![]() |
BosqueEscuela en Cerceda, Madrid |
Empezamos por el principio,
principio. Se lo merecen: “Este libro
está dedicado a todos los profesores del mundo: a los que conectan a los
alumnos con los ciclos vivos y palpitantes de la Tierra; a quienes imparten
formación en carácter, en habilidades para la vida y en la capacidad de pensar
crítica y creativamente sobre el futuro; y sobre todo a quienes enseñan a sus
alumnos a ser líderes audaces que defenderán y sanarán la Tierra en los
tumultuosos siglos venideros”.
No es para menos. Necesitamos
líderes audaces por el planeta. Solo en Latinoamérica y solo en una semana de
enero, trascendió el asesinato de tres importantes líderes ecologistas: Isidro
Baldenegro (México), Laura Vásquez (Guatemala) y Emilsen Manyoma (Colombia),
por defender las tierras, los bosques y los pueblos indígenas. Con estos
mimbres, si aún se mata gente por defender lo verde, está claro que aún queda
mucho –por no decir casi todo- en educación ambiental.
En el apéndice al informe del
Worldwatch Institute, Rafael Díaz-Salazar, profesor de Sociología y Relaciones
Internacionales en la Universidad Complutense de Madrid, se muestra muy crítico
con los principales andamios de los sistemas educativos actuales: “La concepción y las prácticas predominantes
de la educación están muy alejadas del principal problema que hoy tiene la
Tierra: la destrucción medioambiental que, además de devastar la naturaleza,
genera empobrecimiento, explotación laboral, expulsión de comunidades de sus
territorios y nuevas migraciones provocadas por el cambio climático”.
Extraemos más ideas de Díaz-Salazar:
“Nos encontramos en el Antropoceno y esta
situación requiere una transformación ecológica de la educación”. “Educar no es preparar para el trabajo en la
sociedad del mercado, ni aprender unos saberes académicos codificados en
currículos obsoletos, aunque sea a través de nuevas didácticas innovadoras. La
educación consiste en la formación integral de la personalidad desde la
infancia que incluye las inteligencias múltiples –entre ellas, la inteligencia
ecológica-, la educación emocional y moral, el aprendizaje de comportamientos
sociales y ecológicos”.
Y concluye: “Es importante tener en cuenta que los agentes de la educación son
plurales: centros escolares, familias, asociaciones cívicas, comunidades
religiosas, ONG, movimientos sociales, medios de comunicación, ciudades y
pueblos, etc…Tenemos que establecer interconexiones entre todos los agentes
educativos”. “A lo largo de la
historia y en la actualidad nos encontramos con saberes propios de pueblos
originarios, con religiones, filosofías y culturas morales que tienen como
común denominador la propuesta de un bien ser y un buen vivir en armonía con la
naturaleza, consigo mismo y los demás. La cultura ecologista actual se inserta
en esta onda milenaria y considero que constituye la base de lo que puede
llegar a ser la sabiduría del siglo XXI. Nuestras sociedades son antiecológicas
porque se desgajaron de las sabidurías y se centraron en obtener a toda costa
el máximo consumo y bienestar. Necesitamos una transición del tener al ser,
según la terminología de Erich Fromm”.
Erik Assadourian, director del
informe y del Proyecto Educación para la Tierra del Worldwatch, con sede en
Washington, realiza un repaso por proyectos innovadores en educación ecosocial.
“¿Escuelas de bosque? ¿Escuelas en
embarcaciones? ¿Institutos de secundaria para activistas, emprendedores
sociales, ecoingeniería y educación del carácter? Puede que todo ello suene a
fantasía, pero incluso en 2017 existen modelos para esas escuelas. (…) Los
cimientos que podrían servir de base para crear escuelas similares ya los
tenemos. Pensemos en las miles de escuelas de bosque existentes en todo el
mundo, en la escuela flotante Makoko de Nigeria y en el exitoso programa Semestre en el Mar
de Estados Unidos, en la escuela nocturna de Barefoot
College, o en la escuela “de bambú” Mechai
Pattana para emprendedores sociales y filántropos en Tailandia”.
Y concluye Assadourian: “La pregunta sigue vigente: ¿cómo podemos
hacer la transición para alejarnos de unas escuelas basadas en ideas
trasnochadas e incluso en la memorización repetitiva; que sirven a los niños y
las niñas alimentos no saludables y solo les permiten estar al aire libre y
activos 20 minutos diarios; que les abruman con tecnologías para las que no
están preparados; y que enseñan “para el examen” en vez de ofrecerles
oportunidades creativas para aprender de forma colaborativa, relacionarse con
la naturaleza y “aprender cómo aprender”?
