viernes, 22 de marzo de 2013

¿ESCLAVAS DEL SEÑOR?


Como era de esperar, la elección del nuevo Papa no contribuirá a mejorar el papel de sumisión que la Iglesia Católica atribuye a la mujer desde sus primitivos orígenes. Digamos que Francisco I no va a ser el primer pontífice que milite en el movimiento feminista. También dudo de que veamos a Begoglio compartiendo carroza con Carmen de Mairena el día del orgullo. Las criaturas de dios, si son homosexuales (bisexuales o trans, les da lo mismo), seguirán demonizadas. Privadas de su dignidad de seres humanos libres para elegir a quién amar. Condenadas al “underground” pecaminoso de la amanerada hipocresía vaticana.
A mí me crió mi abuela. Una mujer que había empezado a trabajar a los ocho años en una fábrica de zapatos. Las mujeres sindicalistas de la CNT la enseñaron a leer, escribir y, sobre todas las cosas, a mirar a los ojos a los hombres y verlos como iguales. Una hembra poderosa y entrañable que siempre me aconsejó no depender económicamente de nadie, aunque fuera mi marido. Y controlar el número de hijos. A mayor prole, menos libertad y más pobreza- solía repetir. Ella, que creía a su particular manera, sentía un rechazo alérgico por la jerarquía eclesiástica. Nunca olvidaré como disfrutaba de escandalizar a la gente con frases lapidarias: Si los curas parieran, el aborto sería un sacramento.
Si mi abuela estuviera viva ahora, diría que Francisco I es más de lo mismo. No responde al perfil del revolucionario imprescindible que se precisa para acometer la reforma del papel femenino en la Iglesia. La mujer seguirá sin tener acceso al sacerdocio. Supeditada al marido y, a ser posible, dentro del habitat de la familia. Sin soberanía sobre el control de su natalidad. Constreñida al papel de mera sirvienta, sin madurez psicológica para tomar sus propias decisiones. Las mujeres católicas deberían reflexionar profundamente sobre ello. En realidad, da igual judía, católica o musulmana. En todos estos cultos se nos considera un subgénero y ninguno está dispuesto a reivindicar una posición equitativa de la mujer con el macho.
Los oráculos espirituales del siglo XXI, intérpretes de dioses sempiternamente masculinos, solo nos quieren para esclavas. No como semejantes o compañeras y, mucho menos, de colegas. La Iglesia Católica tampoco se desprenderá de su añeja misoginia en esta nueva etapa. Raztinger o Begoglio, poco importa, las cosas no van a cambiar en este aspecto.
Ahora la pelota está en el tejado de las mujeres católicas. Mi abuelita nació, sabiéndose libre, en el sigloXIX. Pero no existe peor esclavitud que la que no se cuestiona. Como los dogmas de fe.
Crónica Popular

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