“Lo que
no se cuenta, no existe”
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Cartel Día Mundial de la libertad de prensa 2017 |
La
libertad de prensa, uno de los derechos fundamentales lo mismo que la libertad
de expresión, ambas pilares de la democracia, “crean las condiciones necesarias para la protección y promoción de
todos los demás derechos de la persona. Pero su ejercicio no hay que darlo por
descontado; para que puedan existir las libertades de prensa y expresión se
requiere un ambiente seguro, propicio al diálogo, en el que todos se puedan
expresar abiertamente sin temor a represalias” (del mensaje común del
Secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, y la Directora General de
la Unesco, Irina Bokova, con motivo de la celebración del Día Mundial de la
Libertad de Prensa, el 3 de mayo de 2013).
El
filósofo francés Voltaire se refirió a la libertad de prensa como “la base de todas las demás libertades”.
Indispensable para el ejercicio democrático, lo es también para garantizar el
derecho a la información, tal y como se establece en la Declaración Universal
de los Derechos Humanos de 1948. El Artículo 19 de dicha Declaración, al que
los periodistas nos sentimos especialmente vinculados, establece que: “Todo individuo tiene derecho a la libertad
de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa
de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de
difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.
Sin
embargo, el mapa del mundo establecido por las asociaciones que defienden la
libertad de prensa (http://periodistas-es.com/la-libertad-de-prensa-el-3-de-mayo-de-2013-4412)
nos demuestra que esa no es la regla y que vivimos en un mundo donde se sigue
asesinando a periodistas que no hacen otra cosa que cumplir con su trabajo, y
donde existen regímenes políticos que bloquean totalmente la información,
proceda de donde proceda.
Según
datos de Reporteros sin Fronteras, en este momento hay casi 300 periodistas y
blogueros encarcelados en todo el mundo, algunos condenados a “cadena perpetua” por intentar cumplir
con su trabajo de informar. La mayoría están encerrados en cárceles de países
dictatoriales o autoritarios como China, Irán, Eritrea o Vietnam, pero hay
otros, como Turquía, que se ha convertido en la mayor cárcel del mundo para
periodistas, con cerca de 100 encarcelados actualmente. Muchos de ellos no han
tenido acusaciones formales ni juicios previos, pero llevan más de 10 años en
prisión. Están sometidos a durísimas condiciones de vida, no les dejan ver a
sus familias ni tener contacto alguno con el exterior. En algunos casos, viven
largos periodos en celdas de aislamiento o son torturados.
Para
Amnistía Internacional, en cambio, Siria es actualmente el país más
peligroso del mundo para el periodismo. Tanto las fuerzas gubernamentales
como los grupos armados de oposición han cometido crímenes de guerra, incluidas
ejecuciones sumarias, desapariciones forzadas, tortura o secuestros. Intentan silenciar
a los periodistas para impedir que se conozca cómo mueren decenas de miles
de personas desde que comenzaron las protestas en marzo de 2011; o que más de
1,3 millones de refugiados han tenido que abandonar sus hogares para salvar la
vida.
Como cada
3 de mayo, el de hoy es una ocasión para celebrar los principios fundamentales
de la libertad de prensa, evaluar el grado de libertad que disfruta la prensa
en los diferentes rincones del planeta, defender a los medios de comunicación
víctimas de ataques contra su independencia, y recordar a los periodistas
muertos, torturados, detenidos y encarcelados por cumplir con su deber. Y, como
ya viene siendo norma desde hace algunos años, asumir el hecho de que esta
libertad debe extenderse también a los medios digitales, y a sus trabajadores.
Para la Unesco, en esta Jornada Internacional no solo hay que recordar
especialmente la inseguridad de muchos periodistas en zonas conflictivas y
hacer todos los esfuerzos posibles para combatir la impunidad de los delitos
cometidos contra la libertad de prensa, sino que también hay que exigir en
todos los países un Internet libre y abierto, como condición previa para la
seguridad digital.
