, el resultado es lo que todos conocemos por
las tierras de La Mancha: Tele catetos.
Miremos
con detalle sus contenidos para concluir que solo han servido para mostrar la
peor de nuestras caras. La imagen de un pueblo chusco, gañan, pelín hortera y
gustoso del chisme, el cotilleo y el grito como forma de argumentar. Si alguien
pretendiera evaluar cómo somos en función de la programación de las
televisiones locales se vería obligado a retrotraerse a la década de los 50 del
siglo pasado. Así nos muestran cada día los brillantes programadores de
contenidos en esas teles locales: llenos de caspa, vestidos de pana y con el
pañuelo anudado sobre la cabeza o la boina encajada hasta las cejas.
Parece
que en nuestros pueblos no hay actividad cultural, no se publican libros, ni se
representan obras teatrales. Tampoco hay buenas noticias, salvo cuando toca la lotería
que eso genera presuntamente mucha audiencia, solo acontecen sucesos y noticas
groseras. La normalidad, el correcto funcionamiento de los servicios, que las
personas sean agradables y educadas, la llegada de las cigüeñas o la floración de
los almendros no son noticia y prefieren alarmarnos con la tragedia real o
inventada, con la maledicencia o la información falaz contra personas o empresas
que no se han sometido a las presiones utilizadas para captar clientes
publicitarios.
Pero
esto no es lo peor. Lo realmente grave es que han creado escuela en función de
unas supuestas audiencias que ni ellos creen, porque la población real de
Castilla La Mancha y los datos reales de consumo televisivo hacen matemáticamente
imposibles las cifras de que presumen. En Castilla La Mancha somos líderes en
consumo diario de televisión, pero también lo somos en consumo de las
televisiones generalistas y no en contenidos locales.
La
crudeza de estos datos ha llevado a TeleCospedal a rivalizar con las
televisiones locales en la convicción de que la competencia con los dos grandes
grupos generalistas está perdida. Así, ha optado por abandonar una programación
de corte regional, orientada a generar identidad territorial, y sumarse al
modelo cateto de las televisiones locales. Parece no importarle los fracasados
estrenos que acompañan la gestión de Nacho Villa si logran mantenerse en ese
escaso 5% al que le interesa ver como bailan una jota los octogenarios de un pueblo
perdido o que proyectos ocupan a Loli Álvarez, Malena Gracia o cualquiera de
los frikis que nos regalan las TDT locales.
Su
apuesta para gourmets son realitys sobre novilleros, folklóricas, (digo yo que podrían
unir ambos programas para facilitar el encuentro entre copleras y novilleros y
hacer la competencia a Mujeres, Hombres y viceversa….), y para paladares
exigentes un western con más caspa que el cine franquista. ¡Claro que, con tal
oferta no hay quien se siente ante la pantalla! Los más jóvenes ocupan su
tiempo en las redes sociales y en ver televisión a la carta, los de mediana
edad nos repartimos entre un buen libro o el “intermedio” y los pensionistas se
echan el sueñecito en el sofá con cualquier cosilla…, para dormir, cuanto más
cutre sea la oferta antes se coge el sueño. Ese es su público, en clara regresión
natural.
Concluyamos
pues que ni las televisiones locales ni la TDT han servido para mejorar lo que teníamos
antes. Todo lo contrario, solo han servido para rebajar los estándares de
calidad hasta niveles infumables, para que los profesionales de antaño sean
sustituidos por aficionados incapaces de escribir con sentido y dispuestos a
cobrar una miseria, para llevar hasta la desaparición a decenas de medios
escritos o radiofónicos con décadas de solera y que no han podido competir con
la cutrez y el dumping. En el caso de RTVCM se vislumbra en el horizonte la solución
según el modelo TeleMadrid o RTVV: el ERE extintivo para la inmensa mayoría de
la plantilla y la externalización hacia empresarios amigos de los contenidos a
emitir.
El
gobierno tiene ante sí una oportunidad de oro con la reordenación de
frecuencias para mejorar los servicios de telefonía móvil. Bueno sería que
racionalizara una oferta que ha venido a empeorar lo anterior y dejara más
espacio a los desarrollos futuros de la telefonía y las redes sociales ligadas
a la fibra óptica y al satélite. Si se exige el cumplimiento de lo establecido
en los pliegos con que se adjudicaron las licencias de TDT y TDT local quedará espacio
libre y suficiente para mucho tiempo y quizá la profesión de periodista volverá
a ser una profesión digna y bien considerada.
Plumaroja
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