Bajemos a la tierra. Y detengámonos
en uno de esos proyectos concretos. Merece la pena destacar un libro
recientemente aparecido: Bosquescuela, guía para la educación infantil al aire
libre, de Philip Bruchner (ediciones Rodeno), que cuenta la experiencia del
Centro Bosquescuela Cerceda, homologado por la Comunidad de Madrid como centro
docente español de segundo ciclo de educación infantil (alumnos de 3 a 5 años),
que arrancó en el curso escolar 2015-2016. El propio Philip cuenta esta
experiencia pionera: “En la educación
infantil al aire libre, niños y niñas pasan todo el curso escolar inmersos en
la naturaleza. En ella reciben clase, realizan excursiones, corren, trepan e
inventan juegos, a la vez que se desarrolla el currículo escolar. De lunes a
viernes y desde septiembre hasta junio. En vez de ir a un colegio ordinario van
a su bosque-escuela, playa-escuela o (en el País Vasco) baso
eskola. Se trata de una propuesta pedagógica que hace hincapié en la
pertenencia y respeto a la naturaleza, que se ha asentado con gran éxito desde
hace más de 30 años en el centro y norte de Europa, en EE UU y Asia”. En
2010 se concibió la Iniciativa Bosquescuela, una red de profesionales y
entidades pertenecientes a los sectores de la educación y el medioambiente,
unidos para impulsar la educación infantil al aire libre en la península
Ibérica y en países hispano-parlantes. Bajo el lema Learning in nature, esta
innovadora propuesta se adaptó a la legislación española. “Trabajamos por la difusión y el reconocimiento del modelo como una
opción educativa más dentro de la educación reglada, como ya funciona en otros
países”, subraya Bruchner.
En Alemania hay ya más de 2.500
escuelas infantiles al aire libre. En Finlandia, más de 300 y en Suecia, unas
220. La aceptación en este último país ha sido tan alta que ya existen colegios
de educación primaria al aire libre. Notable es también el caso de Corea del
Sur, donde en 2011 el Ministerio de Educación fundó 35 escuelas infantiles al
aire libre siguiendo el modelo alemán. Y el de Reino Unido, país en el que este
modelo se ha promovido e implantado desde el sistema público.
Por último, nos detenemos en algunas
de las interesantes iniciativas que demuestran que otra educación es posible y
que han recogido para ‘Educación Ecosocial. Cómo educar frente a la crisis
ecológica’ Jonathan Dawson, coordinador del Programa de postgrado Economía para
la Transición en el Schumacher College, en Devon (Inglaterra), y Hugo Oliveira,
ecólogo de la Universidad de Lisboa, especialista en permacultura. Nos
detenemos en dos: “La Ecoversities
Network, una agrupación internacional de iniciativas educativas activistas que
están reinventando la educación superior, facilita programas interculturales de
intercambio que permite a los jóvenes abrirse a nuevas normas y prácticas
culturales y nuevos métodos de enseñanza encaminados a ampliar su visión del
mundo y sus habilidades. Una de las instituciones de esta red, el Red Crow
Community College, iniciativa de aprendizaje comunitario de la
Nación Pies Negros en Alberta (Canadá), plantea los estudios ambientales y el
mundo-no-humano desde una visión de respeto e interdependencia firmemente
enraizada en sus tradiciones y cosmologías indígenas”.
Por otro lado está la Universidad de
la Tierra, o Unitierra,
en Oaxaca (México), “que fue creada en
respuesta a la creencia de que ‘la escuela ha constituido la principal
herramienta del Estado para destruir a los pueblos indígenas’. Unitierra ha
desarrollado una ética del aprendizaje fundamentada muy de cerca en la práctica
educativa indígena, y que subraya la importancia de la educación informal,
basada en proyectos y apoyada por pares, por encima del modelo tradicional de
relación profesor-estudiante”.
Así, terminan Dawson y Oliveira, se
le da la vuelta y aporta más valor al papel del docente: “Todo esto sirve para revolucionar el papel del docente. El principal
papel del enseñante pasa de ser un transmisor de un cuerpo inamovible de
conocimiento, a ser educador” (etimológicamente, “extraer de”), que ayuda a los
alumnos a desarrollar creativa e inteligentemente sus indagaciones, que cobran
sentido. Los profesores desempeñan un papel catalizador, de tutor, provocador y
hasta cierto punto de igual dentro de la comunidad de aprendizaje de la que
forman parte”.
Podemos obtener más ideas y pautas a
través de la Asociación
Española de Educación Ambiental.
Rafa Ruiz
Comentarios
Publicar un comentario
DEJA AQUÍ TU OPINIÓN