miércoles, 2 de septiembre de 2015

¡HEIL EUROPA!

Concentración de neonazis en Alemania
Angela Merkel visitó, por vez primera, un centro de refugiados berlinés que fue atacado por hordas neonazis. ¡Preocúpate primero de los tuyos, traidora!- le gritaban enfurecidas masas de respetables y civilizados ciudadanos alemanes. Europa se blinda del éxodo humano que escapa de la miseria, de las guerras, de la posibilidad (más que probable) de que sus hijos sean víctimas o se transformen en verdugos del yihadismo. La solución de los líderes europeos pasa por intentar cerrar a cal y canto las fronteras. Siete vallas de alambrada son la respuesta a la mayor emergencia humanitaria de la historia.  Siete muros de la vergüenza o, mejor dicho, de la desvergüenza que intentan contener del otro lado una tragedia de la que también somos responsables.
En Occidente queremos su petróleo y sus territorios para dominar la geopolítica internacional, pero no los queremos a ellos. En el Nuevo Orden, dictado desde EEUU, no hay lugar para la compasión ni para los convenios humanitarios internacionales. Intervenimos en sus conflictos. ¿Recuerdan quién empezó a bombardear en Siria? Pero no lo hacemos para promover la democracia o la solidaridad entre los pueblos sino guiados por intereses torticeros que aseguren nuestra supremacía financiera. Aunque sea consolidándola sobre una montaña de cadáveres. Como si la vida de un niño sirio o centroafricano no tuviera el mismo valor que la de nuestros propios hijos. Razas y pueblos inferiores. ¿Inferiores a quiénes?
Quizás a los neonazis que la semana pasada se orinaron en un tren germano sobre dos niños inmigrantes. Seguro que el Führer estaría orgulloso de estos valientes soldados. Un acto de guerra contra el peligroso invasor. Una lluvia dorada impregnada de odio que constata la “superioridad racial” de unos tarados peligrosos.
Hagamos un ejercicio de imaginación. Es tan fácil como ponerse en la piel del otro. En esa piel más oscura que contiene los mismos órganos, el mismo impulso vital que mueve a los ciudadanos occidentales. Supongamos que un régimen sangriento dominara nuestras existencias. Que sus hijas e hijos estuvieran en un grave peligro, que murieran de hambre, que durmieran entre ruinas como los niños palestinos o sirios. ¿Qué harían ustedes? Seguramente huir para salvar sus vidas, para intentar que tuvieran un futuro. Pero, ¿huir a dónde? Sigan imaginando que al llegar, tras jugarse el pellejo en una travesía imposible o cruzando territorios hostiles, se encontraran una  alambrada kilométrica y, en lo alto, unos primates humanoides apuntando con sus chorros de orina a los maltrechos cuerpos de nuestras criaturas. ¿Qué sensación experimentarían?
Dejen de imaginar. Esta es la realidad cotidiana para cientos de miles de personas. La solución final que Europa ofrece a su desesperada huida. Pero aún vamos más lejos. Nuestros líderes no tienen bastante con haber contribuido a convertir sus países de origen en un infierno para luego repeler a los refugiados como si fueran apestados. Además intentan rentabilizar políticamente la xenofobia. Gente como Albiol que argumenta que aquí no cabemos todos. Tiene razón. Nos sobran los fariseos, los hipócritas, los cobardes, los miserables que hacen apología del odio para confundir a sus irreflexivos compatriotas únicamente para sacar tajada.
Si de mí dependiera, las alambradas serían para ellos. Por eso mismo, porque me preocupo por los míos que no son otros que la raza humana. Una especie amenazada por payasos prepotentes que deciden quiénes viven o mueren según convenga a su bolsillo. Ellos son los traidores. Basura blanca que manipula la verdad para sacar rédito político o económico. Fabricantes de futuros terroristas. Hacedores de vallas y de muros. Ora contra los emigrantes, ora contra los propios compatriotas sumidos en la depresión y en la pobreza.
Este es el auténtico conflicto en el que todos estamos implicados. Una guerra planetaria en la que solo hay dos bandos: depredadores y depredados. Y contra los primeros, no existen fortines en los que atrincherarnos. Será una lucha cuerpo a cuerpo. Y a los de nuestro bando, solo nos queda emplear el corazón y el cerebro para defendernos de sus aldabonazos venenosos.
Ya estamos invadidos. La hipocresía y el odio han traspasado las fronteras. Y no existe concertina que pueda repelerlos.
Ana Cuevas Pascual

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