Toxo y Méndez han
mantenido una discreta reunión con Mariano Rajoy, Rosell y la ministra cofrade
de la Virgen del Rocío. Fiarse de Rajoy implica riesgos ciertos, el primero de
ellos que el encuentro, en principio discreto, fuera hecho público para mayor
gloria y recuperación electoral del presidente. No les está mal empleado a los
líderes de CCOO y UGT, quienes a pesar de afirmar, cito textualmente, “… nosotros somos proclives al diálogo,
aunque hasta ahora se nos ha ninguneado bastante”; siguen, erre que erre,
pegándose tiros en los pies. Lo más grave es que los damnificados por esos
disparos son los trabajadores y especialmente los cinco millones de parados.
Ellos, Toxo y Méndez, viven abstraídos, o distraídos, en el virtual mundo
sociolaboral de Los Sims.
Este no es el primer
error de los sindicatos de clase, ni el más grave de los cometidos hasta la
fecha. Su trayectoria está repleta de balones de oxígeno, en forma de acuerdos,
a los gobiernos de Aznar y Zapatero, y de puentes de plata a las patronales que
han legitimado la mayor devaluación salarial de la historia reciente. ¿O acaso
merece otra calificación el acuerdo salarial firmado con CEOE en el año 2012,
incumplido por las empresas el mismo día de la firma? Hacerse una foto con el
gobierno responsable de la reforma laboral, los recortes en prestaciones por
desempleo y la reforma de las pensiones es de “juzgado de guardia” y los respectivos consejos confederales de
CCOO y UGT harían bien en pedir explicaciones a sus secretarios generales. No
se puede estar a dios rogando y con el mazo dando. ¿De qué sirve convocar a
7500 cuadros sindicales si a sus espaldas se les ningunea y su secretario
general se hace una foto con el gobierno responsable de habernos retrotraído al
siglo XIX? Si, al siglo XIX, porque así son las relaciones laborales que los
sindicatos de clase están permitiendo…, por acción u omisión.
Cuando comencé a
trabajar de botones en una academia de Puertollano apenas tenía 12 años, me
pagaban 50 pesetas después de quedarse con la beca de mi hermano y la mia
propia por cursar el bachillerato. Cuando crecí alcancé a entender el “engaño”
a que sometieron a mis padres. Me ocupaba de hacer los recados, meter el carbón
a la carbonera y encender las estufas y los braseros. Mi relación con los
maestros y el director era de atención absoluta a sus ocurrencias y tenía que
abandonar la clase de inmediato para atender sus órdenes. Con apenas 18 años
empecé a trabajar en el montaje y allí me forjé como sindicalista, aprendiendo
de quienes arriesgaron empleo y libertad durante el franquismo. Aún tengo gran
respeto y admiración por todos ellos (Pedro,
Chencho, Camacho…), pero a los líderes actuales de CCOO y UGT he dejado de
tenerlos como referentes.
La precariedad y el
miedo a no poder llevar el sustento a casa, unido al escaso conocimiento de nuestros
derechos, nos hacían trabajadores dóciles y maleables. Por ello, en aquellos años,
en los que las coacciones y amenazas formaban parte del protocolo empresarial,
me decidí a ser sindicalista. Fueron años emocionantes, en los que los compañeros
me mostraron la grandeza de su espíritu solidario y combativo. Aprendí más en el
“tajo”, codo a codo con aquellos honestos sindicalistas, que escuchando las
disertaciones de los eruditos. Sindicatos y trabajadores, como un solo bloque,
conseguimos remontar la penuria y dignificar nuestros empleos. Terminé ocupando
puestos de responsabilidad en CCOO y participando de su estrategia y acción sindical.
Viví y apoyé que el sindicato se liberase de la relación con el PCE, sin
comprender que lo que algunos buscaban era desvestirnos de ideología y
modernizarnos hasta el punto de perder el sentido de clase. Ahora he
comprendido las verdaderas intenciones de lo que algunos llamaron “autonomía
del sindicato”.
De aquellos polvos
vienen estos lodos. ¡Maldigo el primer ERE firmado por los sindicatos de clase
y todos cuantos se han firmado desde entonces! Que un sindicato cobre por
despedir trabajadores a través de los EREs no es precisamente ético, así lo
entendió al menos la Federación de Industria de CCOO, pero ese criterio no ha
sido seguido en Andalucía, donde el hecho de que el gobierno regional pusiera
dinero público para los EREs, ha terminado por manchar el nombre de los
sindicatos de clase, especialmente de UGT. El daño causado a los sindicatos por
prácticas irregulares en los EREs es un torpedo a su línea de flotación y la
lentitud de sus dirigentes en la respuesta los mantiene a la deriva en un
momento clave de la crisis. Ante esta realidad todos tenemos que colaborar en
que los agujeros sean tapados y así recuperar la credibilidad perdida, paso
previo para impulsar un sindicalismo reivindicativo y de conquista de los
derechos perdidos.
