Y ahora surgen amenazas exteriores para enfriar el sentimiento nacionalista catalán. Lo que alimenta su corazón nacionalista. Cada advertencia de Comisarios europeos de que una Cataluña independiente no entrará en la UE, de que será el miembro estrafalario del euro. Cada recordatorio de vates de segunda fila nacional o internacional de que no entrará en la ONU. Cada traba, cada zancadilla, desde dentro o desde fuera, a que el proceso lo decidan los catalanes, incrementa exponencialmente su ansia a situarse fuera de España.
Solo faltaban en España argumentos exteriores de este tipo para consolidar el sentimiento independentista en Cataluña que, año a año, el nacionalismo español ha ido alimentando eficazmente. Ni límites jurídicos -constitucionales o no-, ni barreras políticas, pueden detener la hoy incontenible marea del independentismo catalán. Las amenazas exteriores sobre el proceso son solo cortina de humo, amenazas huecas, porque de producirse la independencia nadie va a cortar el encaje internacional de una sociedad como la catalana.
La iniciativa socialista del gobierno de Zapatero de facilitar una convivencia a través de un Estatuto integrador refrendado por los catalanes a través de un referéndum, por su Parlamento, y por el Parlamento español, fue tumbada por un Tribunal Constitucional amamantado por la ideología de la más pura herencia del nacionalismo franquista instalado en la derecha política y mediática española. Su fracaso cargó de razones a la artillería independentista de gran parte de la izquierda y la derecha catalanas.
El debate independentista no es solo un asunto del derecho a decidir. Hoy es un asunto de cuándo y cómo se producirá la independencia porque está situado, por un lado, en el ámbito de los agravios anticatalanes que desde la derecha española se han lanzado contra el sentimiento catalán, y, por otro, desde el desprecio antiespañol que la derecha catalana -bien cerca siempre de las ubres del Estado- y una parte de su izquierda han sabido inocular en el imaginario de su población. Agravios e insultos son las grandes armas que nutren los nacionalismos de los que la España Nacional es maestra laureada.
No ha habido un debate de las consecuencias económicas y sociales del proceso independentista porque los nacionalismos español y catalán han hurtado su existencia. Las balanzas fiscales que desde hace años se esgrimen como único instrumento técnico son solo la superficie ideológica y manipulada de la realidad. Experiencias de otros procesos independentistas recientes demuestran que hay una serie de años -diez o doce- en que ambas partes soportan efectos económicos negativos. Y políticamente y socialmente certifica que el nacionalismo da ventajas ideológicas a los sectores más reaccionarios de ambos lados.
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