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Viñeta de Forges sobre los becarios |
“Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.”
Miguel Hernández
La clase trabajadora española ha padecido las
consecuencias de sucesivas reformas laborales aplicadas en las últimas décadas,
independientemente de que el gobierno fuera socialdemócrata o centroliberal. En
cada una de ellas se han ido cercenando miembro a miembro, como si de un cuerpo
humano se tratara, derechos consolidados tras largos años de lucha y
sacrificios.
Pero hay que reconocer que la reforma estrella, la
“Madre de todas las reformas”, fue la de
2012. En ésta, evisceraron lo que quedaba del cadáver. Ya debimos olernos el
pastel cuando Rajoy soltó aquello de que era una reforma equilibrada, mientras los
presidentes de CEOE y CEPYME reprimían sus ansias de aplaudirlo y, a micro
abierto, con la mejor de sus sonrisas, el cachondo de Rosell susurró a su
homólogo Terciado: “Serios, muy serios, que si no…”
¿Si no qué, señor Rosell? Aunque hubieran dado
ustedes palmas con las orejas no hubiera sido más notoria su satisfacción. Nos
dimos cuenta, sí, y empezamos a preparar la vaselina. Eran días en los que,
para justificar la matanza, nos explicaron que los mileuristas habíamos vivido
por encima de nuestras posibilidades. Días en los que gente como el ladrón y
estafador Díaz Ferrán, anterior capo de la CEOE, nos escupían a la cara que
había que trabajar más y cobrar menos.
Poco después nos enteramos que Díaz Ferrán había
robado y estafado por encima de sus posibilidades y las nuestras. Ahora es uno
de tantos inquilinos vips de Soto del Real. Un centro que alberga a múltiples
chorizos ilustres, que también nos pedían sacrificios mientras atracaban el
país a todo trapo y se llevaban el botín a Suiza.
Pero la voracidad de los tiburones de la patronal
es insaciable. Son unos nostálgicos de aquellos años en los que la esclavitud
consolidó grandes fortunas. La sangre de los latigueros del Mississippi corre
alborotada por sus venas y quieren más. Nunca tienen bastante. Por eso, Rosell aplaude
alborotado lo que ha dicho Jordi Cruz (que cobra un buen dinerito público por
ser juez de un infumable programa llamado Masterchef) acerca de las condiciones
esclavistas en las que trabajan muchas personas en restaurantes exclusivos,
lujosos y carísimos (como el de Adrià, Muñoz, Berasategui o el del propio Jordi
Cruz):“Si toda la gente que está en mi cocina estuviera en plantilla, el
negocio no sería viable”.
¡Pues claro que no, chatín! Lo mismico le decían
los faraones a los pringados que les construyeron sus pirámides. Además de
tener el privilegio de trabajar de sol a sol para mí, con palos gratis
incluidos, ¿no pretenderéis tener un sueldo? El argumento es calcado, solo que
actualizado al siglo XXI.
Lo que ignoro es si Jordi Cruz hizo estas
declaraciones antes o después de comprarse un palacete por tres millones de euros.
Parece que “el garito” le sale a cuenta. Vamos, que es viable tener a media plantilla
trabajando a destajo dieciséis horas diarias por la jeta, para que el amo se pueda
dar la vida padre. ¿Mola o no mola?
¿Cómo no va a ponerse burraco el jefe de la CEOE? El
Becario es el arca perdida, el santo grial y la piedra filosofal en un solo pack.
El sueño húmedo de nuestra gloriosa patronal es que nos resignemos a trabajar
sin cobrar. Y no solo los becarios, vírgenes vestales que se sacrifican con
total impunidad, sino la totalidad de la clase trabajadora.
¡Bastante tienes con tener trabajo! Es la respuesta
con la que nos encontramos a diario si queremos reivindicar un derecho o
defendernos de un abuso. Y a uno le dan ganas de contestar aquello de “Lo que usted diga señorita Escarlata”. Me
temo que con su caletre ni siquiera pillarían el sarcasmo.
Porque voraces son como la orilla de un río. Pero
analizando las consecuencias a medio plazo son un poco lerdos. Desde mi lógica
elemental la cosa va así: España no es un gran país exportador. La mayoría de
las ventas de las empresas son nacionales. Ergo, dependen del consumo interno
para mantenerse. Si la mayoría de los trabajadores tenemos una economía de
posguerra, ¿Quién comprará sus productos? ¡Ay! Les puede la avaricia. Y es que
hasta para depredar hay que tener medida.
Acaba de celebrarse otro 1º de Mayo y a mí me dio
mucha tristeza, voy a ser sincero, escuchando el discurso templado de los llamados
sindicatos de clase. Clase, ¿Qué clase? Cuando hablaron de la pornográfica
corrupción que asola la política se estaban meneando la pelusa del ombligo. O,
dicho de otro modo, ignorando la propia. Una corrupción que ha conducido al
redil más conveniente a los borregos, sin demasiado aspaviento. Aceptando lo
inaceptable sin tener el valor, aunque razones sobraban, para haber convocado
una huelga general indefinida.
De tanto doblar la cerviz se han provocado un
esguince que les dificulta el correcto riego del corazón y el cerebro. Amagan
como gatitos de angora que juegan a ser tigres por un día y se sientan a firmar
pactos que la otra parte incumple día sí y día también. Patéticas fierecillas
amaestradas.
Pero rendirse no puede ser una alternativa. Los
tiburones merodean a nuestro alrededor ávidos de beber más sangre trabajadora.
Son implacables y no podemos servirles alegremente de carnaza.
Como decía Miguel Hernández, nosotros no podemos
ser ellos… panteras deseosas de un mundo siempre hambriento. Nosotros, la clase
trabajadora de este país, no somos los de enfrente. Pero tampoco queremos el yugo
que nos proponen como la solución y prevención a no sé qué invento de crisis
que, casualmente, ha engordado las arcas de los más poderosos. Y necesitamos
unos sindicatos regenerados y dignos para poder combatir la ofensiva recortadora
del neoliberalismo.
Los gatos son muy monos cuando ronronean pero, para
un tiburón o una pantera, son como “p´a
luegos” de esos que quedan entre las muelas. Menos que nada.
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