Conviene
recordar una vez más, que la libertad de prensa no es solamente el derecho de
los periodistas a contar todo lo que no quieren que se sepa los (casi todos)
gobiernos, ejércitos, iglesias, grandes empresas multinacionales, poderes
económicos y financieros, redes de narcotraficantes y crimen organizado, y
cualquier otro tipo de poder que pueda existir, o que se pueda imaginar, sino
sobre todo, y fundamentalmente, el derecho de todos los ciudadanos a recibir y
conocer esa información. Y que, por eso, es tarea de todos –y no solo de los
periodistas- defenderla.
La
libertad de expresión no tiene límites
“No estoy
de acuerdo con lo que dice pero daría mi vida para que pudiera seguir
diciéndolo” (frase atribuida a Voltaire por una de sus biógrafas,
aunque parece ser que nunca la pronunció. Eppure,
se non è vero è ben trovato)
El
derecho a decir todo, a escribir todo, a pensar todo, a ver y escuchar todo, se
deriva de una exigencia previa: no existe ni derecho ni libertad de matar, de
atormentar, de maltratar, de acosar, de oprimir, de obligar, de matar de hambre
ni de explotar, escribe el filósofo situacionista belga Raoul Vaneigem en “Rien n’est sacré, tout peut se dire.
Réflexions sur la liberté d’expression” (Nada es sagrado, todo se puede
decir. Reflexiones sobre la libertad de expresión), publicado en La Découverte
en septiembre de 2003.
En
artículos, tertulias y debates más o menos periodísticos, se menciona estos
días con demasiada y peligrosa frecuencia una frase: “La libertad de expresión tiene sus límites”. La repiten
incansables políticos de distinto trapío, aunque justo es reconocer que
mayoritariamente inclinados a la derecha, en un intento de defensa de sus
indefendibles colegas que han caído en la corrupción, la malversación, la
estafa o el blanqueo de capitales, obligados a comparecer ante la justicia para
responder de esos supuestos delitos. Decirlo, comentarlo, publicarlo, e incluso
echarles en cara –hemeroteca o videoteca en mano- sus desmanes, representa para
esos “defensores” sobrepasar los
límites de la libertad de expresión. Y en pos de ese mimetismo con que en estos
tiempos se ejerce el noble oficio del periodismo, tan degradado últimamente,
después son los propios presentadores, comentaristas, tertulianos, etc.,
quienes hacen suyo el axioma y expanden por los cuatro vientos que “La libertad de expresión tiene límites”.
Pero
ocurre que no. La libertad de expresión no conoce límites desde que fuera
definida por primera vez en el Artículo 19 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea General de la ONU en París, el 10 de
diciembre de 1948: “Toda persona tiene derecho a la libertad de
opinión y de expresión, lo que implica el derecho a no ser perseguido por sus
opiniones, así como el de buscar, recibir y difundir, sin consideración de
fronteras, informaciones e ideas por cualquier medio de expresión”. El
enunciado del artículo es meridiano: derecho a la libertad de expresión y a
difundir informaciones por cualquier medio y sin ninguna limitación.
Como no
podía ser de otra forma en una Constitución democrática que ampara un Estado de
derecho, el contenido del artículo 19 de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos encuentra su réplica gemela en el Artículo 20 de la
Constitución española, que dice textualmente:
“Se
reconocen y protegen los derechos:
- a) A expresar y difundir libremente los
pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o
cualquier otro medio de reproducción.
- b) A la producción y creación literaria,
artística, científica y técnica.
- c) A la libertad de cátedra.
- d) A comunicar o recibir libremente información
veraz por cualquier medio de difusión. La ley regulará el derecho a la
cláusula de conciencia y al secreto profesional en el ejercicio de estas
libertades”.
En un
apartado tercero de las adendas, la Constitución española introduce el concepto
de “límite” a las libertades
anteriormente mencionadas, fijándolo “especialmente, en el derecho al honor, a la
intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la
infancia”, es decir, en algunos de los delitos detallados en nuestro
Código penal.
