jueves, 29 de junio de 2017

AMANCIO ORTEGA Y LA ‘ONGIZACIÓN DE LA POLÍTICA’

Las CCAA han acelerado la compra de equipamientos sanitarios a cuenta de la donación
“Cuando un hombre joven sacrifica mucha carne llega a creerse un gran jefe o gran hombre, y se imagina al resto de nosotros como servidores o inferiores suyos. No podemos aceptar esto, rechazamos al que alardea, pues algún día su orgullo le llevará a matar a alguien.” Con estas palabras respondió el consejo tribal de una tribu bosquimana del Kalahari al antropólogo Richar Lee al querer obsequiarlos con un buey.
Parece que algunos quieren volver al caciquismo, a la beneficencia y al Estado asistencial. Por entonces, quienes tenían alma de esclavos o eran víctimas de la gran ignorancia de la época se deshacían en elogios hacia el rico, gracias al que comían, según sus cortas luces. En absoluto se les ocurría pensar que eran los pobres quienes daban de comer a los ricos y que, en realidad, los ricos saqueaban la riqueza de la sociedad.
La polémica se ha desatado con la donación del multimillonario Amancio Ortega. Dejo para otra ocasión el asunto de la ingeniería fiscal de las fundaciones, lo que Amancio Ortega puede eludir a Hacienda y el que se presente con una cara por estos pagos cuando tiene otra muy distinta en países donde se explota hasta la extenuación a la mano de obra.
La cuestión que quiero destacar es si podemos permitir la deriva neoliberal que desmantela los servicios públicos y paralelamente fortalece lo que la escritora y activista Arundathi Roy llama la “ongización” de la política. A mi juicio, la sanidad, la educación, las infraestructuras necesarias para el funcionamiento de la sociedad, deben ser financiadas con los impuestos y los servicios prestados por empleados públicos.
Si llega el caso, no quiero que me salve la vida la donación de un millonario, quiero ser atendido por la Sanidad pública, de la cual formo parte por mi condición de ciudadano, no de súbdito agradecido al señor feudal, así como por mi contribución vía impuestos durante más de treinta años. Pero es más: esa sanidad debe ser universal, como la educación, y debe ser de la misma calidad para todos, para los que han contribuido más y para los que han contribuido menos por su nivel de renta, por sus años de paro, por sus bajas por enfermedad o por cualquier otra situación.
Se trata de un principio de solidaridad mediante el que todos contribuimos en la medida de nuestras posibilidades para soportar las cargas de aquellos que lo necesitan, teniendo en cuenta que todos podemos necesitar de esa solidaridad en cualquier momento, nadie está libre de un accidente o de una enfermedad que lo incapacite de por vida.
Está claro que gobernantes y economistas neoliberales quieren que nos acostumbremos a la filantropía y a la caridad, una situación que nos rebaja como sociedad. Un ciudadano exige derechos, un súbdito se ve obligado a agradecer la caridad del pudiente. Desde la derecha se ridiculiza toscamente el rechazo a estas donaciones millonarias, y, por supuesto, se recurre el chantaje barato. En un tweed sobre la donación de Amancio Ortega, alguien decía: “Amancio Ortega, no quiero tu caridad, quiero que pagues los mismos impuestos que pago yo y los demás”. A esto, otro tuitero respondía: “Díselo a un pobre crío de 10 años con cáncer, dile que hay gente que no quiere que Amancio Ortega done 320 millones para poder curarle”.
Al mismo chantaje argumental recurren las ONG en sus campañas de búsqueda de cotizantes. Los argumentos son similares: “Por unos céntimos al día usted puede escolarizar a un niño” (…) “o puede salvarle la vida”. Lo que se busca es aflorar el sentimiento de culpa del ciudadano de clase media, que se sienta un insolidario, o incluso un asesino, por no colaborar con una cantidad casi ridícula que puede salvar una vida.
Pero esto no es así. Por muchos cientos de ONG que han surgido en las últimas décadas y por muchos millones de socios de Unicef, Médicos del Mundo y del resto de ONG, los pobres se siguen multiplicando, millones de personas pasan hambre en el mundo, millones son víctimas de guerras provocadas desde occidente, millones sufren enfermedades fácil y baratamente solucionables. Y todo ello, gracias a un sistema económico que solo provoca desastres y pone en riesgo la vida de la mayoría. Por eso, poner parches no es la solución.
Desde la caverna mediática, a quienes cuestionamos estas donaciones, se nos llama de todo: resentidos, envidiosos, gilipollas (Carlos Herrera desde la emisora de la iglesia)…, día sí, día también. Se ve que a estas personas les va muy bien con este sistema y con unas limosnas tranquilizan su conciencia, porque saben que el fin último de este sistema, regido por el único principio del lucro y donde no se pone coto a la riqueza personal, provoca pobreza.
Este engendro, al que algunos se atreven a llamar “colaboración público-privada”, no es más que la vuelta a la beneficencia del siglo XIX, una regresión inadmisible a estas alturas del siglo XXI. Si alguien cree que con la caridad de fundaciones y ONG se van a solucionar los problemas que “incesantemente provoca este capitalismo del desastre” (Naomi Klein), le recomiendo la lectura del excelente ensayo Blanco bueno busca negro pobre, de Gustau Nerín, o los artículos de Arundhati Roy. A lo mejor, así ve las cosas más claras y no se deja atrapar por los chantajes emocionales de las ONG.



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