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Pastor y su rebaño de ovejas |
La mayoría de las imágenes que
aparecen en los medios sobre el pastoreo de ganado en sistemas extensivos
muestran la figura de un hombre mayor, a punto de jubilarse, soltero, sin
afeitar y ataviado con esa manta de cuadros blancos y pardos que hemos visto en
tantas fotografías.
En realidad, hoy en día, son muy pocos
los pastores que encajan en esta imagen, primero porque son pocos en total,
porque la mayoría de estas personas mayores ya se han retirado y porque, los
que quedan, utilizan más el goretex y las botas de monte que la manta de
cuadros y se desplazan más en vehículo que a pie.
Soledad, aislamiento, falta de
relaciones sociales, soltería, envejecimiento, trabajo diario y continuo, sin
días libres…, este es el corolario que se repite una y otra vez para dar cuenta
de la vida de los pastores en el campo, y estas son las razones que los
apologetas de esa iconografía aducen para explicar la desaparición progresiva
de la ganadería extensiva y la falta de relevo generacional. Pero, como ocurre
en otras ocasiones, las imágenes esconden más que revelan y confunden más que aclaran,
de modo que vamos a internarnos en la parte trasera de la fotografía.
En primer lugar, la mayoría de la
ganadería en España es estabulada, es decir, los animales permanecen todo el
año en la cuadra y, los que salen, es para tomar el sol, ya que el alimento lo
reciben en el pesebre, no en el campo. En esta situación, los pastores, que a
sí mismos se llaman ganaderos, se pasan el tiempo consultando el precio de los
piensos, calculando el gasto en alimentación, negociando con proveedores y
clientes y haciendo números. Desde los modelos integrados, en los que el
ganadero es un apéndice de la empresa suministradora del pienso, hasta otras
opciones más flexibles, lo cierto es que la gestión de la explotación es una
parte fundamental de su trabajo.
En segundo lugar, la mayoría del
ganado que está en el campo, sobre todo el ganado vacuno de carne, percibe
ayudas de la UE, la llamada PAC que viene a suponer entre el 40 y el 60% del
total de los ingresos brutos en este tipo de explotaciones.
Esos fondos se perciben en función de
una serie de “derechos”, los cuales están asociados al aprovechamiento del
pasto en unas determinadas zonas. En el caso de los pastos comunales, los
ayuntamientos distribuyen esos “derechos” de acuerdo con lógicas que casi siempre
atienden a intereses partidistas, familiares o de otra índole, y no al efecto
del pastoreo sobre el territorio y la vegetación. Así que, ¿quién lo iba a
decir?, los ayuntamientos se han convertido en poco menos que los señores
feudales de los pastizales, los alcaldes “dan o quitan derechos”, empadronan o
no a los candidatos a utilizarlos y utilizan la asignación de “derechos” como
una herramienta para ventilar cualquier asunto.
Pero, no solo los ayuntamientos, desde
hace unos años, las autoridades comunitarias, al alimón con el Ministerio de
Agricultura y las Comunidades Autónomas, han puesto en marcha un sistema
denominado CAP, Coeficiente de Admisibilidad de Pastos, es decir un sistema de
cálculo que autoriza la concesión de derechos de pasto a determinadas zonas y
excluye a otras.
Así, el matorral, el bosque denso o
diseminado, las zonas de elevada pendiente, las que no están cubiertas de
vegetación, son excluidas de los derechos a recibir ayuda comunitaria. De modo
que ya tenemos la tormenta perfecta, cuando hasta hace unos años los
ayuntamientos buscaban ganado para mantener el territorio y aprovechar el
pasto, ahora, los mismos se dedican a asignar los derechos de PAC cual si fuera
el más preciado resorte de poder con el que cuentan.