Entiendo
que la misma objeción puede extenderse al resto de los actos criminales fijados
en el Código, como la difamación, el insulto, el ataque, el acoso o la tortura,
física o psicológica, entre otros. Pero es que, tanto en este ejemplo como en
la definición anterior fijada por la Carta Magna, se trata de delitos que nada
tienen que ver con la libertad de expresión, sino con la conducta social, por
lo que su denuncia debe hacerse en los tribunales para que sea la justicia quien
dictamine si se ha incurrido o no en falta.
Ninguna
opinión periodística, broma, ironía, caricatura o denuncia, debe ser nunca
adjetivada diciendo que ha rebasado los límites de la libertad de expresión. Lo
único que puede, en todo caso, aducirse, en que ha incurrido en un posible
delito de infamia o falsedad, ataque a la intimidad o al honor, acoso o
tortura, etc. Y, en ese caso, la solución no está en las tertulias ni en los
editoriales periodísticos, sino en las salas de los tribunales.
La caída
de las democracias y la llegada de los ‘hombres fuertes’
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Tuiteros bromean con un titular de El País |
La
Clasificación Mundial que publica este año Reporteros sin Fronteras muestra que
la situación de la libertad de prensa podría dar un gran giro, sobre todo en
los países democráticos. Parece que ya nada detendrá la caída que desde hace
varios años experimentan las democracias. La obsesión por la vigilancia y el
hecho de que no se respete el secreto de las fuentes periodísticas contribuyen
a que numerosos países que antes tenían una buena calificación, desciendan en
la tabla, como es el caso de Estados Unidos (puesto 43, -2), Reino Unido (40,
-2), Chile (33, -2) o Nueva Zelanda (13, -8).
La
llegada de Donald Trump al poder en Estados Unidos y la campaña del
Brexit en el Reino Unido han sido como una caja de resonancia para el media
bashing (ataques a la prensa) y los muy tóxicos discursos contra los medios
de comunicación, han hecho que el mundo entre en la era de la “posverdad”, la desinformación, la
versión alternativa y las noticias falsas.
De forma
paralela, en todos los lugares donde ha triunfado el paradigma de hombre fuerte
y autoritario retrocede la libertad de prensa. La Polonia (puesto 54) de Jaroslaw
Kaczynski pierde siete posiciones en la Clasificación de 2017. Tras haber
transformado al sector audiovisual público en herramienta de propaganda, el
gobierno polaco se propuso asfixiar económicamente a diversas publicaciones
independientes que se oponían a sus reformas. La Hungría de Víktor Orbán baja
cuatro puestos (71); la Tanzania de John Magufuli, 12 (83). Turquía (155,
-4), tras el fallido golpe de Estado contra Recep Tayyip Erdogan, ha
dado definitivamente un vuelco: ahora se ubica al lado de los regímenes
autoritarios y es la mayor prisión del mundo para los profesionales de los
medios de comunicación. Mientras tanto, la Rusia de Vladimir Putin permanece
anclada en la parte inferior de la Clasificación, donde ocupa el lugar 148.
“El gran giro que experimentan las democracias
produce vértigo en todos aquellos que piensan que sin una libertad de prensa
sólida, no pueden garantizarse las otras libertades”, señala Christophe
Deloire, secretario general de Reporteros Sin Fronteras. “¿A dónde nos llevará esta espiral
infernal?”, se pregunta.
Noruega, primer país de la Clasificación 2017;
Corea del Norte, el último
En el
nuevo mundo que se perfila, donde prevalece la tendencia a la baja, incluso
quienes siempre fueron ‘buenos alumnos’, los países nórdicos, han tenido
tropiezos: Finlandia (3, -2), que llevaba seis años consecutivos a la cabeza de
la Clasificación, pierde el primer puesto a causa de las presiones políticas
que sufrieron los periodistas y a los conflictos de interés registrados. Su
lugar lo ocupa ahora Noruega (1 puesto de la tabla, +2), que no forma parte de
la Unión Europea. Un duro golpe para el modelo europeo.
