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Movilización de mujeres en México |
La última mujer quemada viva en una
hoguera inquisitorial en España se llamaba María de los Dolores
López. Corría el año 1781 cuando esta muchacha ciega, a la que delató un
amante clérigo, fue condenada por las siguientes acusaciones: mantener
relaciones sexuales con el diablo, beber extraños brebajes propios
de hechiceras y, sobre todo, por poner huevos. Si las dos
primeras acusaciones no eran lo suficientemente bizarras, la tercera,
que la mostraba como una suerte de Caponata satánica, no
podía ser menos pinturera.
Durante más de dos
años la joven fue torturada con las técnicas más crueles y refinadas de la ‘Santa
Inquisición’ para persuadirla de que confesara sus aberrantes pecados. Pero la
obstinada ciega no reculó en defender su inocencia y acabó siendo “purificada”
en la hoguera.
Recientemente, en la post-revolucionaria y sandinista Nicaragua, una mujer ha sido quemada en la hoguera porque el pastor de la iglesia evangelista, un estúpido incapaz de ver más allá de su biblia y su pene, creía ver en ella al demonio. Vilma Trujillo, así se llamaba la víctima del fanatismo religioso, no había cumplido aún los 30 años y era madre de dos hijos. Sus familiares están pensando abandonar la pequeña aldea ante las constantes amenazas de los seguidores del pastor de la llamada Asamblea de Dios.
En 1968, una
guerrilla feminista pasó a la acción utilizando los conjuros como armas. Su
historia forma parte de la cara oculta de la lucha por la liberación de
las mujeres. Se trata del movimiento W.I.T.C.H. (Conspiración
Terrorista Internacional de las Mujeres del Infierno) y lejos de copular con
Satán y sembrar su ovípara semilla, se dedicaban más bien a abrirse paso a
codazos frente al patriarcado imperante. Empezando por una izquierda
radical que aceptaba a las féminas pero no contaba con el feminismo.
Cambiar bombas por
hechizos puede parecer pueril y poco terrorista. Pero estas brujas no
eran convencionales. Realizaban acciones directas: boicots, manifiestos,
ocupación de redacciones de periódicos, protestas delante de Wall Street,
escritura de textos, ruedas de prensa… Las mujeres del W.I.T.C.H.
comprendían que su herencia era ancestral. Y que otras muchas, desde la
Edad Media a nuestros días, han sido perseguidas por su subversión al papel que
les adjudicaba el sistema.
Eso es lo que le
ocurrió a María de los Dolores López, la tozuda invidente que prefirió arder
entre llamas a reconocer las gilipolleces de las que le acusaban. O como sucede
actualmente en Arabia Saudí, en Irán, Etiopía y varias decenas de
países. Lugares donde el machismo y el fanatismo religioso las
encierra bajo un burka, justifica la lapidación por haber sido víctima de
una violación o por un supuesto adulterio y donde azotan
públicamente a una mujer por pretender conducir un coche.
También en los países
musulmanes surgen guerrilleras subversivas. Un ejemplo: durante la revuelta
argelina contra el colonialismo francés, las mujeres lucharon y murieron junto
a los hombres en la clandestinidad, conscientes de que su propia igualdad
futura estaba en juego. Al ganarse la independencia, sus “hermanos
revolucionarios” las enviaron de vuelta a la cocina.
Sus herederas
brotaron en la primavera árabe en forma de blogueras que informaban a la
población de lo que estaba ocurriendo. En Túnez y en Egipto mujeres con velos,
vaqueros o minifaldas, de todas las edades, acudían en manada a las
concentraciones. Tomando consciencia de que el laicismo es el único camino para
encontrar la equidad. Éstas son las “brujas del Islam”. Unas
subversivas que lanzan hechizos de libertad e igualdad para intentar
cambiar su situación, aún a costa de saber que se juegan la vida en ello.
Explicar a estas
alturas que el feminismo no significa odio ni resentimiento hacia los hombres
me aburre, con todos mis respetos, un huevo. Sin embargo, nunca está de
más hacer pedagogía. Tal y como yo lo veo, el feminismo es un movimiento de
liberación sobre el abuso ejercido por un sistema patriarcal sustentado por
hombres pero con la complicidad necesaria de muchísimas mujeres.
Por poner un ejemplo
reciente. Si cuando el alcalde de Almansa, Francisco Núñez, hubiera empezado a
largar ese discurso, a lo Paco Martínez Soria, sobre el papel de
esposa y madre que cabe esperar de la mujer en el mundo actual, la señora del
moño que tenía al lado le hubiera propinado una terapéutica colleja, se habría
evitado el disgusto de verse retratada junto a semejante gañán. Pero no,
ella mantuvo la compostura con sonrisa hierática y look de los cincuenta.
Cómo si de un momento a otro nos fuera a contar que estaba superfeliz porque su
marido le había regalado una plancha nueva por el día de la mujer trabajadora.
Lo dicho, complicidad necesaria.
Decían las mujeres
del infierno que basta repetir tres veces “soy una bruja” para pasar a serlo. A
mí no me hace falta. Además de subversivo y tocapelotas tengo un
club de trolls que no tiene duda alguna. Escoba y gato negro no me faltan. Lo
de poner huevos, sinceramente, aún no lo controlo. Pero tiempo al tiempo. Sé
que soy carne de hoguera desde el nacimiento. Seguro que más temprano que
tarde acabaré ardiendo en el infierno.
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