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Susana Díaz y Pedro Sánchez en rueda de prensa |
Todo apunta a que el PSOE, en
pleno desconcierto, está de nuevo sumido en el callejón sin salida del mal
menor y abocado, otra vez, a cerrar en falso su congreso.
En 1979, Felipe González cambió el rumbo y la
historia del PSOE
con un discurso ideológico y estratégico: abandonar el marxismo,
renunciando el partido a su identidad histórica, y acercarse a las clases
medias burguesas conjugando las políticas sociales con medidas económicas
reformistas más propias del liberalismo que del socialismo. Siguiendo con ello el
ejemplo de otros partidos socialdemócratas europeos del momento, fundamentalmente
del SPD
alemán.
Mientras el PSOE de González ganaba
elecciones no volvió a haber debate ideológico, ni un verdadero debate político,
más allá del enfrentamiento y la ruptura con la UGT de Nicolás Redondo, escenificada
en la huelga general del 14 de diciembre de 1988. “El que se mueve no
sale en la foto”. Esa era la frase acuñada por Alfonso Guerra que,
durante aquellos años, resumió gráficamente la situación y, de hecho, los pocos
críticos de entonces -contrarios a la reconversión industrial, a la permanencia
en la OTAN, a la reforma laboral, etc.- se quedaron fuera del partido, no solo
de la foto.
Quizá la inercia impidiera que tras perder
las elecciones de 1996, y mientras el partido se iba desangrando
electoralmente, hubiera un verdadero debate político interno para construir la
alternativa socialista del siglo XXI y todo se redujera a luchas de poder, a
través de primarias, en busca, sin éxito, de un líder que salvara los muebles,
recuperase la confianza de los electores y les llevara de nuevo al gobierno.
El doble y anunciado fracaso de Almunia que,
siendo Secretario General, pierde las primarias frente a Borrell, quien terminaría
renunciando a ser candidato por las presiones internas y mediáticas, y pierde estrepitosamente
las elecciones generales frente a Aznar, es un buen ejemplo de la vida interna
del PSOE.
Tampoco Rodríguez Zapatero llegó a la
Secretaría General como consecuencia de un verdadero debate político, sino por
la factura cobrada por los guerristas para evitar que triunfara Bono,
representante del ala más conservadora del partido. Esto es, para los
guerristas, el triunfo de Zapatero era un mal menor. Es cierto que ganó las
elecciones, probablemente más por la escandalosa torpeza de un PP belicoso y
mentiroso que por méritos propios o del PSOE, e impulsó políticas sociales
nuevas, más cercanas al republicanismo que al socialismo clásico -contra la
violencia machista, de igualdad de género, de dependencia, de memoria
histórica, etc.-, pero no a resultas de una línea política debatida por todo el
partido. El desconcierto de los socialistas al oír, en mayo de 2010, aquel “me
cueste lo que me cueste” de Zapatero, anunciando los duros
recortes sociales, y al tener que tragarse el sapo de la aprobación forzosa y
urgente de la reforma de artículo 135 de la Constitución que, sin duda, pone en
cuestión el carácter social del Estado Social y Democrático de Derecho en que
se fundamenta, evidencian esa falta de debate ideológico interno.
Por eso mismo, la foto de la plana mayor
histórica y orgánica del PSOE presente en acto del 26 de marzo, en el que
Susana Díaz anunciaba su decisión de aspirar a la Secretaría General indica
algo distinto a la supuesta solidez de su candidatura y a la pretendida unidad
del partido.
Repasando caras e historiales (González y
Guerra; Zapatero y Bono; Rubalcaba y Chacón, lamentablemente fallecida apenas
dos semanas después; Tomás Gómez y Trinidad Jiménez; Madina, Caballero,
García-Paje, Puig, Lambán, Matilde Fernández…etc.) cuesta pensar que haya entre
ellos más unidad de criterio para optar por Díaz que el de la elección del mal
menor o, lo que es lo mismo, el rechazo a Sánchez, el mal mayor, y el ninguneo
a López. Parece que en el ánimo de muchos de los asistentes al acto está votar
a Díaz, aunque sea a regañadientes, y por reducción al absurdo: éste, que no
pinta nada, no; este otro, impostor y oportunista, de ninguna manera; solo
queda ella, orgánica, con mando en plaza, 100% PSOE como ella misma se anuncia.
Que la foto de los presentes es para consumo
interno, parece evidente: una forma gráfica de decirles a los militantes más
activos dónde están los pesos pesados de las agrupaciones, donde los secretos a
veces lo son a voces. Y que sea para consumo interno, obviándose las alergias
políticas que pudiera provocar en simpatizantes y votantes, deja ver que el
objetivo inmediato de tan heterogénea confluencia no es ni captar nuevos
votantes, ni frenar la sangría de votos, sino apuntalar internamente el viejo
edificio que se les está cayendo a pedazos.
Sin duda, la mochila de Sánchez está cargada
de vaivenes, estrategias erráticas y contradicciones: se presenta como la
izquierda del partido él, que pactó con Ciudadanos
a bombo y platillo, dando solemnidad a la nada; dice ser quien dará
voz a los militantes de base precisamente el que ordenó cerrar el PSM, vergonzantemente
simbolizado en el cambio de cerraduras, destituyó a su Secretario General y disolvió
el Comité Regional -elegidos por los militantes- e impuso una gestora afín; promete impulsar y garantizar la democracia interna
el que dejó poner una urna sin garantías detrás de una mampara en aquel
bochornoso Comité Federal de octubre.
Pero la mochila de Díaz también pesa lo suyo
porque lleva dentro el ventajismo político profesional y las artimañas de la
política más clientelar. Ella fue una de las que auparon al Sánchez que ahora
combate argumentando que “este chico no vale, pero nos vale”,
y también es la artífice principal de su caída y la de casi un centenar de
ejecutivas locales críticas. Además, tiene un discurso político
socialista que poco o nada tiene que ver con el socialismo.
No sabemos quién ganará las primarias. Quizá
Díaz, apoyada por el aparato y la prensa
amiga; quizá Sánchez, con el apoyo de los militantes de base, como
ocurrió en el caso de Borrell en el 98; seguro que no las ganará López,
atrapado entre dos aguas revueltas que hacen aún más bajo su perfil. Lo que sí
parece claro es que sea quien sea, será un/a Secretario/a General de transición
y en declive mientras en el PSOE no se decidan a impulsar un debate ideológico de
suficiente calado para redefinir su propio ser, un debate que decida en serio
qué implica la “O” de sus siglas.
Cide Hamete
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