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Pantano de Entrepeñas y Buendía |
El cambio del régimen de lluvias, cada vez
más escasas y torrenciales, y la desmesurada demanda del regadío obligan a
repensar el modelo de almacenamiento y transporte de agua en un país con tres
cuartas partes del territorio desertizado
¿Cuál es la utilidad de un embalse?
Almacenar agua para, principalmente y en orden de prioridad inverso, generar
electricidad, abastecer a regadíos, industrias y poblaciones y asegurar los
caudales ambientales del río. ¿Y cuando llueve poco? Lo mismo, pero con menos
recursos. ¿Y si, pese a las borrascas del Atlántico con ciclogénesis explosiva,
continúa sin llover apenas y la demanda sigue creciendo?
La necesidad de ir teniendo planes C
ante la sequía parece cada vez más evidente en países como España, donde, según
Aemet (Agencia Española de Meteorología), el déficit del último año hidrológico
(de 1 de octubre a 30 de septiembre) se acercó a los cien litros por metro cuadrado: cayeron 551 de los 648 que
marca la media, lo que supone que en los algo más de 492.000 kilómetros
cuadrados del territorio peninsular dejaron de llover más de 48.000 hectómetros
cúbicos. Ese volumen vendría a equivaler a la capacidad real de los embalses
del país, los cuales, con lodo y zonas muertas, suman, teóricamente, espacio para 56.075
del que poco más de un tercio (36,46%, 20.446 hectómetros) está hoy lleno
Y la situación está empeorando. “Hasta
el 1 de diciembre ha llovido un 27% menos de lo habitual en el periodo
1981-2010”, explica Santiago Martín Barajas, de Ecologistas en Acción, que
señala cómo en los dos primeros meses de este año hidrológico, octubre y
noviembre, el déficit ha sido, respectivamente, de un tercio y la mitad de los
registros medios. Y se trata, después de diciembre, de los dos meses
normalmente más lluviosos del año. “Es imposible recuperar” los registros y las
reservas a corto plazo, anota, mientras llama la atención sobre el continuo
aumento de la demanda de agua.
“Tenemos un problema de exceso de
consumo en el que el regadío se lleva casi un 85% del agua que se distribuye al
año en España, por un 12% de uso urbano y un 3% de industrial”, señala Martín
Barajas, mientras resalta un aspecto: “ha mejorado mucho la eficiencia del
regadío, pero es que los ahorros se han destinado a nuevas superficies de
riego. Hoy hay más de cuatro millones de hectáreas cuando hace dos décadas, en
1998, eran 3,35”. Ante esta situación, apunta, “los embalses ya ni siquiera
funcionan como herramientas de almacenamiento, han pasado a ser meras
estaciones de transferencia”.
“Es complicado gestionar algo escaso”
Según la Encuesta sobre el Uso del Agua en el Sector Agrario del INE (Instituto Nacional
de Estadística), el campo español consume al cabo del año entre 18.600 y 19.600
hectómetros cúbicos de agua, más de una quinta parte de los cuales tienen
origen subterráneo y de los que hay que descontar las notables pérdidas en las
redes de transporte y las mermas que causa la evaporación. No hay cálculos
fiables sobre qué volumen suponen, aunque en las redes municipales, cuyas
tuberías suelen discurrir soterradas y tener cada vez más materiales plásticos,
rondan el 25%: más de mil hectómetros anuales de algo más de 4.200.
Un tercio de los recursos que llegan
al campo, que oscilan entre 14.000 y 15.000 hectómetros, siguen consumiéndose
por gravedad, inundando los campos en lugar de utilizar sistemas de riego
localizado que permiten un mejor aprovechamiento de los recursos. Ese tipo de
prácticas está en claro retroceso, aunque el estudio del INE revela cómo, de
manera simultánea, crece el consumo de otros sistemas menos eficientes como la
aspersión y el goteo, lo que vendría a avalar la tesis del ecologista.