En
segundo lugar se encuentra Suecia, que asciende seis posiciones. Aunque los
periodistas siguen sufriendo amenazas, las autoridades han enviado señales muy
claras condenando a los autores de dichas agresiones en varias ocasiones
durante 2016. La colaboración entre algunos medios de comunicación, sindicatos
de periodistas y la policía es un avance en la lucha contra dichas amenazas.
Al otro
extremo de la Clasificación se encuentra Eritrea (179) –país que autorizó a los
medios de comunicación extranjeros a entrar en su territorio por primera vez en
2007 y bajo extrema vigilancia–, que dejó de ocupar el último lugar en la
Clasificación para dar paso a Corea del Norte. El régimen norcoreano sigue
manteniendo a la población en la ignorancia y el terror. Por el simple hecho de
escuchar una radio localizada en el extranjero, un ciudadano puede ser enviado
a un campo de concentración. Entre los últimos de la lista también se
encuentran Turkmenistán (178), una de las dictaduras más herméticas del mundo,
en la que la represión de los periodistas no deja de intensificarse, y Siria
(177), sumergido en una guerra interminable, y que sigue siendo el país más
mortífero para los periodistas, asediados por un dictador sanguinario y por
grupos yihadistas.
La
libertad de prensa nunca había estado tan amenazada. En 2016, la situación se
agravó en casi dos tercios (el 62,2 %) de los países incluidos en la lista,
mientras que el número de Estados en los que la situación de los medios de
comunicación se considera “buena” o “más bien buena” disminuye un 2,3 %.
La zona
de Oriente Medio y el Magreb, desgarrada por los conflictos armados – y no sólo
en Siria, también en Yemen (166) –, sigue siendo la región del mundo donde más
difícil y peligroso es para un periodista ejercer su profesión.
A poca
distancia se encuentra la zona de Europa del Este y Asia Central. Cerca de dos
tercios de los países de esta región están alrededor o por debajo del puesto
150 de la Clasificación. Y no sólo Turquía experimenta un gran descenso. En
2016, el gobierno ruso volvió a tratar de incrementar su control de los medios
de comunicación independientes, mientras que los déspotas del espacio
postsoviético, desde Tayikistán (149) a Turkmenistán (178), pasando por
Azerbaiyán (162), perfeccionaron sus sistemas de control y represión.
La región
de Asia y el Pacífico, que ocupa el tercer lugar, es la que bate todos los
récords: allí se encuentran algunas de las mayores prisiones del mundo para
periodistas y blogueros –China (176) y Vietnam (175)–, o algunos de los países
más peligrosos para los periodistas –Pakistán (139), Filipinas (127) y
Bangladesh (146)–. En la región también convive un gran número de “Depredadores de la libertad de prensa”,
que dirigen las peores dictaduras del planeta –China, Corea del Norte (180) y
Laos (170)–, agujeros negros de la información.
Después
viene África, donde se ha convertido en costumbre cortar el acceso a Internet
durante las elecciones y cuando se registran movimientos sociales.
En
América, Cuba (173, -2) es el único país del continente americano que está en
la parte coloreada en negro de la Clasificación, esa en la que se sitúan las
peores dictaduras y los regímenes autoritarios de Asia y Oriente Medio.
Finalmente,
y a pesar de sus malos resultados, Europa sigue siendo la zona geográfica donde
los medios de comunicación son más libres. Sin embargo, el índice global de
Europa es el que experimentó el mayor deterioro: +3,80 % en un año. Es donde el
daño es más impactante si se observa su evolución en los últimos cinco años:
+17,5 %. Como comparación, en el mismo periodo, el índice de la zona
Asia-Pacífico experimentó una variación de 0,9 %.
Mercedes Arancibia || Periodista
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