sábado, 26 de septiembre de 2015

DESIGUALES ANTE LA LEY, IGUALES ANTE LA MUERTE

La vida de algunas personas parece no tener el mismo valor que el de otras. Al menos, es la impresión que se obtiene si se comparan algunos acontecimientos recientes. 
Agentes de policía rastrean la finca del presunto asesino 
En el caso de la peregrina norteamericana, las fuerzas de seguridad del estado despertaron de una larga siesta cuando el senador John McCain amenazó con mandar al FBI a investigar su desaparición. Durante cinco largos meses ni la guardia civil ni la policía fueron capaces de encontrar su cadáver. Ni un solo rastro del autor del crimen. Pero cuando la caballería yankee amagó con tomar las riendas, el orgullo patrio facilitó la resolución del caso en pocos días.
Denise era ciudadana del primer mundo. Con una familia que la amaba y que no dudó en presionar a las más altas instancias políticas de su país para saber qué le había sucedido. Eso fue definitivo para conseguirlo. En cambio, otros sucesos similares no reciben la misma atención ni medios. Quizás porque las víctimas eran, a su vez,  víctimas de la explotación sexual o de la trata de mujeres y nadie clamó a las autoridades en su nombre.
Podría ser el caso de la mujer negra que apareció medio carbonizada, en un contenedor, en plenas fiestas de Nerva. Según la guardia civil, un claro suicidio. Argumento kafkiano que también emplean para desestimar las investigaciones que sirvan, al menos,  para ponerle un nombre al cadáver. Nadie ha denunciado su desaparición, era negra, posiblemente pobre. Podría haber llegado a nuestro país engañada por las mafias que se dedican al contrabando de personas. Obligada a prostituirse y privada de su pasaporte. Asesinada por su proxeneta y arrojada al contenedor como basura humana. Es solo una hipótesis. Pero bastante menos descabellada que la que mantiene la benemérita para cerrar el caso. Un suicidio.
Nadie en Nerva se percató del suceso
De ser así, deberíamos creernos que la mujer se introdujo voluntariamente dentro del contenedor para prenderse fuego. Que, en mitad de las celebraciones de Nerva, nadie vio ni oyó nada mientras su cuerpo ardía silenciosamente. Sin emitir ni un quejido que alertara al personal. Sin que el humo y el olor a carne quemada fuera detectado por las multitudes que llenaban las calles aledañas.
Yo no soy Sherlock Holmes pero este caso me huele, con perdón, a chamusquina.
Como mal huelen también otros “suicidios” femeninos que, casualmente se han disparado en los últimos tiempos. Como el de una joven en Corralejo, embarazada y apuñalada tres veces en el vientre que, mientras se desangraba, lavó la ropa de su cama y la sangre del cuchillo. Apañadicas que son las mujeres hasta la muerte, Que no es cuestión de dejarlo todo hecho un asco, oigan. La familia parece aceptar la versión oficial. Se encierran en un absoluto mutismo.
Hay muchas formas de ejercer violencia contra la mujer y es verdad que este hecho afecta a todas las clases sociales. Pero cuando la mujer padece desarraigo familiar, es pobre o pertenece a un ambiente marginal está mucho más expuesta.
La mujer del contenedor de Nerva tenía una identidad. Puede que alguno de sus familiares o seres queridos, de conocer lo ocurrido, pedirían una investigación más exhaustiva. Reclamarían justicia en su nombre. Pero, a día de hoy, la víctima no tiene nombre y los investigadores no piensan gastar recursos en ponérselo. Ningún senador estadounidense, ni por vergüenza patrio, les va a achuchar para que no le den carpetazo. Negra, pobre, seguramente prostituta, anónima… ¿a quién le puede importar?
La cuestión es que no engrosará las magras listas de víctimas del terrorismo machista.  Parece que ella y toda su vida entera se consumieron espontáneamente en ese contenedor de basura. Una metáfora cruel y realista de lo poco que valen algunas vidas.
Menos que nada.
Plumaroja

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