Como muestra de esta situación, a lo
largo de los últimos cuatro años, el 60% de los pastos en España han
desaparecido a efectos de Pago Único de la PAC, que, como se ha dicho, es la
principal fuente de ingresos para un ganadero extensivo de carne. Así, cuando
veamos un pastor en el campo, lo primero que tendríamos que saber para conocer
su situación es si tiene “PAC” o no, ya que este es un dato crucial para
entender por qué algunos tienen todo terrenos y otros C15 o por qué unos tienen
piso en la capital, e incluso, viven ahí, y otros, por el contrario, se ven
obligados a vivir en caravanas, porque, la verdad es que en el mundo del
pastoreo, como los demás, hay pastores aristócratas, con “derechos” y pueblo
llano, con ganado y sin “derechos”.
A fin de controlar el desarrollo del
matorral, los ayuntamientos reciben fondos para el desbroce o el repaso, lo que
se lleva a cabo con maquinaria pesada. Dada la tendencia de la naturaleza a
seguir su curso y el papel del matorral como fase previa a los procesos de
bosquización, a los pocos años de eliminar el matorral, este, con insistencia y
denuedo, vuelve a ocupar la parcela de manera tan densa o más que
anteriormente.
Como, además, las autoridades
comunitarias consideran que todo lo que no sea hierba verde y bien visible, no
puede recibir “derechos de PAC” por las razones expuestas, los ayuntamientos se
afanan en aumentar cada año el número de hectáreas desbrozadas para contener
aquello a lo que la naturaleza no parece dar tregua. Se crean grandes
oportunidades para las empresas desbrozadoras, dando lugar a una paradoja de
gran contenido conceptual. Ya que, por un lado, hacen falta más pastos para
recibir los consabidos “derechos” y esto genera conflictos entre los ganaderos
asentados y los nuevos ganaderos que no disponen de “PAC”. Y, por otro,
aquellas cabras y ovejas, que, precisamente fueron eliminadas de las áreas
repobladas en los años sesenta y setenta, por su capacidad para comerse los
brotes de los pinos recién plantados, son ahora sustituidas por grandes
máquinas desbrozadoras que, como demuestran los hechos, son menos eficaces que
ellas para eliminar el matorral.
Se cambia así a las cabras y ovejas
por máquinas, la diferencia es que las primeras podrían dar beneficios
económicos y sociales y las segundas, solo ocasionan gasto. Valga para
comprobarlo la consulta del presupuesto de las Comunidades Autónomas destinado
a desbroces mecánicos, que, a su vez, son cofinanciados por la UE dentro de su
paquete de ayudas ambientales. Es decir, pagar los sueldos de los tractoristas,
destrozar taludes y caminos, eliminar arbustos y pequeños árboles y gastar
gasoil a tutiplén, es un servicio que con fondos públicos y en favor del Medio
Ambiente, nos proporcionan las autoridades… ¡para que digan que el absurdo no
es un género de plena actualidad en lo que al manejo de fondos públicos se
refiere!
Si no fuera por el injustificable
dispendio que esto supone, esto, es decir, el absurdo, podría quedar aquí. Si
no fuera porque este sistema está haciendo desaparecer prácticas ganaderas de
gran valor ecológico y económico, porque los grandes incendios progresan cada
año causando enormes pérdidas, porque la desaparición del ganado supone una
merma de la biodiversidad y de la resiliencia de los ecosistemas y los hace más
frágiles… si no fuera por todo esto, tendría su gracia, pero no la tiene en
absoluto.
Y más aún, si no fuera porque en este
contexto, los jóvenes sin antecedentes familiares en el sector, los pastores de
cabras y ovejas, las personas que provienen de otros ámbitos lo tienen
prácticamente imposible para incorporarse y desarrollar su actividad en
igualdad de condiciones que el resto.
Para acabar y para empezar, más nos
valdría desterrar esas imágenes que tanto contenido gráfico llevan incorporado
y empezar a establecer con rigor y datos, que los hay, el corolario de causas y
consecuencias a fin de entender lo que sucede y poner en marcha medidas para
cambiarlo.
Ramiro
Palacios
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