Supongo que solo soy un patético coletazo de lo que
Labordeta definió como la
izquierda depresiva española. Parafraseando a Cánovas, soy de
izquierdas (y manchego) porque no puedo ser otra cosa. Para mí no se trata de
la adhesión a un partido político o a una doctrina ideológica concreta. Ser de
izquierdas es una actitud ante la vida, que nace intuitivamente y, si se riega,
se desarrolla con el tiempo. Una necesidad moral de contribuir, en la medida de
lo posible, a que todo ser humano tenga derecho a un planeta habitable, un
trabajo digno, una sanidad pública y de calidad, una educación pública y de
calidad, una vivienda…, y, por supuesto, a la paz y a la libertad. ¿Les parece esto
raro o pervertido?
Nací en tiempos en los que uno se definía de
izquierdas con aplomo, sin rastro de sonrojo. Como una cosa lleva a la otra, con
los años y el conocimiento me fui enredando con movimientos que enriquecían mi enfoque
marxista de la sociedad: ecologistas, pacifistas, feministas o en defensa de la
diversidad sexual. Todos ellos son valores que cualquier persona civilizada,
excepto la derecha más recalcitrante o los cuñados, puede compartir de manera
transversal al margen de su filiación política. Personalmente no necesitaba una
etiqueta que me definiera como pacifista, ecologista o feminista. Era más una
cuestión de tripas, o quizás de cerebro. Pero parecía que todo el mundo, a
diestra y siniestra, tenía la necesidad de etiquetarme. Ya saben: Dime niño
de quién eres…
Los de derechas, incluida buena parte de mi familia,
me llamaron rojo y bolchevique desde la más tierna infancia. Me costó entender
que lo de rojo no tenía relación con el color, que dejó de existir en tiempos
de Franco y fue sustituido por el encarnado o morado…, y que lo de bolchevique
no era un epíteto cariñoso como luego entendí. Y cuando los años me llevaron a
militar en distintas formaciones de izquierdas también despertaba recelos por
mi escaso seguidismo a los líderes, o que no me adscribiera a alguna de las
múltiples facciones judeo-palestinas. ¡Qué muermazo! ¡Y qué pérdida de energía
que podría condensarse en transformar las necesidades más perentorias de la
sociedad!
Pese a que ya pinto canas y los achaques me visitan
con más frecuencia de la deseada, me sigue ocurriendo lo mismo de siempre.
Cuando me da por juntar letras sacando lo que llevo dentro, como ahora, recibo
toda clase de insultos e improperios, muchos de ellos proceden de presuntos
izquierdistas.
Los asumo como gajes del oficio. Pero hay ideas
locas y obsesivas, precisamente, por esa necesidad de etiquetarlo todo. Para
los de derechas sigo siendo un filoetarra comunista amigo de Kim-Jong-Un y de
Maduro. Les importa un pepino lo que yo opine al respecto. Y muchos comunistas de
salón me acusan de tener un enfoque demasiado liberal de la vida, o de ser
demasiado proclive al pacto y muy dado al hedonismo.
Puede ser. Pero soy consciente de que habito en el
siglo XXI y considero absurdo caer en los estereotipos de que para ser de
izquierdas hay que hacer voto de pobreza, renunciar a la propiedad privada y
vestirse con uniforme maoísta. Si alguien gana dinero trabajando honradamente,
paga sus impuestos y no explota al prójimo me parece lícito que se compre una
casa y que se vaya de vacaciones a Nueva Zelanda. Eso sí, sin que el planeta
donde habitamos todos corra riesgos por agotamiento de recursos. En eso soy
bastante tajante.
Ser de izquierdas no es tarea fácil. Sobre todo
cuando no cumples con los requisitos, casi de ascética santidad, que te exigen a
uno y a otro lado. En Castilla La Mancha, la izquierda pura y tradicionalista anda
ocupada en autoproclamarse oposición a la izquierda emergente que ha empezado a
cogobernar con el PSOE para que las políticas de choque en favor de los
colectivos olvidados por la recuperación económica se hagan realidad en lo que
queda de legislatura. Oposición con un 2% de intención de voto, pero oposición…
¿A qué? A todo lo que no proceda de sus privilegiadas mentes. Lo peor es que ni
siquiera se dan cuenta de que huelen a ‘naftalina’.
Son la contradicción personificada y lo son más por
incapacidad intelectual que por intención. Dinamitaron toda opción de convergencia
local y regional con torpes maniobras y comunicados filtrados. Condenaron a los
ganemos locales y terminaron comprando la marca electoral para después concurrir
electoralmente con ella. Ellos, la santa oposición al acuerdo PSOE-Podemos,
cogobiernan con el PSOE en distintos ayuntamientos, han facilitado mayorías en
diputaciones provinciales y, en el mayor de los esperpentos, andan negociando
con PP y Ciudadanos presentar una moción de censura contra el PSOE en el
Ayuntamiento de Puertollano. ¿Oposición?
Si queremos evolucionar debemos dejar de
atrincherarnos en absurdos purismos. Vivimos el mundo que vivimos y nos urge
afrontar, desnudos de atávicos prejuicios, algunos temas urgentes. De momento,
lo veo un poco crudo, pero sé que finalmente llegará y que las rémoras que
representan los egoísmos personales serán superadas por la cordura.
Plumaroja
Comentarios
Publicar un comentario
DEJA AQUÍ TU OPINIÓN