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Frida
Kahlo Calderón nace el 6 de julio de 1907 en ciudad de México. A los seis años
de edad contrae poliomielitis, que le deja la pierna derecha más corta. A los
dieciocho años sufre un accidente de tráfico en el que se lesiona la espina
dorsal. Debido a la inmovilidad a la que se ve sometida durante los primeros
meses de recuperación, Frida comienza a pintar y ello le lleva a conocer al
muralista Diego Rivera.
Con el
pintor, 22 años mayor que ella, forma una tormentosa pareja en la que amor y odio
se conjugaban en un romance de ida y vuelta. La infidelidad por ambas partes
fue una constante en el matrimonio sobrepasando los límites de lo convencional,
ambos sabían de sus historias extraconyugales y ambos las aceptaban. La clave
de su matrimonio estuvo no solo en el amor, la pasión física y los intereses
políticos comunes, estuvo en que Frida y Diego se admiraban profundamente, se
respetaban como artistas y como seres humanos y buena muestra de ello es la
correspondencia mantenida entre ambos.
Mi Diego.
Espejo de la noche.
Tus ojos espadas verdes dentro de mi
carne. Ondas entre nuestras manos.
Todo tú en el espacio lleno de
sonidos –en la sombra y en la luz. Tú te llamarás AUXOCROMO, el que capta el
color. Yo CROMOFORO, la que da el color.
Tú eres todas las combinaciones de
los números. La vida.
Mi deseo es entender la línea, la
forma, la sombra, el movimiento. Tú llamas y yo recito. Tu palabra recorre todo
el espacio y llega a mis células que son mis actos y va a las tuyas que son mi
luz.
Era sed de muchos años retenida en
nuestro cuerpo. Palabras encadenadas que no pudimos decir sino en los labios
del sueño. Todo lo rodeaba el milagro vegetal del paisaje de tu cuerpo. Sobre
tu forma, a mi tacto, respondieron las pestañas de las flores, los rumores de
los ríos. Todas las frutas había en el jugo de tus labios, la sangre de la
granada, el tramonto del mamey y la piña acrisolada. Te oprimí contra mi pecho
y el prodigio de tu forma penetró en toda mi sangre por la yema de mis dedos.
Olor a esencia de roble, a recuerdo de nogal, a verde aliento de fresno.
Horizontes y paisajes que recorrí con el beso. Un olvido de palabras formará el
idioma exacto para entender las miradas de nuestros ojos cerrados.
Estás presente, intangible y eres
todo el universo que formo en el espacio de mi cuarto. Tu ausencia brota
temblando en el ruido del reloj, en el pulso de la luz; respiras por el espejo.
Desde ti hasta mis manos, recorro todo tu cuerpo, y estoy contigo un minuto y
estoy conmigo un momento. Y mi sangre es el milagro que va en las venas del
aire de mi corazón al tuyo.
El milagro vegetal del paisaje de mi
cuerpo es en ti la naturaleza entera. Yo la recorro en vuelo que acaricia con
mis dedos los redondos cerros, penetran mis manos los valles en ansias de
posesión y me cubre el abrazo de las ramas suaves, verdes y frescas. Yo penetro
el sexo de la tierra entera, me abrasa su calor y en mi cuerpo todo roza la
frescura de las hojas tiernas. Su rocío es el sudor de amante siempre nueva. No
es amor ni ternura ni cariño, es la vida entera, la mía, que encontré al verla
en tus manos, en tu boca y en tus senos. Tengo en mi boca el sabor almendra de
tus labios. Nuestros mundos no han salido nunca fuera. Sólo un monte conoce las
entrañas de otro monte.
Por momentos flota tu presencia como
envolviendo todo ser en una espera ansiosa de mañana. Y noto que estoy contigo.
En este momento lleno aún de sensaciones, tengo mis manos hundidas en naranjas,
y mi cuerpo se siente rodeado por tus brazos.
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