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Banderas españolas e independentistas catalanas |
En 2004, el entonces President socialista de la Generalitat, Pasqual Maragall, lideró el
debate sobre la conveniencia de que en el nuevo Estatut de Autonomía catalán se
incluyera la palabra “nación” para describir
a Cataluña. Maldita sea la hora. No recuerdo una palabra que haya suscitado un debate político tan absurdo y tan
visceral.
Absurdo porque, efectivamente, “nación”, como “país”, es un término polisémico, sobre
el que es literalmente imposible por ahora ponerse de acuerdo. Todos sabemos
qué es un “Estado”: una unidad política con un territorio, una comunidad, un
gobierno y una soberanía específica, que el resto del mundo, o el resto de los
estados federados con él, reconoce como tal. Palestina no es aún un estado
reconocido universalmente, pero sí hay acuerdo universal en qué sería necesario
para que lo fuera: el mero reconocimiento del resto de los estados.
Sin embargo, ¿qué es una nación, o un país? Hay un Teatro Nacional de Cataluña, y un Archivo
Nacional de Cataluña, y una Nación Árabe, y un País Vasco y un País Valenciano…
Maragall y una minoría importante del Partido de los
Socialistas de Cataluña de entonces (un 20 %, aproximadamente, por lo que se
fue viendo después con las deserciones internas), pusieron la palabra en
circulación acompañados por quienes eran sus socios de Gobierno: Esquerra
Republicana de Catalunya. Zapatero tuvo que
aguantar el debate, mediando entre la presión de sus hermanos del PSC
catalán y de un PP echado al monte tras perder sorpresivamente las elecciones
de 2004. El día que, en noviembre de ese año, siendo ya presidente, Zapatero
dijo en el Senado que el concepto “nación” es “discutido
y discutible”, el abucheo impostado del Partido Popular fue brutal. El
propio expresidente reconoció luego que fue un error haber dicho aquello, lo
que vale decir, supongo, que también fue un error permitir que la discusión
sobre el concepto se mantuviera en la negociación del nuevo Estatut.
Como se recordará, la propuesta de Estatut que trajo
Maragall a Madrid fue “peinada” por los
grupos parlamentarios, incluido el PSOE, y el concepto “nación” quedó
relegado al Preámbulo del nuevo texto: “El Parlamento de Cataluña, recogiendo
el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma
ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación. La Constitución Española, en su
artículo segundo, reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad.”
El PP recurrió al Constitucional, que con una división ideológica contundente
entre magistrados progresistas y conservadores, sentenció en 2010 diciendo que
"la nación que aquí importa es única y exclusivamente la nación en sentido
jurídico-constitucional. Y en ese específico sentido la Constitución no conoce
otra que la Nación española, con cuya mención arranca su preámbulo, en la que
la Constitución se fundamenta (art. 2 CE) y con la que se cualifica
expresamente la soberanía que, ejercida por el pueblo español como su único
titular reconocido (art. 1.2), se ha manifestado como voluntad constituyente en
los preceptos positivos de la Constitución Española".
En definitiva, viene a decir el Constitucional, como
diría cualquier estudiante de Derecho, como diría hoy Pedro Sánchez y
cualquiera con un poquito de buena voluntad: llámate nación si quieres –como
unidad cultural o social o histórica– pero si quieres hacer
coincidir Nación con Estado, eso son palabras mayores. Entonces, más
allá de los símbolos, ¿dónde está el problema? Evidentemente, en que,
conociendo la fuerza enorme de los símbolos, los independentistas catalanes
empezaron por “nación” para avanzar hacia “Estado”. Ya no lo ocultan, por
supuesto. Quieren ser un Estado; lo de la “nación” era el aperitivo (que, para
alimentar aún más su victimismo, incluso les fue negado). Y los unionistas
tienen bien claro que, en caso de aceptar el concepto “nación”, éste no trataría de homologarse al de
“Estado”.
Por eso, en mi opinión, se equivoca el PSOE y se
equivoca particularmente Pedro Sánchez –y también Podemos, de paso– agitando el
debate sobre la “nación” catalana y la “plurinacionalidad” de España. Se
equivocan porque lo único que hacen es generar ambigüedad e inseguridad, si no
cabreo, entre sus propios compañeros, porque los nacionalistas están ya mil
pasos más allá planteando sin ambages la secesión y el debate por tanto les
parece ridículo. Se equivocan también los socialistas porque, de algún modo,
dejan a la derecha la capitalización de un valor político fundamental que es el
muy poderoso sentido de pertenencia a una unidad hasta hoy indiscutible que
llamamos España, con la que la
inmensa mayoría de los españoles– y al menos la mitad de los catalanes–
se encuentra cómoda.
He estado quince años acompañando al PSOE, de una
manera u otra, y asistiendo de manera privilegiada a algunos de sus debates. No
recuerdo ni una sola conversación pacífica sobre la idea de “nación”, por mucho
que se quisiera matizar y por mucha vaselina en que se la bañara.
Sencillamente, produce sarpullidos en cuanto se la toca. Cuando tenemos ahí enfrente
a un Gobierno autónomo que, con un apoyo como máximo del 50% de su pueblo,
quiere abiertamente la secesión, volver a entretenerse en del debate sobre esa
palabra ambigua, polisémica y maldita, solo va a general en el PSOE más ruido. Hay maldiciones de las que es preferible
huir sin más.
Luis Arroyo
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