Según Ecologistas en Acción, “sin
restricciones al regadío no se podrá garantizar el abastecimiento de agua a
poblaciones en 2018” y “se podría estar poniendo en riesgo el abastecimiento de
agua a numerosas poblaciones en los próximos meses”, por lo que la organización
ha pedido al Ministerio de Medio Ambiente “que limite sustancialmente el agua
destinada al regadío en 2018. “Hay que intervenir ya”, señala Martín Barajas,
que advierte que “es complicado gestionar algo escaso” como lleva camino de
serlo el agua.
No obstante, la legislación sobre el
agua establece un orden de prioridad en el que el “abastecimiento de población,
incluyendo en su dotación la necesaria para industrias de poco consumo de agua
situadas en los núcleos de población y conectadas a la red municipal”, está por
delante de cualquier otro uso. La garantía del equilibrio ecológico de los
ecosistemas fluviales es, sobre el papel, previa a cualquier concesión, a las
que están condicionadas.
Menos agua donde más llueve
Solo en tres cuencas las reservas
superan el 50%, la vasca y las dos cantábricas en el norte y la del Tinto, el
Odiel y el Piedras en el sur, mientras por debajo de un tercio se encuentran la
norteña del Duero (28,67%), las andaluzas de Guadalquivir (31,4%) y del área
mediterránea de esa comunidad (30,92%) y las orientales del Júcar (24,93%) y el
Segura (13,5%). Llama la atención que la primera de ellas, integrada en la
España húmeda, fuera la de mayor déficit (29%, seguida del 25% del norte y el
noroeste) durante el pasado año hidrológico, mientras las dos últimas, que son
ahora las más secas, fueron las únicas en las que llovió más de lo normal: un
11% y un 22%, respectivamente.
Las tres coinciden en que sus embalses
abastecen a amplias superficies de regadío. Y, también, en comenzar a actuar
como testigos de dos de las manifestaciones del calentamiento global cuya
combinación resulta más preocupante: la modificación de los regímenes
pluviométricos hacia largos periodos de sequedad y descargas puntuales de
fuertes precipitaciones, junto con un aumento de las temperaturas (1,4º por
encima de la media entre enero y octubre) que dispara la evapotranspiración al
mismo tiempo que reduce el volumen de agua que va a parar a los ríos y los acuíferos.
Así, los resúmenes de la Aemet recogen
cómo en la Comunitat Valenciana conviven registros negativos del SPI (Índice de Precipitación
Estandarizada, en sus siglas en inglés) con registros de más de 350 litros por metro cuadrado entre el 16 y el 22 de
diciembre después de otras de 120 entre el 24 y el 28 de noviembre (130 en la
capital el día 27), o datos más acusados de falta de precipitaciones en Vigo,
donde solo el 12 de febrero cayeron 136 litros. Llueve poco y de manera cada
vez menos regular, y eso tiene consecuencias en varios ámbitos.
Lluvia más escasa e irregular
Por un lado, la combinación de
sequedad y torrencialidad aumenta los procesos de avance de la aridez, un problema que ya afecta a tres cuartas partes del suelo de la España peninsular y que
lleva al Ministerio de Medio Ambiente a alertar de que “la desertificación es
ya un problema real o una amenaza para una parte muy importante del territorio
español”. Y, por otro, reduce las escorrentías que van a parar a los sistemas
fluviales y de aguas subterráneas al mismo tiempo que incrementa los episodios
de crecidas, de difícil gestión hidráulica, y de inundaciones.
La combinación de todos esos factores
obliga a repensar el modelo de almacenamiento y gestión del agua para optimizar
su aprovechamiento. ¿Cómo? Básicamente, todo se reduce a la planificación de
cultivos para reducir la demanda y sus puntas, a las mejoras tecnológicas en el
transporte y el almacenamiento de agua y a la aplicación de sistemas de riego
localizado. Los ensayos de embalses en el llano en lugar de en la montaña en la
cuenca del Ebro o la planificación de cultivos para reducir las puntas de
demanda, como la siembra de forraje tempranero para liberar recursos para la
fruta dulce y el alfalfa que aplican algunas cooperativas de la zona oriental
de Aragón, son algunos modelos. En ambos casos, se aplican en áreas en las que
la endémica infradotación de recursos para el regadío llevó hace tiempo a
plantear la pregunta del millón: ¿Qué podemos hacer para aprovechar tan poca
agua?
E.
Bayona
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