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Acto 40 aniversario del asesinato de "los abogados de Atocha" |
La memoria y los recuerdos forman parte de cualquier
vínculo humano y, por supuesto, deben estar presentes especialmente en el
ámbito político; hablar de los crímenes fascistas del año 1977 nos debe hacer
reflexionar sobre si, quizá, estamos hablando de recuerdos en vez de memoria.
Convulsos y sangrientos años de un país que empezaba a
levantar la mirada ante las libertades políticas y sociales, libertades que
habían sido conquistadas desde la lucha antifranquista continuada en el tiempo.
El antiguo régimen agonizaba en un futuro que se veía imposible sin evoluciones
democráticas sociales y políticas y la cúpula del régimen fascista se negaba a
ceder los privilegios adquiridos durante más de cuarenta años de férreo
gobierno del país a base de represión, muertes y búsqueda de mejoras económicas
basadas en la emigración masiva y en el turismo.
Al igual que las nuevas corrientes de
historiadores hablan de guerra de España en vez de
hablar de guerra civil (terminología franquista asumida) -pues la intervención
del eje nazi-fascista fue determinante para la victoria del general Franco y la
imposición de una dictadura, del mismo modo la favorecieron la no participación
de las democracias europeas que se encontraban todas en un ambiente inestable
socialmente, azuzado por el fascismo con sus diferentes caras- hemos de
entender la memoria para verificar procesos que ya son parte de la Historia
cuando hablamos o simplemente opinamos de esa parte de nuestro pasado
recientísimo.
Hablaremos de cambio,
porque fue un cambio político lo que se produjo, es evidente. No, no hablamos
de transición por respeto a las víctimas del franquismo que siguen esperando en
esta democracia los derechos, la justicia y la reparación que se les tiene
adjudicados y que hasta ahora se les niega sistemáticamente. Pensamos que es
mesurado y nada descabellado hablar de encontrarnos “en transición” y
considerar la impunidad de los crímenes franquistas como el último escollo que
debemos superar para hablar de “transición” en su justa medida.
En Europa, en el
cambio que ponía punto final al franquismo como régimen político, el proceso de
unidad económica apostaba claramente por una España democrática pero lejos de
procesos revolucionarios. Esto era paralelo a la disminución progresiva de la
influencia soviética en las sociedades occidentales –dominadas por USA y la
OTAN- pero en donde las mejoras sociales estaban siendo evidentes y tangibles y
a las en algo favorecería en ello la existencia de la URSS. Esto nos obliga a
pensar que todos apostaban por el cambio que traería un desarrollo económico
–acompañado del social y, por qué no, del cultural- que erradicaría
definitivamente de España las carencias del larguísimo franquismo.
Sin embargo, pensar
que en aquellos largos años del final de los setenta se tenía la partida ganada
frente a la derecha –rancia o nueva- demuestra muy bajo nivel intelectual, de
lectura y de conocimiento de la situación de la que se partía. Para los que
afirman que faltaron voluntades políticas por parte de los autores del cambio,
hay que recordarles que no estuvieron ninguno en las manifestaciones donde
cayeron Arturo Ruiz o Mariluz Nájera ni corrieron delante de los “guerrilleros
de Cristo rey”, día sí y otro también. Y hablo de jóvenes que no vivieron la
guerra pero ansiaban la libertad que no tenían.
Cuando afirmamos que
estas libertades políticas, sociales, ciudadanas… y de todo tipo, habían sido
conquistadas nos referimos a que ya no se podía construir un nuevo contexto
político sin contar con los actores que estaban en la clandestinidad, aunque,
siendo justos, deberíamos hablar del PCE como único actor con poder real.
Una reflexión a tenor
de esto: los procesos históricos no se deben analizar sin el contexto en el que
estaban rodeados –es de perogrullo para los que nos dedicamos a ello, pero debe
ser remarcado porque a veces se olvida-; de hecho, generalmente conduce a
error, para finalizar culpabilizando a los verdaderos héroes y protagonistas de
la historia. La necesidad de entonces era la amnistía; lo prioritario era sacar
los presos a la calle; poner las bases del cambio político. Generar democracia.
Ganar la libertad.
El fin del
sindicalismo vertical, con todos sus intereses económicos y que se había
convertido en un modo de vida para los jerarcas franquistas, era uno de los
bunker más fuertes que se debían desmantelar tras el socavamiento iniciado con
la política de reconciliación
nacional desde el interior del sistema franquista y que se estaba
desarrollando concienzudamente y con rigor por el excelente trabajo –iniciado
quince años antes- desde los despachos laboralistas de la mano del PCE y de las
Comisiones Obreras, en las fábricas y en los tajos. Y en el propio sindicato
falangista.
Sin embargo, la
bestia fascista no permanecía indiferente y asesina sin piedad como lo había
estado haciendo durante toda la dictadura, durante la guerra de España y en el
proceso de golpe de Estado que desató esta contienda.
La contención y
ejemplo de capacidad de gobierno de los funerales de los abogados asesinados en
el despacho laboralista de la calle de Atocha por parte de un PCE aún
clandestino dejó una huella en todos los sectores que, sin duda, fue
determinante; el PCE apostaba por la libertad y su compromiso con la no
violencia era ya indudable.
Por tanto, insistimos
en hablar de conquista de las libertades y no es de rigor que se critique el
proceso de cambio y el fin del franquismo gratuitamente desde posiciones
amables ahora, cuarenta años después de aquello. Apostaron por la libertad y la
consiguieron, hubo mucha violencia, mucha sangre.
El fin de la
impunidad de los crímenes franquistas es nuestro compromiso de agradecimiento
con ellos, con todos. Los abogados de Atocha son un ejemplo de compromiso con
la realidad de un PCE dispuesto a dar respuesta a las necesidades sociales del
momento. Siempre lo hizo, dejando plumas en cada embate.
Nuestra realidad es
distinta, la violencia política está silenciada, aunque eso no significa que
tengamos que bajar la guardia ante el fascismo y su capacidad de reaparecer en
las propuestas políticas.
Pero lo que sí es
cierto es que, en esta realidad, nos toca dejar de criticar a los actores del
cambio y el fin del franquismo político para empezar a terminar este largo
proceso de “en transición”.
Aprovechamos para
recordar que, lejos de discursos encendidos y reproches que resuenan como
andanadas a nuestra propia historia, el compromiso es fácil. No debemos
olvidarnos del fin de la impunidad en todos los acuerdos políticos que se
alcancen y de la memoria democrática como herramienta pedagógica imprescindible
de los gobiernos de izquierda, sea al nivel que sea. No basta con aparecer en
las fechas señaladas y autodenominarnos herederos políticos; herederos puede
pero vacíos de memoria.
Javier
Moreno || Presidente del Foro por la Memoria democrática
publicado en Crónica Popular
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