“Estando en esto llegó otro mozo de los que les
traían de la aldea el bastimento, y dijo: ¿sabéis lo que pasa en el lugar,
compañeros? ¿Cómo lo podemos saber? respondió uno de ellos. Pues sabed,
prosiguió el mozo, que murió esta mañana aquel famoso pastor estudiante llamado
Crisóstomo, y se murmura que ha muerto de amores de aquella endiablada moza de
la aldea, la hija de Guillermo el rico, aquella que se anda en hábito de
pastora por esos andurriales. Por Marcela dirás, dijo uno. Por esa digo,
respondió el cabrero; y es lo bueno, que mandó en su testamento que le
enterrasen en el campo como si fuera moro, y que sea al pie de la peña donde
está la fuente del alcornoque, porque según es fama (y él dicen que lo dijo)
aquel lugar es adonde él la vio la vez primera”.
El Quijote, capítulo XII.
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Felipe Ferreiro |
Felipe Ferreiro sigue recitando de corrido este pasaje de
la inmortal obra de Miguel de Cervantes. Pareciera que a él le importa más la
novela cumbre de las letras castellanas que a nuestros gobernantes. Solo hay
que comparar su entusiasmo en defenderla y ponerla en valor frente al catetismo
entreguista de nuestros sucesivos gobiernos, doblegados todos al colonialismo
anglosajón y empeñados en perjudicar a la lengua de mayor crecimiento en el
mundo, después del chino. Es paradójico que en Estados Unidos andan preocupados
porque casi la mitad de su población se entiende ya en castellano y los catetos
provincianos que nos gobiernan, incluidos los del poblachón manchego que es
Madrid, nos exijan el inglés para cualquier trabajo por precario y
artesano-manual que este sea. No dejo de preguntarme como le iría a nuestro
idioma si tuviera como hablante y protector al pueblo francés. Cuan distinto
sería todo. En fin, volvamos al protagonista de estas líneas.
Felipe Ferreiro ha cumplido los 85 y, además de la carga
que suponen los 25 años de continuo conflicto con el poderoso vecino de la
finca La Cotofia, se ocupa directamente de su hija discapacitada, a la que
Cospedal le rebajó el grado de dependencia para rebajarle al tiempo la
prestación, y de su mujer que, encamada y sondada, resiste a irse de este mundo
sin al menos el triunfo de acceder al agua del cercano rio Tablillas, como le
ha reconocido por fin la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir. Nos
contaba Felipe que de esto hace varios meses, pero el “señorito” ha seguido
obstaculizando lo aprobado y el agua sigue siendo una quimera imposible para la
Venta de la Inés.
Citábamos al Quijote y a Rinconete y Cortadillo porque a
escasos metros de la Venta está la Fuente del Alcornoque, lugar donde pidió ser
enterrado Crisóstomo, y un poco más arriba, en las nacederas del rio Tablilla,
está la cueva que alberga pinturas rupestres. A ninguno de estos bienes
culturales, que cualquier país decente y cualquier gobernante decente se habría
ocupado en potenciar, se puede acceder porque el “señorito” ha levantado una
valla que mantiene cerrada a cal y canto.
Felipe confió durante años en las palabras de los políticos
manchegos pero la confianza se ha evaporado ante la falta de soluciones reales.
Por increíble que parezca, el “señorito” (no le digo cacique porque me puso una
querella hace unos años), según muestra Felipe en diversas fotografías,
destruyó la tubería de cerámica que llevaba el agua a la Venta desde el rio. Las
tuberías destruidas eran centenarias y el responsable de su destrucción se
pasea impunemente por los juzgados de la provincia. No es esta la única hazaña
del “señorito”, también ha represado las aguas del Tablillas, impedido el
acceso al rio y a bienes culturales levantando vallas y cerrando caminos que
estuvieron abiertos durante siglos. Nadie hace nada contra sus abusos. Al contrario,
algunos gobernantes se ponen de su lado frente a los débiles a cambio de cuatro
euros para los festejos. A Felipe le han prometido todo y casi todo, siempre en
época preelectoral, y poco de lo prometido se ha cumplido. Salvo la Diputación
Provincial de Ciudad Real, ni ayuntamientos (Brazatortas y Almodóvar del Campo)
ni gobierno regional se han esforzado en acciones reales.
Por eso Felipe se ha convertido en un escéptico y ya no confía
en la clase política. Dice, cuando le citas a algunos, que le gustaría echárselos
a la cara para decirles cuatro verdades. Y ahí sigue, derrotado por la edad
pero firme en sus denuncias contra el poderoso. Mientras mi cabeza lo permita y
tenga un gramo de fuerza nadie me va a callar, afirma vehemente.
Me viene a la memoria el incidente sobre la declaración
de la Venta como Bien de Interés Cultural. El funcionario encargado de su
tramitación formal, se cree que con intención de perjudicarle, “olvido” comunicarlo
en tiempo y forma al “señorito” de La Cotofia y cuando el expediente estaba a
punto de ser aprobado hubo que volver al principio del proceso ante la
reclamación de “esa parte”. Esta es una de tantas ocasiones en las que el “señorito”
ha salido ganando.
El calvario de Felipe y su familia empezó hace 25 años,
cuando este individuo puso los ojos
en la única propiedad que se negaban a
venderle. En poco tiempo había adquirido las viviendas de la vieja “alquería” aneja
a la Venta de la Inés. Recuerda Felipe, casi entre lágrimas, la relación de
vecindad que mantuvo con los anteriores propietarios de la gran finca y la hora
maldita en que llegó el nuevo vecino.
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Camino acceso a la Fuente del Alcornoque |
En la lucha por defender intereses y convicciones se ha
dejado más de un cuarto de su vida. De juzgado en juzgado, de litigio en
litigio, coleccionando sentencias favorables que no se llegaron a cumplir, promesas
incumplidas y bonitas palabras de la clase política y quedándose, según afirma,
con el cariño de quienes le visitan y le dejan unas líneas escritas en el libro
de visitas.
¿Qué pasará en unos años? Lo peor que podría pasar, que
perderemos a Felipe Ferreiro y la dignidad de su lucha, el ejemplo de no
arrodillarse frente a la injusticia y el conocimiento heredado de generación en
generación que con tanta pasión te cuenta. Una tarde o una mañana con Felipe
Ferreiro es más ilustrativo que la lección de muchos catedráticos porque su
experiencia es la de nuestros antepasados.
M. Félix
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