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Portada del libro 'Batallitas' |
Conocí a
Roberto Segura Mata (Roberto a secas para los compañeros de la CNT, los
“viejos” de su época y los nuevos que llegábamos de la mano de sus hijos) a
mediados de los ’70, en plena clandestinidad y con el franquismo agonizante en
una cama manchada de mierda, en su casa del Ensanche barcelonés: uno de
aquellos pisos grandes y oscuros en los que siempre cabía alguien más.
No puedo
asegurarlo, pero yo diría que Roberto estaba todavía en activo y que las
“batallitas” (en este caso de paz) que contaba acerca de sus aventuras en la
cabina de un cine de barrio (¿el Texas de sus memorias?), le habían ocurrido
ese mismo día, o quizá la semana anterior. Historias muy divertidas de lo que
ocurría en aquellos tiempos, que hoy parecen de la edad de la piedra, cuando la
película se liaba literalmente (o sea, se hacía un lío), la sesión se paraba
entre abucheos y carcajadas siempre con el telón de las cáscaras de pipas
cayendo desde el gallinero al patio de butacas, y el proyeccionista tiraba “la
cinta” por la ventana, a un patio interior de la finca, y la iba enrollando
meticulosamente a medida que subía.
Mucho
después, ya en esta transición que no termina nunca y sin saber si Roberto
seguía vivo, hemos comentado la anécdota en tertulias y reuniones de amigos,
entre otros motivos para resaltar cómo funcionaba la solidaridad en la
dictadura, cuando el Sindicatos de Espectáculos de la CNT –con un poder
auténtico en la profesión, en Barcelona; un poder que arrastraba desde los
tiempos de la Segunda República- “escondía” a sus militantes perseguidos en las
cabinas de proyección, siempre a oscuras, siempre alejadas de las miradas del
público y de los inspectores del Ministerio de Información y Turismo que
velaban por la moral de actores y espectadores, impidiendo que aparecieran
mujeres desnudas o escenas de amor que superaran un beso rápido y sin lengua, y
haciendo que Sir Donald Sinden y Grace Kelly fueran hermanos en Mogambo,
lo que convertía la película en un canto al incesto.
Ahora,
cuarenta años después de aquellas veladas, cae en mis manos el libro Batallitas,
escrito por Roberto Segura Mata y editado por su hija, la periodista Aurora
Segura (como tantos libertarios, Roberto eligió nombres relacionados con la
vida y la naturaleza para sus hijas, la otra se llama Violeta). En este caso,
se trata de auténticas batallas, algunas bélicas y las más vitales, libradas
por Roberto entre 1936 y 1969. ¿Por qué puso punto final a los recuerdos ese
año? Lo ignoro pero intuyo que pudo ser porque consideró que lo que venía
después no llegó a interesarle o porque fue entonces cuando falleció Juanita,
su compañera desde la juventud y la madre de sus hijos.
Roberto
Segura (1917) –delgado, nervioso, perfil de torero de posguerra, un corazón
libertario en el que cabía todo el mundo- durante su infancia residió en el
pueblo aragonés de Zuera y cuando el golpe militar franquista de 1936 consiguió
llegar a Tardienta donde, con su hermano Manuel, 26 años mayor, ayudó en el
hospital hasta ser expulsado por los estalinistas. Se enroló entonces en la Columna
Ascaso hasta que, siempre detrás de su hermano, fue a parar a Alcañiz donde
ingresó en las Juventudes Libertarias y conoció a Juana Celma, quien años
después sería su mujer, colaboró con el Comité Regional de la CNT de Aragón y
trabajó en la imprenta del diario Cultura y Acción. En 1938, tras la
caída del frente de Aragón, Roberto fue a Cataluña donde trabajó en la Escuela
Libre Sebastián Faure, de Llansà, fundada por Félix Carrasquer y su mujer,
Matilde, para los que siempre guardó un cariño especial.
En 1938
fue llamado a filas y destinado a una escuela mecánica de aviación y
posteriormente incorporado a una compañía divisionaria formada por militantes
confederales acantonada en Centelles. Huyendo de la avanzada italiana cruzó en
1939 los Pirineos por Portbou. Pasó diez meses en los campos de concentración
de Argelers y Barcarès. En la navidad de 1949 fue incorporado a un batallón de
trabajadores del ejército francés en Cerdon, para construir barracones que
debían alojar a los obreros de una fábrica de municiones. Cuando Hitler invadió
Francia se unió a un grupo de refugiados que huían hacia el sur, hasta que de
nuevo fue internado en los campos de Argelers y Brams.
Tras
otras vicisitudes, pidió regresar a España, pasó por el Centro de Clasificación
de Figueres y el Depósito de Concentración de Reus y finalmente fue enviado al
Batallón Disciplinario de Soldados Trabajadores Nº 1 de Punta Bolonia, cerca de
Algeciras y Tarifa, donde trabajó en las tareas de acondicionamiento de Punta
Paloma-Palomeras (Cádiz). En diciembre de 1941 fue trasladado al nuevo batallón
Disciplinario de Soldados Trabajadores Nº 46, en el que trabajó en las
excavaciones de Empuries (Alto Ampurdán). En 1942 fue trasladado a Carnallera,
donde estuvo encargado de la vigilancia de un almacén.
Una vez
libre, y después de cumplir el servicio militar obligatorio (todo lo anterior
no contaba), fue responsable de la imprenta clandestina de Martillo (órgano
del Sindicato de la metalurgia de la CNT). Detenido en 1945, estuvo más de dos
años en la cárcel y su familia tuvo que pagar una fianza de 1.000 pesetas (una
auténtica fortuna en la época, el salario de más de un año de cualquier obrero
manual). Tras pasar por diferentes trabajos con mayor o menor fortuna –desde
“manitas arreglatodo” a vendedor ambulante; para entonces ya tenía una familia
que mantener- y pasar por varias imprentas, consiguió trabajo como
proyeccionista y militó en el clandestino Sindicato de Espectáculos de la CNT
de Barcelona.
Muerto el
dictador, participó en la Asamblea de Sants de reconstrucción de la CNT, fue
nombrado secretario del Sindicato de Espectáculos y abandonó la militancia con
carnet tras el V Congreso confederal y la escisión que se produjo en la Casa de
Campo de Madrid, en diciembre de 1979.
Roberto
Segura tocaba el violín desde la infancia, aprendió solo a tocar la guitarra en
su paso por los distintos campos y cárceles, y escribía: hay artículos que
llevan su firma en numerosas publicaciones confederales. Lo que él redactó con
el título “Mis batallitas” –donde cuenta todos los episodios mencionados
anteriormente salpicados con jugosas anécdotas acerca del afán de
supervivencia, el deseo de aprender siempre y de todos, la lejanía y la
añoranza de la familia, los riesgos de la militancia clandestina y el hambre y
las enfermedades que pasó en los campos franceses- fue publicado años después
por su hija Aurora Segura Celma con el título de Batallitas.
En éste
libro, escrito con enorme sencillez y plagado de datos que serán de enorme
utilidad para todos quienes ahora están haciendo tesis y escribiendo libros
sobre al franquismo y la transición, está la vida de un militante
anarcosindicalista, de un resistente a la dictadura que no hizo otra cosa que
trabajar por el sueño de un mundo mejor de hombres libres y solidarios.
El libro,
que es una autoedición, no se encuentra disponible en librerías pero se puede
encontrar en http://www.blurb.es/b/1733858-batallitas-1936-1969.
Su precio está en torno a los 20€, incluido el envío.
Mercedes Arancibia || Periodista ||
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