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Las CCAA han acelerado la compra de equipamientos sanitarios a cuenta de la donación |
“Cuando
un hombre joven sacrifica mucha carne llega a creerse un gran jefe o gran
hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos.
No podemos aceptar esto, rechazamos al que alardea, pues algún día su orgullo
le llevará a matar a alguien.” Con
estas palabras respondió el consejo tribal de una tribu bosquimana del Kalahari
al antropólogo Richar Lee al querer obsequiarlos con un buey.
Parece
que algunos quieren volver al caciquismo, a la beneficencia y al Estado
asistencial. Por entonces, quienes tenían alma de esclavos o eran víctimas de
la gran ignorancia de la época se deshacían en elogios hacia el rico, gracias
al que comían, según sus cortas luces. En absoluto se les ocurría pensar que
eran los pobres quienes daban de comer a los ricos y que, en realidad, los
ricos saqueaban la riqueza de la sociedad.
La polémica se ha desatado con la donación del
multimillonario Amancio Ortega. Dejo para otra ocasión el asunto de la ingeniería
fiscal de las fundaciones, lo que Amancio Ortega puede eludir a Hacienda y el
que se presente con una cara por estos pagos cuando tiene otra muy distinta en
países donde se explota hasta la extenuación a la mano de obra.
La cuestión que quiero destacar es si podemos
permitir la deriva neoliberal que desmantela los servicios públicos y
paralelamente fortalece lo que la escritora y activista Arundathi Roy llama la
“ongización” de la política. A mi juicio, la sanidad, la educación,
las infraestructuras necesarias para el funcionamiento de la sociedad, deben
ser financiadas con los impuestos y los servicios prestados por empleados
públicos.
Si llega el caso, no quiero que me salve la vida la
donación de un millonario, quiero ser atendido por la Sanidad pública, de la
cual formo parte por mi condición de ciudadano, no de súbdito agradecido al
señor feudal, así como por mi contribución vía impuestos durante más de treinta
años. Pero es más: esa sanidad debe ser universal, como la educación, y debe
ser de la misma calidad para todos, para los que han contribuido más y para los
que han contribuido menos por su nivel de renta, por sus años de paro, por sus
bajas por enfermedad o por cualquier otra situación.
Se trata de un principio de solidaridad mediante el
que todos contribuimos en la medida de nuestras posibilidades para soportar las
cargas de aquellos que lo necesitan, teniendo en cuenta que todos podemos
necesitar de esa solidaridad en cualquier momento, nadie está libre de un
accidente o de una enfermedad que lo incapacite de por vida.
Está claro que gobernantes y economistas
neoliberales quieren que nos acostumbremos a la filantropía y a la caridad, una
situación que nos rebaja como sociedad. Un ciudadano exige derechos, un súbdito
se ve obligado a agradecer la caridad del pudiente. Desde la derecha se
ridiculiza toscamente el rechazo a estas donaciones millonarias, y, por
supuesto, se recurre el chantaje barato. En un tweed sobre la donación de
Amancio Ortega, alguien decía: “Amancio Ortega, no quiero tu caridad, quiero que
pagues los mismos impuestos que pago yo y los demás”. A esto, otro
tuitero respondía: “Díselo a un pobre crío de 10 años con cáncer, dile
que hay gente que no quiere que Amancio Ortega done 320 millones para poder
curarle”.
Al mismo chantaje argumental recurren las ONG en
sus campañas de búsqueda de cotizantes. Los argumentos son similares: “Por unos
céntimos al día usted puede escolarizar a un niño” (…) “o puede salvarle la vida”. Lo que se
busca es aflorar el sentimiento de culpa del ciudadano de clase media, que se
sienta un insolidario, o incluso un asesino, por no colaborar con una cantidad
casi ridícula que puede salvar una vida.
Pero esto no es así. Por muchos cientos de ONG que
han surgido en las últimas décadas y por muchos millones de socios de Unicef,
Médicos del Mundo y del resto de ONG, los pobres se siguen multiplicando,
millones de personas pasan hambre en el mundo, millones son víctimas de guerras
provocadas desde occidente, millones sufren enfermedades fácil y baratamente
solucionables. Y todo ello, gracias a un sistema económico que solo provoca
desastres y pone en riesgo la vida de la mayoría. Por eso, poner parches no es
la solución.
Desde la caverna mediática, a quienes cuestionamos
estas donaciones, se nos llama de todo: resentidos, envidiosos, gilipollas
(Carlos Herrera desde la emisora de la iglesia)…, día sí, día también. Se ve
que a estas personas les va muy bien con este sistema y con unas limosnas
tranquilizan su conciencia, porque saben que el fin último de este sistema,
regido por el único principio del lucro y donde no se pone coto a la riqueza
personal, provoca pobreza.
Este engendro, al que algunos se atreven a llamar
“colaboración público-privada”, no es más que la vuelta a la beneficencia del
siglo XIX, una regresión inadmisible a estas alturas del siglo XXI. Si alguien
cree que con la caridad de fundaciones y ONG se van a solucionar los problemas
que “incesantemente provoca este capitalismo del desastre” (Naomi Klein), le
recomiendo la lectura del excelente ensayo Blanco bueno busca negro pobre, de
Gustau Nerín, o los artículos de Arundhati Roy. A lo mejor, así ve las cosas
más claras y no se deja atrapar por los chantajes emocionales de las ONG.
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