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Zahra, refugiada Siria intentando cortar la alambrada con su cuchillo de plástico |
Afirman la ONU y el papa Francisco que estamos
viviendo la tercera guerra mundial. Estoy de acuerdo. Millones de seres humanos
sufren en sus carnes la violencia de unos estados más interesados en controlar
posiciones geoestratégicas que en preservar del horror la vida de los
ciudadanos. El zarpazo terrorista alcanza desde hace años nuestra zona de
confort occidental, incluida Barataria.
El Faro, esa atalaya desde la que observo la
injusticia y el abuso que se ejerce sobre gran parte del planeta ya no es
invulnerable. Si antes bastaba con cubrirnos con un impermeable virtual para
evitar que nos mancharan las salpicaduras de sangre de otras etnias y
nacionalidades, ahora es nuestra propia sangre la que mana a causa del odio y
la sinrazón del terrorismo. “Je suis
Charlie”, “Je suis Bruselas”,
repiten las buenas gentes europeas. Pero pocos proclaman “Nous sommes Pakistán, Siria, Yemen o Nigeria”. Pocos se movilizan
para que las víctimas generadas a diario por este sucio conflicto en otros
muchos países nos hermanen frente a los sátrapas que gobiernan el mundo.
Es complicado desenredar la maraña que ha
provocado esta espiral de terror. El primer grupo yihadista sunita no surgió
como una reacción del islamismo fanático. Fue impulsado y financiado desde 1979
por el ex-presidente Jimmy Carter para derrocar al gobierno marxista de Kabul y
cercar a la Unión Soviética con un cortafuegos religioso. Es solo el principio
de un plan orquestado por Washington. Primero financian el terrorismo religioso
contra el anticapitalismo y luego se erigen en salvadores con la excusa de
acabar con su propio invento.
Es la estrategia del bombero pirómano. Un
juego perverso que también contribuye a que los fabricantes de armas se pongan
las botas gracias a la hipocresía de gobiernos como el español, que vende
armamento a Arabia Saudí a sabiendas de que acabarán en manos de los
terroristas. Armas con las que siguen asesinando inocentes, también en Europa.
Mientras tanto, el fascismo retorna de su
duermevela en occidente. En Bruselas, hordas de neonazis son escoltados por la
policía para reventar el acto en homenaje a las víctimas. Pisotean las flores
con la misma furia que Europa se blinda ante la más grande emergencia humanitaria
de la historia contemporánea. El terror creado por unos y por otros anula el
principio inalienable de los derechos humanos. Privatizamos la conciencia
transfiriendo a Turquía este problema a cambio de un puñado de monedas de
plata. Todo muy cristiano y muy civilizado.
Desde un centro de retención de refugiados,
el activista español Benjamín Julián hizo pública una fotografía que define la
miseria moral de Europa y se hizo viral en las redes sociales. En la imagen,
Zahra, una niña de seis años, intenta cortar la alambrada con un cuchillo de
plástico. Zahra no entiende de intereses económicos o geopolíticos. Es solo una
pequeña que ha perdido su infancia huyendo de una muerte segura para toparse
con la crueldad de quienes deberían darle cobijo. Su inocente acto de rebeldía
es un aldabonazo inocuo que no conmueve la hipócrita mirada de la vieja Europa.
De mis entrañas nace un grito desesperado, ¡Je suis Zahra! Pero en realidad,
los hechos me demuestran que el grito unánime debiera ser otro: ¡Nous sommes la
merde! Una mierda podrida, sin paliativos ni paños calientes.
El negocio que para algunos países supone el
terrorismo actúa como un poderoso emético para que renunciemos a la libertad,
la igualdad y la fraternidad entre los pueblos. Tenemos suficiente información
para no caer en su trampa. Suficientes datos para intuir que somos manipulados.
Tras el 11S, Estados Unidos bombardeó Afganistán, sin embargo, 15 de los 19
terroristas implicados eran de Arabia Saudí. Hubo respuesta, pero más adecuada
a los intereses económicos de las superpotencias que a la realidad de la
autoría de la masacre. Quienes han atentado en Francia o Bélgica eran en su
mayoría de nacionalidad europea. Sin embargo los bombardeos se centraron en
Siria. ¿Por qué razón?
Zahra empuña su cuchillo de plástico para
hacer un agujero que la libere de las vergonzantes alambradas. ¡Pobre niña!
Ojalá pudiéramos sobreponernos a la ignorancia, a la cobardía, al miedo fabricado,
a la comodidad que supone aceptar las mentiras oficiales, y ayudarle a eliminar
las alambradas para arroparla en nuestros brazos. Pero el sueño de la razón, ya
lo decía mi admirado Goya, produce monstruos. Nos roba la inteligencia, la
bondad y la empatía. El mundo no es una mierda. ¡Nous sommes la merde!
Plumaroja
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