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Retrato de Fernando VII |
Déspota, cruel, tirano, oportunista
y mentiroso son apenas algunos de los calificativos que se han aplicado a
Fernando VII (El Escorial, 1784-Madrid, 1833) por parte de los historiadores
que han estudiado ese periodo. Asimismo, el imaginario popular asocia la
trayectoria de aquel Borbón con una de las épocas más sangrientas y
conflictivas de nuestra historia reciente. Pero, a pesar de la trascendencia de
su reinado, la figura del que fue llamado “el deseado” ha sido poco estudiada y
mucho menos divulgada para el gran público que se ha quedado en los tópicos.
Ahora, el libro del profesor Emilio
La Parra ‘Fernando VII, un rey deseado y detestado’, que acaba de ganar el
premio Comillas de la editorial Tusquets, viene a cubrir ese vacío. El jurado
de este galardón, el más prestigioso en el género biográfico en nuestro país,
reconoció el trabajo de La Parra durante una década de investigación, estudio y
escritura de este libro que aparecerá en marzo en las librerías.
Catedrático de Historia
Contemporánea de la Universidad de Alicante, Emilio La Parra (Palomares,
Cuenca, 1949) es un experto en la primera mitad del siglo XIX que ya publicó
una biografía de referencia sobre Manuel Godoy. Tras subrayar, sin duda alguna,
que Fernando VII puede ostentar el desgraciado título del peor rey de la
Historia reciente de España (que ya es decir), el profesor explica las razones
de la popularidad de aquel monarca a pesar de su carácter despótico y sus modos
dictatoriales.
“Fernando VII”, argumenta, “fue
incluso más que un rey absolutista en el sentido de que tuvo plena autoridad
sobre sus súbditos, no observó ningún reparo en saltarse las leyes y vigiló
hasta los más mínimos detalles de su acción de gobierno. A la hora de
preguntarnos por los motivos de su ascendiente sobre el pueblo pese a su
despotismo, habría que resaltar que fue un monarca muy hábil para beneficiarse
siempre del odio hacia sus enemigos”.
El experto añade que “Fernando VII
se rodeó de una camarilla de nobles y altos cargos que fueron muy astutos al
presentar siempre al rey como la encarnación del bien frente al mal que
representaban los otros. Al principio, se erigió en adversario de Godoy, un
gobernante muy impopular; más tarde figuró como el monarca que se oponía a
Napoleón cuando en realidad fue un oportunista y un juguete en manos del
emperador francés; y en tercer lugar tras la victoria en la guerra de la
Independencia (1808-1814), gracias en buena medida a la resistencia de las
clases populares, Fernando VII se atribuyó los méritos del triunfo. En
definitiva, podríamos afirmar, con términos de hoy, que Fernando VII y sus más
fieles consejeros fueron unos pioneros del marketing político ya a comienzos
del siglo XIX”.
Traidor a su padre, Carlos IV;
represor sin piedad de los liberales después de haber simulado su apoyo a la
Constitución de Cádiz de 1812 con la ya famosa frase de “vayamos todos
francamente y yo el primero por la senda constitucional”; y defensor a ultranza
de los privilegios de la Iglesia y de la nobleza, Fernando VII fue
desenmascarado por la mayoría del pueblo a partir de 1823 cuando imploró el
apoyo de un ejército extranjero (los llamados 100.00 hijos de San Luis) para
restaurar el absolutismo en España. No obstante, pudo mantener buena parte de
su autoridad y de su carisma debido a su astucia para atraerse a sus enemigos.
“Sabía el monarca”, comenta su
biógrafo, “llevar a los interlocutores a su terreno y siempre elegía actuar
cuando las circunstancias políticas le favorecían. Así pues, se mostraba
miedoso y sumiso con los poderosos, véase su entrega rastrera a Napoleón; pero
actuaba como un déspota con los débiles y con todos aquellos que cuestionaron
los modos de su reinado”. Al mismo tiempo, aquel monarca poco agraciado físicamente,
campechano hasta casi la ordinariez y amigo de lujos y placeres, se significó
como un auténtico equilibrista político al aplicar una combinación de palo y
zanahoria tanto hacia los liberales como hacia los ultraconservadores. Y todo
ello con el único objetivo de mantener el poder a toda costa.
De su sagacidad sin escrúpulos
brinda el catedrático La Parra un ejemplo muy ilustrativo al recordar la
actitud de Fernando VII frente a los afrancesados que, como Goya o Moratín,
fueron considerados traidores y antipatriotas por amplios sectores populares
durante la guerra de la Independencia. “Resulta muy curioso observar”, declara
el profesor, “que a partir de 1823 permite el regreso de algunos afrancesados
que habían marchado al exilio en la primera gran oleada de desterrados
políticos de nuestra historia. Fernando VII no ignoraba la capacidad técnica y
la talla intelectual de muchos afrancesados y les ofreció segundos escalones de
poder en la Administración”.
Como muestra de esa actitud de
atraer a los enemigos, el rey financió la edición de las obras de Leandro
Fernández de Moratín, uno de los líderes del sector afrancesado y uno de los
mejores escritores de su época. Ahora bien, el poder de Fernando VII empezó a
resquebrajarse en la denominada década ominosa (1823-1833) cuando su obsesión
para que heredara el trono alguien de su sangre le llevó a promulgar la
Pragmática Sanción, que permitía de nuevo que reinaran las mujeres, en este
caso su hija Isabel, en perjuicio de Carlos, hermano del monarca. Esta controvertida
decisión del rey en 1833 estuvo en el origen de la primera guerra carlista.
De cualquier manera, tanto Emilio La
Parra como el resto de estudiosos de aquella primera mitad del XIX coinciden en
señalar que el reinado del deseado-detestado Fernando VII puso en pie un Estado
policial, generó una pérdida de capital humano por los sucesivos exilios de
liberales, frenó el desarrollo económico e industrial del país y, en
definitiva, retrasó el progreso de España.
En esa línea, esta obra de
referencia, ganadora del premio Comillas, reivindica la biografía como una
forma de aproximarse a la Historia, un género denigrado durante mucho tiempo en
España por muchos especialistas, a diferencia de otros países europeos.
Por otro lado, el libro de La Parra
sobre Fernando VII viene a sumarse a la biografía de Isabel II, escrita por la
catedrática Isabel Burdiel, que obtuvo en 2011 el premio Nacional de Historia.
Tanto uno como otra han defendido siempre la utilidad de la biografía para
estudiar y divulgar la Historia. Una tendencia que comienza a imponerse en
España frente al academicismo de tantos expertos encastillados en sus eruditas
investigaciones. “La biografía de un personaje clave sirve magníficamente como
hilo conductor para explicar una época”, concluye Emilio La Parra.
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