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Los reyes de España visitando al dictador en el Pazo de Meirás |
Franco diseñó una estructura corrupta
para enriquecerse ilícitamente con fondos públicos y mediante el expolio de
inmuebles y bienes de las familias a las que robaba. Así engordó su patrimonio
y el de los suyos, que 42 años después de su muerte siguen disfrutando
impunemente de aquel latrocinio sin que las instituciones democráticas hayan
querido o podido hacer nada serio para impedirlo.
El ejemplo más relevante es el Pazo de
Meirás, la residencia estival de los Franco desde que el tirano se
apropiara de él en 1939 mediante una falsa donación popular. Pero no es el
único.
El historiador Manuel Pérez Lorenzo y
el investigador Carlos Babío Urkidi han presentado recientemente en A Coruña “Meirás.
Un pazo. Un caudillo. Un expolio”, un libro de más de 400 páginas,
fruto de 21 años de investigaciones, en el que revelan cómo el dictador se
apropió sin freno de todo aquello que le apetecía a él o a su mujer. Daba igual
si se trataba de la vivienda de una familia de labradores próxima al pazo, de
unas estatuas medievales de la catedral de Santiago o de un palacete de
propiedad municipal en pleno casco histórico de A Coruña. Si Franco o Carmen
Polo lo querían, era suyo. Y quienes les ayudaban a conseguirlo sabían que
podían desde entonces gozar de su favor.
El libro de Babío y Pérez Lorenzo analiza
más de mil documentos históricos y decenas de testimonios orales, que desvelan
el modo de proceder del tirano y de su familia. Buena parte se centran en el
expolio de Meirás, el palacete construido por la aristócrata ilustrada Emilia
Pardo Bazán en el municipio coruñés de Sada y con el que los Franco se
encapricharon poco después de que empezara la Guerra.
Antes de que acabara, ya era suyo de
facto, después de que esa red corrupta organizara una colecta popular que
obligó a miles de ciudadanos a donar dinero bajo amenazas, o a ver cómo se les
detraían cantidades de sus nóminas si eran funcionarios o trabajaban para
empresas públicas. Con eso, y con la derivación de fondos de ayuntamientos de
la provincia y de la Diputación de A Coruña se nutría la caja de la Junta pro
Pazo que entregó el inmueble al dictador, propiedad que fue ampliando poniendo
a su nombre tierras adquiridas con fondos públicos o robadas a los vecinos y
vecinas de Meirás.
Una de sus víctimas fue la abuela de Carlos
Babío, Josefa Portela Abel, quien vivía en una casa próxima al pazo con tres de
sus cinco hijos (los otros dos estaban en el frente de guerra). Un día los
echaron de la vivienda y les dijeron que no volvieran. Lo mismo les sucedió a
otros habitantes de Meirás, a quienes expulsaron de las tierras que les daban
de comer sin compensación alguna y mediante acciones violentas.
Pero Franco no se limitaba a robar. “Con esas posesiones hacía negocio”,
cuenta Babío. Entre las decenas de microhistorias relatadas en el libro figura
la de la empresa “Pazo de Meirás. Productos de la Huerta”, la compañía a través
de la que los Franco comercializaban la madera talada y las plantaciones de
maíz y lúpulo que se cultivaban en el pazo, y para cuya explotación se
empleaban recursos de una empresa estatal, Misión Biológica de Galicia.
Franco hacía entonces negocio con
Meirás, y su familia siguió haciéndolo tras su muerte con un sonado pelotazo
urbanístico: la venta de los terrenos de
un acuartelamiento militar próximo al pazo que se construyó en terrenos
aledaños comprados de nuevo con fondos del Estado y puestos a su nombre sin más
explicación.
El modus operandi
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Portada del libro sobre la corrupción de los Franco |
El libro está repleto de casos
concretos documentados y explicados que indican cómo se diseñaba y ejecutaba modus furari habitual mediante el que la
familia se hacía con todo lo que se antojaba. Como las estatuas medievales de
la Catedral de Santiago que hoy reclama el Ayuntamiento de la capital gallega, o las Torres de
Bendaña, un pazo en el municipio de Dodro que fue desmontado piedra a piedra
para construir con ellas la balaustrada de Meirás y para que Carmen Polo
pudiera adornar sus jardines con sus valiosas piezas interiores. También la
Casa Cornide de A Coruña, un palacete levantado a mediados del siglo XVIII en
pleno casco histórico de la ciudad y que Franco obtuvo tras una subasta amañada
por la Casa Civil del caudillo para lograr que el Ayuntamiento, su legítimo
propietario, se la adjudicara a quien era su testaferro.
Según los autores de “Meirás. Un pazo.
Un dictador. Un expolio”, en torno a ese eficaz método habitual de robo se
construyó una red corrupta integrada por buena parte de las élites coruñesas que
componían los círculos sociales próximos a la familia Franco, que se
retroalimentaban recibiendo y otorgando favores que aún siguen cobrándose y devolviéndose hoy en día.
El libro desvela la vinculación de
aquellas familias con el expolio, e incluso la participación activa y necesaria
de muchas de ellas en aquellos robos. Aparecen apellidos de banqueros,
empresarios, industriales y propietarios de medios de comunicación que se
autoasignan hoy la medalla de ilustres defensores de la Constitución, como
protagonistas de rocambolescas historietas de corruptelas y bajezas varias.
Incluso los hay de personas cuyos herederos se sientan hoy al frente de algunas
de las más relevantes instituciones del Estado.
Porque, como recuerda Babío, ha sido
el propio Estado español el que ha permitido a los Franco alardear de impunidad
ante cualquier exigencia de que se devuelva lo robado y se reparen los daños
causados. “En Meirás no hubo transición
democrática. El entonces jefe del Estado y hoy rey emérito aterrizó en
helicóptero en Meirás para rendir honores a Carmen Polo apenas un año después
de la muerte de Franco, y creó para ella el título del Señorío de Meirás a los
cuatro días de su coronación”, afirma el investigador.
Babío recuerda que el tema de la casa
que los Franco robaron a su familia para engordar Meirás era tabú entre los
suyos. “Mi padre apenas lo mencionaba, y
mis tías siempre se negaban a hablar de ello. Era tal el dolor y el miedo que
les sembraron dentro que se echaban a llorar en cuanto les preguntabas”,
cuenta.
Él no cree que nadie vaya a
devolverles lo suyo, y de hecho ni siquiera esa es su intención. “La casa de mi abuela, como el pazo y todos
los bienes que los Franco expoliaron, deben pasar al patrimonio público. Y
deben servir para que se explique y se cuente cómo fue la historia de la
dictadura”, concluye.
JUAN OLIVER
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