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España ha vuelto a superar los 40ºC en distintos puntos de su geografía |
Algo me dice que Trump, Putin, Aznar, Rajoy y su
primo, célebres negacionistas del cambio climático, no combaten con un folio
reconvertido en abanico la pertinaz ola de calor que nos asola. Prefieren afrontar
los muchos peligros que encierra el aire acondicionado, de ellos advierte el
consejero de salud madrileño, antes que sudar la gota gorda.
Y será por eso, porque viven aislados en una
burbuja térmica, fresquita y confortable, que siguen manteniendo que esto del
cambio climático es una chorrada inventada por ecologistas izquierdosos, perroflautas
y apocalípticos. No, no vayas a pensar que su obstinada negación podría estar
generosamente compensada por las grandes multinacionales petroleras. Porque si
lo haces te acusaran de conspiranoico.
El caso es que mientras medio mundo se achicharra,
grandes masas forestales arden pasto de las llamas, avanza la desertización y
se avecinan masivas migraciones humanas huyendo de las consecuencias del cambio
climático. La última cumbre internacional sobre el clima reveló la indiferencia
homicida que las grandes potencias muestran por el negro futuro del planeta.
La cosa pinta mal. Las olas de calor son como las
pilas Duracell, duran y duran y duran… de mayo a octubre. En España, los niños
caen deshidratados en unas aulas que se transforman en auténticos hornos coincidiendo
con los exámenes finales. Son barracones con techos de uralita sin toldos ni
persianas que pueden alcanzar más de cincuenta grados, y son, que curioso, los
únicos edificios públicos en los que no se ha instalado aire acondicionado
Pero no creas que se trata de un desprecio absoluto
por la salud y el bienestar del alumnado de la enseñanza pública. Creerlo sería
vil y clasista. Tampoco creas que es por falta de medios. Andamos tan sobrados
que acabamos de regalar 60.000 millones a la banca.
Si se permite que nuestras criaturas se cuezan a
fuego lento en su propio jugo es para que hagan callo. Para que se curtan cara
al infernal futuro que les espera gracias a la pasividad de los actuales adultos.
O sea, nosotros. ¿Qué pasaría si se acostumbraran a estudiar en una atmósfera
fresquita y agradable? Muy sencillo, que acabarían siendo unos obreros flojos, o
peor aún, mejorarían su rendimiento y terminarían siendo unos rojos rebeldes. Mejor
que aprendan ahora, en sus tiernas y sudorosas carnes, que con un abanico de
papel (pliega, pliega, pliega…) y una botella de agua van que arden, nunca
mejor dicho. También hay gobernantes ‘progres’ que les recomiendan quedarse en
casa. Total, si van a ser jornaleros, pa’que van a estudiar.
Dicen que lo hacen pensando en su salud. Porque hay
que ver la de gérmenes y resfriados que evitan a estos críos privándoles del
aire acondicionado. Dolencias y riesgos que padecen estoicamente los consejer@s
de educación, sus altos cargos, la mayoría de políticos, el funcionariado, y
hasta los abueletes que visitan diariamente el consultorio para estar un rato
fresquitos. Lo hacen gritando ¡Salvemos a los niños de esta plaga! Pero a los
de la pública, ehhhh.
Mientras tanto, los de la privada y/o concertada,
convenientemente subvencionados con dinero público, no tienen que acudir en
bañador a sus colegios. Se expondrán a muchos agentes patógenos pero, a lo
mejor, hasta pueden concentrarse en los estudios en un ambiente que no se
asemeje a las calderas de Pedro Botero. Todo tiene ventajas y desventajas. Para
que luego digan que no hay equidad. Advertencia para los del PP y la ESO: esto
es ironía.
No hay peor ciego que el que no quiere ver. Y negar
el cambio climático no nos va a librar de sus devastadores efectos. La ONU y su
panel intergubernamental de expertos han denunciado que una de sus
consecuencias más catastróficas serán los incendios de grandes masas forestales
ya que el calor y la sequía alimentan el riesgo de que factores tan aleatorios
como un rayo desencadenen una tragedia de enormes dimensiones. A esto hay que
añadir que, durante décadas, hemos inundado nuestros montes de especies
madereras e industriales, aumentado aún más los riesgos, al tiempo que se
privatizaron los recursos de extinción de incendios poniendo nuestra seguridad
en manos de especuladores mercantiles. El resultado de la ecuación es
fácilmente observable estos días en la vecina Portugal.
El año pasado, los grandes incendios forestales
crecieron en España un 50%. Entre enero y mayo del presente año se han quemado
más de 41.000 hectáreas, de las que 38.000 eran superficie forestal, en 6
grandes incendios. A este ritmo, la península ibérica lleva camino de
convertirse en un terreno yermo y calcinado en poco tiempo. Paradójicamente, los
gobiernos del PP aplican desde hace años fuertes recortes y privatizaciones en
los recursos contra incendios. ¿Acaso les parece una cosa menor?
Hace tiempo, en un documental sobre el cambio
climático, escuché a un experto bromeando sobre el instinto suicida de nuestra
especie: “Vamos a toda velocidad, directos hacia el precipicio, pero en qué
cochazos” Lo recordé cuando leí que los Emiratos Árabes pretenden
remolcar icebergs desde la Antártida para cambiar su clima. Parece ser que los
jeques han decidido convertir su desértico país en un gigantesco campo de golf
tan verde como Irlanda.
Esta “jaimitada”
de los amos del petróleo podría acelerar aún más el cambio climático, según sostienen
los científicos, debido a la evaporación de esas enormes masas de hielo en la
atmósfera. Además, se liberaría agua dulce en el agua del mar alterando
gravemente el ecosistema marino. Vamos, mal rollo.
En cualquier caso, vayan acumulando folios y
cartones. Dudo que sirvan de mucho cuando nos hierva literalmente la sangre en
las venas, pero puede ser terapéutico: dobla
que te dobla mientras arde la casa.
¿Los pirómanos? Detrás de ellos que venga el fin
del mundo. Como se dice en esta tierra manchega: “El
que venga detrás, que arree”.
Plumaroja
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