jueves, 28 de febrero de 2013

SOBRE "CORRUPTOS" Y "CORRUPTORES"


Es cierto que la corrupción política que invade las informaciones periodísticas tiene suficiente importancia para sustentar la indignación popular. Pero conviene aprovechar la ocasión para profundizar en el origen real de la corrupción. No voy a referirme a la idiosincrasia de “los países del Sur” tan en boga estos días, sino a algo más transversal. 
Éste es un sistema que se basa en la glorificación de la competencia para el lucro personal y este principio termina por imponerse a todos los intentos de regulación y control. Cierto que con el mismo sistema hay países con más o con menos corrupción, y sería posible extenderse con las herencias históricas y culturales que están detrás de esas diferencias. Pero a quienes se fijen sólo en las formas impúdicas que ahora afloran, les recordaré que corrupción es también que los bancos europeos se pongan de acuerdo para falsear los índices MIBOR o Euribor en el que se basan nuestras hipotecas.Corrupción es que las agencias de calificación califiquen al servicio de quien les paga y de los especuladores.Lo que no se dice y queremos recordar es que este sistema económico, que se basa en garantizar el poder de una minoría sobre la mayoría, tiene por fuerza que sustentarse en el engaño y la corrupción. Para empezar, en la corrupción del propio término de “democracia” (palabra griega que significa poder del pueblo).
Conviene resaltar que con cada corrupto hay un corruptor que tiene poder suficiente como para hacerlo. Siempre se dijo que el poder corrompe, ¿y dónde está el verdadero poder? En nuestra sociedad, ese poder es una oligarquía de financieros y de grandes empresarios procedentes de privatizaciones de sectores clave. Élites con estrechos lazos familiares que conocemos cada día. Oligarquía que no se conforma con que les pongan las leyes a su servicio, sino que se saltan las pocas limitaciones que esta democracia formal les pueda poner, y por ello recurren también a la ilegalidad. Se creen impunes. Tampoco se conforman con controlar los medios de comunicación para desinformar y manipular a la gente, sino que, con el dinero de estas corrupciones, fortalecen a “sus” partidos, con lo que inciden electoralmente. En resumen, la corrupción política es la consecuencia inevitable de la sumisión de los políticos gobernantes a los poderes económicos.
Un empresario no hace filantropía con esto. Compra leyes y decretos, compra contratos.La gente debe saber que quien llena los sobres de la corrupción (éstos y otros) es quien se hace con los servicios privatizados, (sanidad, por ejemplo), quien realiza las obras faraónicas, quien se beneficia de la reforma laboral, etc. En definitiva, el saqueo de lo público por parte de un empresariado en connivencia con los políticos a los que ha facilitado su ascenso o compra posteriormente. Sí, hablamos del empresariado. El modelo social y triunfador de las revistas; el que acompaña al Rey o Presidente en sus viajes; el que tiene acceso a la Moncloa; el que contrata en negro a parados; el que evade capitales; el que no paga impuestos y sí abogados; el que impone el modelo productivo, y elige el exclusivo camino del abaratamiento de la mano de obra. Y que no venga ningún escandalizado lector a decir que no todos son iguales. Ya lo sé. También sé que a todos sí les une la plusvalía del trabajo ajeno. Con ello no quiero minimizar la repugnante realidad de demasiados políticos corruptos.
Esto pone en cuestión las enormes limitaciones de una transición democrática que prefirió dar todo el poder a los partidos y quitárselo a los ciudadanos. Partidos que parasitan con dóciles “asesores” cada palmo de lo público, arrinconando el papel de los funcionarios. En el terreno de lo político éste es el cambio necesario: sólo se podrá llamar democracia si existe desde abajo la limitación de ese poder mediante la transparencia real con el control de la gente y su derecho a decidir en sus diferentes ámbitos sobre lo que le afecta. Las organizaciones jerárquicas y piramidales son campo abonado para la corrupción.
En concreto, hoy tenemos un gobierno ilegítimo por traicionar su compromiso con lo que dijo que haría. Lo justifica diciendo que hace “lo que tiene que hacer”. Una escandalosa confesión antidemocrática pues ¿quién es quien dice al gobierno “lo que hay que hacer”? No “los mercados”, sino el pueblo en las elecciones (y después si las decisiones son importantes). Se deben ir por lo que están haciendo en 14 meses y, sin embargo, nos tienen entretenidos con unos sobres.
No debemos caer en la exclusiva denuncia de la corrupción de los políticos para que mañana traigan un “tecnócrata”, supuestamente aséptico, a allanar aún más el camino de la Troika. O sea, más poder aún para los causantes de la crisis. También debemos prevenir que venga un salvador de corte fascista, como era Franco, arropado en populismo “antipolítico”. Quede claro que la corrupción de verdad era mucho más generalizada en la dictadura y pronto habrá quien quiera olvidarlo. Buena parte de las lacras de nuestro sistema político provienen de no haber superado bien las herencias de la dictadura.
Hoy la corrupción penetra todas las instituciones y deslegitima con cada vez mayor claridad a todo un entramado de poder caduco. ¡En esas condiciones tienen la desfachatez de perpetrar la más brutal agresión al patrimonio y a los derechos de la gente a la vez que están realizando una contrarreforma constitucional que inutiliza lo que de bueno tuviera la aprobada en 1978!
Pues han desatado la tormenta perfecta. Es hora de darle de verdad la voz a la ciudadanía y construir un poder auténticamente democrático que le permita ejercer su soberanía. La profundidad de todas las crisis que asolan este país hace que esto no sea una consigna panfletaria sino una necesidad para el país asumida por cada vez más gente.
Esto se está exigiendo por opinadores y pensadores varios, pero sobre todo desde abajo, con movilizaciones que reciben la herencia del impulso revitalizador del 15M, lo que demuestra que sus exigencias están más vivas que hace 20 meses.
Plumaroja

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