En
lo que llevamos de 2016, 14 mujeres han perdido la vida como víctimas de la
violencia machista. En 2015, según fuentes del Poder Judicial, se presentaron
en España 123.275 denuncias por violencia de género. De ellas, solo un 0’4%
resultaron falsas.
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Gustavo Alcalde, Delegado del Gobierno en Aragón |
Sorprende
que, ante tales datos, una magistrada de Vitoria, preguntara a una víctima si “cerró bien las piernas…, toda la parte de
los órganos femeninos”. Actitudes como la de esta magistrada no son
extrañas para las denunciantes, que muchas veces dudan en presentar la denuncia
para no quedarse desprotegidas ante el maltratador. Si doloroso es el caso de
esta denunciante vitoriana, mucho más lo es el de Soraya, al que las
desacertadas palabras del Delegado del Gobierno en Aragón pusieron en el foco
mediático.
Soraya
era una joven de 37 años, trabajadora y madre de un niño pequeño, dueña de una
sonrisa que irradiaba luz a su alrededor. Como casi todo el mundo, Soraya
buscaba amar y ser amada. Pero se topó con un psicópata que confundía el amor
con la posesión y el sometimiento. Le bastaron unas pocas semanas para detectar
en él comportamientos alarmantes y decidió romper la relación.
Es
lo que las campañas institucionales recomiendan hacer cuando la pareja
desarrolla comportamientos similares. Y ella lo hizo. La reacción del individuo
fue una explosión de ira y frustración que le condujo a mantener a Soraya y a
su hijo secuestrados a punta de pistola durante seis angustiosas horas. “Voy a mandar a tu madre a un sitio
del que jamás podrá regresar”, sentenció el agresor dirigiéndose al
niño de seis años. Decimos a todas las Sorayas que deben denunciar hechos parecidos
y pedir protección. Y ella lo hizo. Unos días más tarde Soraya fue asesinada a
tiros en su puesto de trabajo.
El
crimen del que fue víctima es la crónica de una muerte anunciada. Su ejecutor
había manifestado con hechos y palabras su firme intención de matarla. Soraya
hizo todo lo que los manuales recomiendan en estos casos, pero nadie la estaba
protegiendo cuando ocurrieron los hechos. La policía había interpretado que el
riesgo era mínimo y que bastaba con una orden de alejamiento. Una orden cuyo
cumplimiento no iba a ser vigilado por ningún policía.
El
Sindicato Unificado de Policía denuncia que la unidad de prevención y
protección a las víctimas de la violencia machista ha perdido nueve de los
diecisiete agentes que la integraban en Zaragoza. Al parecer, pese a las
vergonzosas cifras de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex-parejas,
algún gerifalte entendía que dedicar fondos y efectivos a este asunto era tirar
el dinero. Y decidió recortar sin considerar que, al hacerlo, estaba recortando
las posibilidades de supervivencia de Soraya y de otras mujeres que se hallan
en la misma situación.
El
delegado del gobierno en Aragón, Gustavo Alcalde, hizo unas sorprendentes
declaraciones culpabilizando a la víctima. En su opinión, era la propia Soraya
quien debía haber avisado de que existía riesgo real de que el malnacido
homicida pudiera viajar 400 kilómetros para cumplir su amenaza. Con doble salto
y pirueta moral, la carga de la culpa recayó sobre Soraya por no prever su
propio asesinato.
Gustavo
Alcalde (que cuenta con escolta personal y pone querellas criminales y órdenes
de alejamiento a un profesor paralítico que reclama pacíficamente el fin de la Ley
Mordaza) dice que se interpretaron mal sus palabras. Sin embargo, no da lugar a
ninguna mala interpretación por el desafortunado comentario de una diputada de
Podemos que utilizó, con poco tino, una comparativa con el asesinato de Miguel
Ángel Blanco. “Podemos no
tiene pudor en pactar con quienes asesinaron a Miguel Ángel Blanco”–
manifestó el delegado para zanjar el asunto.
De
nada sirvieron las disculpas de la diputada, ni que asegurara haber condenado
en su momento el asesinato. El ventilador de la mierda se había puesto en
marcha frente a las peticiones de dimisión que todos los grupos parlamentarios
aragoneses, excepto PP y PAR, estaban reclamando. Por cierto don Gustavo: ¿No son los mismos asesinos a los que Aznar,
su otrora líder, definió como gudaris del Movimiento Vasco de Liberación y con
los que reconoció haber negociado? ¡Ah, pero la diferencia está en que
Aznar no era de Podemos! Para ser tan buen cristiano se ha olvidado del
capítulo del evangelio que habla de la paja en el ojo ajeno y la viga en el
propio.
Al
final, pese al ruido de sables y los lapsus lingüísticos, la realidad es que
Soraya ha sido asesinada y podría haberse evitado. Como en el viejo refrán: entre
todos la mataron y ella solita murió. Soraya, igual que los ruiseñores, no tuvo
mayor pecado que derramar su corazón. Un cazador sin escrúpulos decidió que era
mejor derramar su sangre. Una sangre que mancha de responsabilidad a alguien
más que a su asesino material. ¿Cómo explicárselo a su hijo, a su familia? ¿Cómo
decirles que su sangre no la redime de la culpa?
Señor
Gustavo Alcalde, no existe mayor pecado que matar a un ruiseñor. Pero no poner
los medios necesarios para impedir su muerte también es una falta grave. No se
si a usted le bastará con la confesión, aunque los que no somos creyentes
preferimos su dimisión porque nos importa más la seguridad de las mujeres
amenazadas que la salvación de su alma inmortal. Sinceramente.
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