A ciertos dirigentes
políticos no se les cae de la boca la expresión “Unidad Popular” pero, viendo
sus reacciones ante las experiencias locales para concretarla da la sensación de
que o no saben qué es realmente la unidad popular o, lo que es peor, juegan con
las palabras porque en realidad no les interesa apoyarla.
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Salvador Allende en un acto electoral |
Veamos primero su significado recurriendo al
diccionario de la RAE: ‘unidad’ procede de ‘unión’
y esta a su vez, en una de sus acepciones, se explicaría a través de términos
como alianza o confederación. Pero, leyendo un poco más abajo encontraríamos
una segunda acepción que se ajustaría más a lo que entiendo por unidad popular.
La unidad se entendería entonces como “la
conformidad y concordia de los ánimos, voluntades y dictámenes”. Es decir,
que la unidad recogería los ánimos y las voluntades, en este caso POPULARES,
que en sus particularidades, intereses diferentes y formas de buscar cambios,
rupturas y transformaciones sociales se encontrarían actualmente separadas frente
a la unidad del capitalismo neoliberal o la socialdemocracia, su igualmente
regresiva marca blanca. En esta coyuntura, los ánimos y la voluntad ciudadana
en un entorno de conformidad y concordia de intereses y voluntades comunes
buscarían un bloque heterogéneo común. Y esta conformidad y concordia estaría
en buscar los puntos comunes de transformación y ruptura.
Un antecedente histórico de la Unidad
Popular lo tendríamos que buscar en las elecciones chilenas de 1970, en las que
distintos partidos de izquierda se presentaron bajo una candidatura y programa
común. Unas elecciones en las que Salvador Allende y Pablo Neruda se disputaron
quien encabezaba la candidatura. La historia nos cuenta quien fue elegido para
liderar el proyecto y permitir el triunfo de las izquierdas en Chile. El final
de aquella experiencia también lo conocemos: un golpe de Estado orquestado
desde Washington bajo la sombra alargada de la operación Cóndor, que retrasó
durante décadas el sueño de cambio en América del Sur.
Pero, veamos si las propuestas de Unidad
Popular que algunos dicen apoyar coinciden con la experiencia chilena. Están
quienes dicen “somos la unidad popular, ven, aceptaremos a todo el que venga”.
Esto es, ofrecen su paraguas, sus siglas y sus propuestas programáticas sin
concesiones y sin moverse un solo centímetro para buscar la convergencia y la unidad
de acción. Otros, en cambio, no tienen problema en cambiar de objetivos y
programas según les traten las encuestas electorales. Son la copia mala del
marxista Groucho cuando decía: "estos son mis principios, si no le
gustan tengo otros".
También están los que creen que la Unidad
Popular consiste en montar listas electorales sumando siglas y escogiendo a los
candidatos mediante primarias cuando tienen asegurado el resultado. Eso sí,
aceptan, por quedar bien, que se integren algunos movimientos sociales para dar
imagen de pluralidad y porque dan bien en la foto. Pero la convergencia que representan
no es programática o conceptual sino sobre quién se coloca en la candidatura y
en qué orden. La batalla reside en ver quién ocupará los lugares más altos en
la lista unitaria y no en buscar la Unidad, y mucho menos la Unidad Popular.
En mi opinión, la Unidad Popular va mucho
más allá. Es independiente de si la gente milita o no en partidos, movimientos
sociales, colectivos etc. Es constatar si se está o no de acuerdo en unos
puntos básicos, auténticas líneas rojas tras las que las voluntades y ánimos se
suman para crear un contrapoder popular, un bloque hegemónico. Lógicamente han
de ser puntos básicos, capaces de hacer converger el ánimo y la voluntad para
crear una sociedad rupturista frente a un sistema colapsado que nos arrastrará
a todos en su caída si no somos capaces de superar los intereses partidistas o
sectarios y los egos personales.
De cara a las próximas elecciones
generales, podrían ser punto de partida algunos de los objetivos básicos
aprobados por el Frente Cívico en su asamblea constituyente. Objetivos surgidos
del consenso y el debate profundo y que podrían ser la base sobre la que
construir la Unidad Popular. Unos puntos para afrontar la situación de
emergencia social creada por el austericidio y la política de tierra quemada
que aplican los gobiernos liberales bajo el mandato de la Troika. Para cambiar
el actual estado de cosas habría que ponerse de acuerdo en:
1. Un referéndum para decidir sobre el pago
de la deuda, tanto la legítima como la ilegítima.
2. Un Salario Mínimo Interprofesional (SMI)
de 1.000 euros al mes y ni una sola pensión por debajo del SMI.
3. Una Reforma fiscal que garantice el pago de
impuestos según las rentas e ingresos de la persona.
4. La creación de una Banca Pública.
5. La Nacionalización de los sectores
estratégico de la economía.
6. La Nacionalización de la gestión de los
transportes, el agua y la electricidad.
7. Iniciar el debate sereno sobre la Europa
económica surgida de Maastricht y nuestra vinculación a ella.
Tampoco podemos olvidar las elecciones
autonómicas. Unas elecciones en las que, en el caso de Catalunya, la cuestión
social ha quedado desplazada por la cuestión nacionalista. Por ello, en las elecciones
de septiembre, la Unidad Popular tiene que reconducir el debate electoral hacia
la cuestión social para que la mayoría ciudadana pueda realmente opinar y
decidir sobre el modelo de sociedad que mejor garantiza sus derechos. Además,
la cuestión social, verdadero eje central de la Unidad Popular, tendría que contemplar
las siguientes prioridades:
1. Renta básica garantizada.
2. Sanidad pública, universal y gratuita.
3. Enseñanza pública, laica y de calidad.
4. Un sistema universitario público y
accesible a la Sociedad en su conjunto, sin tasas discriminatorias.
5. La gestión pública del transporte, la
energía, el agua, y otros Servicios públicos principales.
6. Ni un solo desahucio más.
7. Fin de la pobreza energética.
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