Lo más grave
de la crisis de los EREs y otros pecadillos es la paralización que impide a los
sindicatos ofrecer alternativas al drama del paro, un drama que afecta a cinco
millones de parados y a más del sesenta por ciento de nuestros jóvenes, que no
tienen empleo, ni visos de tenerlo en los próximos cinco años. Los sindicatos son
parte esencial de la clase trabajadora y ésta, a su vez, lo es de la sociedad,
por lo que no es de extrañar que la corrupción galopante que arruina nuestra
moral pública se dé también entre nosotros. Si repasamos nuestra actividad de
las últimas décadas, observaremos que hemos dado por buenas conductas que son poco
éticas y sociolaboralmente discutibles, ejemplo de ello es que en momentos de
promoción o de contratación de nuevos trabajadores, priorizaramos la elección
de afiliados por delante de otros trabajadores, en aquellas empresas en que tenemos
cierta influencia. También es práctica habitual cobrar una cantidad por
intervenir en los expedientes de despido o extinción de empresas. Y, desde el
principio, el acceso a nuestros abogados y asesores se cobra a los no afiliados.
Por no hablar de la insuficiente atención que dedicamos a los trabajadores de
las PYMES, los más afectados por los recortes laborales y salariales, y la nula
o inexistente solidaridad obrera internacional, aun sabiendo que, por ejemplo,
en Bangla Desh el sueldo es de 25€ al mes para las trabajadoras textiles, y las
condiciones de trabajo son tan precarias que son habituales los accidentes con
resultado de muerte. Eso a pesar de trabajar para empresas tan señaladas como
Inditex o El Corte Inglés.
Son muchas
las razones que explican que los sindicatos de clase, junto a los partidos
políticos, aparezcamos entre las instituciones menos valoradas y respetadas por
los ciudadanos. Y no basta con achacarle todo el “mérito de esta situación” a
los ataques infundados de la derecha y sus medios de comunicación. Es hora de afrontar
con valentía la actual situación o los sindicatos de clase languidecerán hasta
desaparecer. La clave para mí está en recuperar en nuestro discurso el concepto
de clase social, que incluye a los que trabajan o lo pretenden, y a su total
igualdad de necesidades y derechos, estén o no afiliados, estén en activo o en
el paro. El ejemplo de Blangla Desh ilustra lo que digo: si no nos movemos para
ayudar a que los trabajadores del tercer mundo gocen de mejores condiciones de
trabajo y salario, las empresas prescindirán de nosotros y les contratarán a
ellos. Además de por razones ideológicas, la solidaridad es una cuestión
práctica.
Si damos este
paso podemos dar otros. Podemos empezar a pensar y movilizarnos con quienes ya
no tienen un salario, ni prestaciones por desempleo, ni ayudas sociales de
ningún tipo. Y con quienes, agotados sus estudios o llegados a la edad de
trabajar, no encuentran dónde trabajar y quedan condenados a integrar la llamada
“generación perdida”, a la emigración o a la exclusión social. ¿Qué impacto
tendrían las “marchas de la dignidad” si hubieran sido convocadas o apoyadas
por los sindicatos de clase? Hace 30 años, CCOO habría sido parte activa de
esta movilización. Hoy la mira con recelo…
Nuestra
sociedad debe posibilitar que la gente se gane la vida o que cada persona
disponga de una Renta Básica Garantizada. Tenemos que salir a la calle con la
cabeza alta, como lo hicimos en el franquismo y los primeros años de la
transición, y previamente tenemos que erradicar de nuestro seno las conductas
insolidarias o moralmente sospechosas. Hoy
predomina un escenario de desconfianza hacia todo lo relacionado con los
sindicatos. Una insidia anti-sindical que la rampante derecha ha difundido
entre la clase trabajadora con el único propósito de mantenerla cautiva y
desarmada ante los intereses patronales. Es cierto que los sindicalistas no
somos ángeles. Muchas veces nos equivocamos y erramos la estrategia. También es
verdad que algunos representantes de los trabajadores ensucian la confianza que
han recibido sacando provecho de su posición. ¡Para éstos, ni agua! Cada cual
deberá limpiar su casa sindical de alimañas y chupópteros si quiere recuperar
la credibilidad.
La
época que atravesamos requiere compromiso y transparencia. Pero lo que es obvio
es que necesitamos estructuras sindicales para defendernos de la ofensiva del
capital. Lo que ahora han derrumbado a cañonazos, fue construido por muchos con
sangre, sudor y lágrimas. Los sindicatos obraron un papel indiscutible pero sin
el apoyo de los trabajadores no habrían conseguido nada. A pesar de que sus
sombras también me decepcionan y desearía unos sindicatos más reivindicativos,
honrados y posicionados a la izquierda, no creo que sea buena idea tirar toda
la casa porque tiene una gotera. Lo suyo sería reformarla. Pues eso, manos a la
obra. ¡Refundemos el sindicalismo de clase!
Plumaroja
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