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Cartel Huelga Feminista 8M |
Se rumorea que un nutrido grupo de
mujeres están tramando algo contra el patriarcado. Comentan que andan
reuniéndose a lo largo y ancho de nuestra geografía empoderadas hembras de toda
edad y condición: Jubiladas, ecologistas, científicas, obreras, escritoras,
abogadas, sindicalistas… Un batiburrillo de seres humanos con circunstancias
diferentes pero conscientes de tener como enemigo común a la desigualdad.
Los machirulos afirman que las
féminas que promueven este aquelarre conspirativo son algo más. Aseguran que
son brujas y que han conseguido con sucias artimañas hechizar a muchos hombres
y hacerles creer sentirse afectados por un sistema que relega a la mitad de la
Humanidad a un papel secundario. Hombres que se consideran feministas de igual manera
que serían abolicionistas en tiempos de esclavitud, y ello por el hecho de
tener conciencia y sentido de la justicia. Algo de lo que carecen muchos
hombres y, no me duele admitirlo, también muchas mujeres.
La sociedad que vivimos, para bien o
para mal, la hacemos entre tod@s. En la intimidad de nuestras casas, con el
ejemplo y valores que transmitimos a nuestr@s hij@s. En la calle, minimizando
los abusos y situaciones vejatorias. Aceptando, unos y otras, unos roles preestablecidos
por nuestra condición sexual y transmitiéndolos a las siguientes generaciones.
Decía Joaquín Leguina el otro día
que hay que educar a las mujeres para que no se dejen pegar. ¡Ah, claro! Según
él, es preferible que aprendan a esquivar las hostias porque eso de educar a
los niños en el respeto y la equidad da mucha pereza. El septuagenario
ex-presidente de la comunidad madrileña, tertuliano habitual de la caverna
mediática, no se sentía cómodo hablando de feminismo. Más o menos, vino a decir
que el feminismo está bien, siempre que no traspase los límites establecidos
por el patriarcado. ¡Pero si las mujeres ya han conseguido hasta votar! ¿Qué diantres
reclaman con esa cantinela feminazi sobre la igualdad? Pensaba internamente
Leguina. Como ya dijo M. Rajoy, aunque haya tenido que rectificar a las pocas
horas, ‘no nos metamos en eso’. Al
fin y al cabo, solo afectan a la mitad de la población. Una nimiedad.
Sin embargo, ya les digo que algo
grande está tomando forma. De momento, el día 8 de marzo se convoca a una
huelga general feminista a todas las personas que entiendan que hay que
equilibrar la balanza. A quienes se indignan porque crece el número de mujeres
que viven en la precariedad, que sufren violencia sexual, laboral o física. Que
cobran sueldos miserables para sostener una economía que sirve para seguir
explotándolas. Que renuncian a realizarse como seres humanos plenos por tener
que dedicarse obligatoriamente a labores de cuidadoras de niños, ancianos o
enfermos. Como si en su adn femenino viniera grabado a fuego el irrevocable
destino de asumir en carne propia toda clase de penosas situaciones.
Mi madre decía que el día que las
mujeres tomaran conciencia de su fuerza y dijeran hasta aquí hemos llegado el
mundo se pararía. El día 8 de marzo puede ser el ensayo general de esa
revolución feminista que ella, a su manera, ya veía necesaria. Por supuesto, muchos
hombres estaremos codo con codo, compartiendo la trinchera. Los sindicalistas solo
estarán un rato, dos horas concretamente…, ese es el apoyo de los grades
‘sindicatos de clase’ a tan justa movilización.
Esto es tarea de todas y todos. De
momento, puede que solo parezca un pequeño paso. Un gesto simbólico que quizás
no sea masivamente secundado. Pero como dice Gisela López en uno de sus poemas:
“Es necesario
revertir el hechizo.
Ese,
que borra a las mujeres
de los libros de historia,
de las esferas de poder,
de las antologías.
Ese,
que las encierra
entre cuatro paredes,
con solo
colocarles un anillo”.
Plumaroja
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